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Jungkook volvió a quejarse de las ramas interponiéndose en su camino. Taehyung reía periódicamente sin poderlo evitar y es que escuchar al otro, aquel que demoraba horas encerrado en su sótano abriendo cadáveres, conviviendo con ellos mientras les hacía cosas que estaba seguro no se aprendían en la universidad convencional del país, quejarse de las plantas secas como si ellas hubieran planeado interponerse en su camino, era muy divertido.

—Aquí es —anunció el mismo embalsamador con aliento sosegado, deteniéndose en el camino.

Taehyung echó un vistazo la frente, siguiéndolo a su lado para acercarse a la cama de tulipanes que se extienden en un área abierta del bosque, junto a un prado pequeño. Las montañas se aprecian mucho más cerca de lo que acostumbran al igual que el frío aumentaba su gobierno incluso siendo el atardecer. Hilos de hierba alta le acarician los tobillos del pantalón deportivo a la rodilla que llevaba para su larga caminata, mostrándoles cuánto habría crecido después de varias noches de riego por la lluvia pasada. Aspiró profundamente, llenándose de la humedad empañando la fragancia del bosque, en los troncos, las rocas, las hojas.

Su estómago revoloteo entusiasmado de que hubiera podido reconocerlo todo en su primer intento.

La burbuja de su celebración interna se reventó cuando Jungkook se dejó caer de rodillas, sentado sobre los talones para sacar lo que llevaba en su mochila. Taehyung lo imitó esperando a lo que querría hacer en su ritual de visita.

Un conjunto de hojas endurecidas con el tiempo tocaron el suelo, seguidas de un frasco de vidrio y una caja de cerillos. Tuvo curiosidad por el primer artilugio, mientras Jungkook deshacía el nudo de listón que las mantenía juntas. Las hojas quedaron libres para que pudiera aventurarse a tomar una con más cuidado del que pensó. El primer dibujo en sombras amarillentas le mostró el perfil de un ave sobre una rama; mantenía cierta delicadeza en los detalles con tonalidades que aseguraban haber sido vibrantes en color alguna década atrás. Taehyung quería creer que el mismo artista que conocía no estaba muy lejos del que hizo aquel dibujo en las manos de un niño. Aunque ahí no veía nada espeluznante, ni extraño.

—¿Son tuyos?

Recibió un asentamiento.

Le entregó el dibujo cuando vio a Jungkook enrollar algunos de ellos, uno sobre otro. Se mantuvo al margen de ayudarlo pues no quería entrometerse en algo que quizá quería hacer solo.

—Los hice para ella —en menos de lo que pensó, todos los dibujos estaban enrollados, siendo introducidos al frasco—. Es una especie de ritual que me enseñó.

Sin más que añadir, Taehyung lo observó atentamente en un cómodo silencio cómo encendía un cerillo y lo dejaba caer dentro del frasco. La flama ardiente comenzó a devorar el papel carente de luz, pero repleto de una voz que sólo el mismo artista podría escuchar, igual a un moribundo animal que no habría probado bocado en semanas y de pronto tuviera ante él un banquete de reyes. Jungkook junto las manos al frente dejando la punta de los dedos debajo de la barbilla y cerró los ojos para hacer su meditación.

No sabía si debía hacer algo más. Se suponía que sólo iba a acompañarlo, que podía rezar con él como pocas veces había hecho en su vida, o que podía simplemente hacerle compañía a su lado porque se sentía más cómodo así. De algún modo sintió que no era participe de un momento que debía ser especial. No era como llegar a una cena de Navidad, ni el cumpleaños de alguien. Estaban visitando el lugar de descanso de una persona de la que solía escuchar desde que lo conoció, que jamás tuvo la oportunidad de conocer y que debía tener todo el amor de Jungkook si este se disponía a caminar kilómetros sólo para llegar hasta ahí. No pudo imaginar cuántas veces habría hecho eso solo al resentir la compañía de los demás en su lugar especial.

Red Forest / TaeKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora