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Ser licántropo no le impedía empatizar con los que no lo eran. Cientos de veces presenció a sus compañeros de universidad romperse la cabeza de trabajos finales por hacer, por evaluaciones, por escases de dinero y tiempo para vivir su vida. Había logrado sobrevivir a la sobrecarga de estrés en el aire gracias a las infusiones que Theodora se esforzó en aprender por él y su compañero de hospedaje Jonha. Aunque también recordaba algunas noches que pasaban deambulando en el campus porque necesitaban aire fresco y trotar un poco por los alrededores hasta que la energía hubiera sido drenada.

O una parte de ella.

Ninguno quedaba exento del agotamiento de una universidad, ni los licántropos, ni las brujas. Mucho menos de la vida de adulto que era igual o peor de estresante. Había días buenos y días malos para todos. Lo veía al salir del departamento, en el tráfico, en sus empleados de la central.

Para uno de su especie que llevaba años de práctica poder lidiar con eso y las emociones externándose de quienes le rodeaban, quería creer que así era también para Jungkook. Ese fue su pensamiento durante la mañana que se despidió de él, mientras tenía ínfimos descansos en la central para imaginar que Jungkook estaría bien en su hogar, haciendo su labor como siempre. Que llegaría y lo recibiría un embalsamador reformado, influenciado por las energías positivas de un par de niños que ya estarían listos para descansar adecuadamente lejos de él. Casi sonrió creyendo que era así cuando llegó y vio la ambulancia cargar las bolsas de cadáver en su interior con tanto cuidado como Jungkook podía verlos hasta que se fueron de ahí.

—Podríamos no ir.

Supo entonces que estaba equivocado.

—Son nuestros amigos. Sólo que aún tienes miedo —dedujo después de quince minutos incomodos en que lo siguió al interior de la casa.

No era que él estuviera incómodo. Era Jungkook con su postura, su cuerpo expulsando depresión, sus ojos irritados de tanto llorar, su cabello revuelto como si lo hubiera frotado incontables veces durante el día, sus manos temblorosas, la angustia navegando por las corrientes de aire en su hogar provenientes del sótano. Todo a su alrededor destilaba una pesadez que volvía las sombras en los rincones más gélidas y solitarias. Sabía que se debía a su reciente trabajo, pero cuando le habló de las almas jóvenes no imaginó que sería algo tan pesado para su propia condición.

—¿Tú no?

El dueño del perrito que también gemía deprimido en el suelo a sus pies le hablaba como si hubiera sufrido una tragedia. Jungkook lo necesitaba cerca, así que él lo abrazó fuerte, feliz de que su contacto cesara los temblores en las manos contrarias y los latidos de su corazón recobrasen algo de vida.

—Un poco, pero he aprendido de ti que no puedo vivir siempre así, hay que verle el lado positivo.

—No hay nada positivo en esto —se separó de él, mirándolo como si hubiera dicho una locura—. ¿Cómo puedes estar tan tranquilo?

Fue su turno de mirarlo ceñudo.

—Es obvio que no estás en la mejor situación, yo tampoco.

—¿No? Ya has podido controlarte en luna llena.

Desde su perspectiva lo sintió transpirar antes de alejarse por completo de su tacto, recuperando el nerviosismo que el té que tomó -cuya taza vacía fue olvidada en el mesón de la cocina- no alivió en lo absoluto. Ahí era cuando envidiaba tanto a su propia hermana. Como quería poder leer dentro de los ojos del artista y saber lo que pensaba, lo que haría después, cómo reaccionaría en el siguiente segundo para saber qué palabras usar.

Red Forest / TaeKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora