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Los graciosos ladridos de Gureum le dieron una agradable bienvenida al despertar.

Un día, dieciséis horas y veinte minutos han pasado. Nadie más que él parece ser consciente de ello porque, sin querer, había contado cuánto avanzaba conforme veía la hora.

Y ni así podía dejar de sonreír.

Ya era domingo, el día anterior sirvió para reponerse del evento, de la conmoción, la emoción surcando en su sangre, manteniendo a sus latidos en un ritmo permanente de fulgor.

Él y Taehyung no volvieron a verse después de firmar el contrato y Seokjin le terminara de aclarar que la pintura sería enviada a su domicilio en algunos días. Lo vio salir por la puerta, despedirlo con la mano y los ojos tan iluminados como sí hubiera visto el diamante más bello del mundo.

De sólo pensar en que volvería a verlo su mirada recuperaba esa luz en plena tarde.

Taehyung, repitió su voz pensante como sí aún le costará otro poco creerlo.

Un gorgoteo apareció en su pecho y su sonrisa se ensancho, siendo vista sólo por su jardín delantero, la taza de té vacía en la mesita a su lado mientras se ocupa de sus pensamientos, sentado en una de las mecedoras en la parte alta del frente de la casa.

Sus párpados cayeron por quinta vez en esa hora, presionándose y devolviéndole las últimas imágenes que siguen calcinadas en su memoria.

Kim Taehyung.

Taehyung sonriendo en la exposición, hablando, preocupado, serio y al final los iris cuál lunas gemelas, enviando mil y un descargas eléctricas por cada una de sus ramificaciones nerviosas.

Era demasiado prodigioso.

Aun se siente estúpido, lo fue en verdad. Pero ya estaba bien, no le importaba más.

Lo encontró, sabe su nombre, ha visto su rostro y haber hecho más cosas indecorosas con él no le mermaba la felicidad. Para nada.

Había llegado a casa luego de la exposición e ido directo a la fotografía de su abuela en la sala para decirle que finalmente tenía un rostro para ver en sus sueños, ahuyentando las pesadillas, antes de tirarse en la cama y dormir como un bebé.

Jungkook siente que al fin su vida ha encontrado eso que le hacía falta.

Está completo y pleno.

Sus vellos se erizaron y abrió los ojos de golpe, su corazón latiendo rápido.

Lo sintió, como nunca antes lo hizo, como hacía años no hacía.

Jungkook lo sintió soplando en su nuca aunque no se encontraba detrás de él en realidad.

Olvidó todo lo demás. Su taza, su perro, su casa y se concentró en correr, pasando por un lado de su hogar, directamente al bosque, con una sonrisa tan grande que en los bordes de sus pestañas hay lágrimas por el aire que lo golpea.

Ingresa, sin enojarse siquiera que algunas piedras lo amenacen con hacerlo tropezar, más ocupado en seguir el rumbo que tan bien conoce.

Un aullido corto se escucha y el gorgoteo en su garganta escapa cuál risa eufórica.

Se sentía como si hubiera esperado años para verlo otra vez.

Frenó en seco, sus botas levantando tierra en el frente y casi se caía, pero aun así miró al enorme hombre lobo oculto entre las sombras del bosque, su mirada siendo menos ardiente.

Ámbar es el color adecuado para decirlo.

Jungkook lo podía ver en toda su gloria. Con cada parte cubierta en pelo, piernas largas como de hombre pero patas en vez de pies de talones pronunciados, manos huesudas y de dedos largos cuyas garras debían medir cerca de dos centímetros de largo, torso ancho al igual que la espalda, de cintura media y músculos prominentes, tanto como las orejas sobre su cabeza y los colmillos sobresalientes de su alargado hocico.

Red Forest / TaeKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora