Capítulo 26

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Simon

El resplandeciente sol emana rayos ultravioleta iluminando todo el prado en el que estoy tirado junto a una bella mujer. Agarrados de la mano acostados encima de una ligera sábana tendida en el césped debajo de la sombra de un árbol mirando un pequeño nido de pichones recién nacidos son alimentados por su madre. La dulzura de madre es inalcanzable.

La mujer que me acompaña ríe al ver este gran espectáculo. Arlet. Toma mi mano y la aprieta con la suya. Está feliz. A nuestro lado tenemos una pequeña comida, preparada para nuestro picnic en el campo. Veo la sonrisa en su rostro, una sonrisa que trasmite felicidad, dulzura y que me hace sentir en el lugar correcto. Con la persona correcta.

—Arlet, eres lo mejor que me ha pasado—.digo.

—Tu también eres lo mejor que me ha paso Simon —dice y acerca su rostro al mío.

Justo en el momento en que yo Intentaba acercar mi rostro al de ella y hacer que nuestros labios se unieran, una voz me despierta de mi sueño.

—Simon ¿me oyes? —Dice un hombre que nunca he visto en mi vida mientras alumbra mi ojo derecho con una linternita.

Intento hablar pero un fuerte dolor de cabeza me impide hacerlo.

—Simon, gracias al Cielo que estas bien—escucho decir a Marcos en la esquina de la habitación.


—¿Qué me pasó? ¿Porqué estoy aquí? —pregunto luego de ver el lugar extraño en el que estoy —¿Dónde estoy?

—Tranquilo, acabas de despertar —Dice aquel hombre que a juzgar su bata blanca debe de ser un doctor—Tuviste un accidente. Haz pasado toda la noche inconsciente.

Inconsciente. La palabra hace eco en mi cabeza. Ahí lo recuerdo… el accidente. Recuerdo el auto estrellándose contra el poste luz, mi cuerpo salir volando por el parabrisas y los murmullos de las personas.

—Estábamos esperando a que despertaras para hacerte unos exámenes y descargar lesiones que puedan afectar tu salud—. Dice el doctor.

Mi rodilla derecha comienza a arder, intento mirar hacia pero me doy cuenta de que tengo un cuello ortopédico que me impide moverme lo suficiente para poder ver la zona lastimada. Probablemente sea  alguna raspadura.

El doctor sale dejándome solo con los chicos que me miran con cara de preocupación.

—¿Qué pasó con el conductor? — pregunto para romper el silencio entre nosotros.

—Escapó —contesta Marcos.

—El muy hijo de puta escapó, nos dejó ahí tirado— dice Sebastián. Por el tono de voz en el que lo dijo, puedo notar su enojo y no es de esperar. Sebastián y yo somos buenos amigos, desde la infancia. Yo también estaría muy enojado con el hijo de puta como dijo él que nos dejó tirado si en vez de mi, hubiera sido Sebastián. Aunque no sea la misma sangre que recorre nuestra venas, él y yo somos hermanos y la hermandad perdura para siempre.

—¿Hablaron con Abril? —pregunto.

—Si, lo sabe todo —dice Marcos nuevamente mientras que Sebastián camina de un lado al otro enojado— Sebastián le contó todo a penas llegamos al hospital.

—Es que desearía tener a ese tipo en frente y romperle la cara — Gruñe Sebastián — ¿Cómo se le ocurre dejarnos ahí tirados y salir corriendo?

Nadie responde, pero el silencio se interrumpe cuando el doctor vuelve a entrar.

—Muy bien Simon, todo está listo para realizarte los exámenes —dice cuando entra—Por favor, esperen afuera— les dice a Marcos y Sebastián que salen de la habitación.

Justo en el momento en que los chicos sales, entran un pequeño grupo de enfermeros: tres hombres y dos mujeres. Junto con ellos viene una camilla. Todos rodean la cama en la que estoy y agarran de mis sábanas.

—Uno, dos, tres. Ahora — cuenta el doctor y todos hacen fuerza para pasarme de camilla. Exitosamente lo consiguen.

—Andando — dice el doctor y la camilla comienza a moverse persiguiendo al doctor que sale de la habitación primero, junto a él una enfermera que lleva en sus manos los que me están aplicando en este momento.

Cuando salgo, puedo observar como Marcos y Sebastián se quedan atrás. Me despido de ellos con un gesto de manos hasta verlos desaparecer.


Varios minutos después de rodar en la camilla, los enfermeros me ingresan a una elevador. Nos dirigimos al tercer piso. Al llegar pasamos por un largo pasillo y entramos un cuarto gigante. En el centro hay una súper máquina en forma de círculo y en medio hay otra especie de camilla pagada a la máquina. El grupo de enfermos me coloca al lado de la maquina.

—Uno, dos, tres—vuelve a contar el doctor y el equipo de profesionales me pasa a la camilla que está unida a la maquina.

—Muy bien Simon, este es el examen que haremos: Te introduciremos dentro de esta maquina que nos permitirá ver si tienes alguna contusión a causa del golpe recibido. Si es así, nos dirá que tan grave es— dice el doctor mirándome a ojos y colocando una de su mano en mi pecho—. Solo necesito que no te muevas y que por nada del mundo abras los ojos hasta que yo te lo indique de nuevo.

Asiento luego de recibir las advertencias. El doctor sale de la habitación y lo veo entrar en una habitación más pequeña donde toma frente a un computador donde monitoreará mi cerebro.

—Cierra los ojos, Simon — la voz del doctor que sale a través de unas pequeñas bocinas incrustadas en la máquina. Yo obedezco y cierro mis ojos. Unos segundo después, la máquina comienza a vibrar. Está encendiendo. Luego, el círculo comienza a girar y la camilla en la que estoy acostado comienza a introducirme dentro de la máquina.

Los latidos de mi corazón se aceleran al escuchar un sonido raro dentro de la máquina, el sonido de los motores funcionando al máximo. Ya quiero salir. Mantengo los ojos cerrados fuertemente. Y me mantengo inmóvil.

—Ya puedes abrir los ojos, Simon — dice el doctor. Cuando los vuelvo a abrir, él y el grupo de enfermeros están junto a mi nuevamente, listos para volver a pasarme a la camilla con ruedas. Pero antes, el doctor coloca una venda en círculos encima de mi cabeza—  No la paste mal ¿o si?

Niego con la cabeza.

—Uno, dos tres — vuelve a contar el doctor y mi cuerpo vuelve a la camilla en la cual había llegado.



Una vez llegamos a la habitación, Sebastián y Marcos me esperan dentro. Cuando llego, ambos se colocan en pie y me sonríen al mismo tiempo.

—Los resultados del examen son buenos —añade el doctor cuando entra a la habitación — no hay contusiones. Lo que quiere decir…—hace una pausa.

—Lo que quiere decir.. —dice Sebastián ansioso.

—Lo que quiere decir que se pueden ir a casa—responde el doctor luego de unos minutos.

Los celebramos, Sebastián me abraza a mi, luego a Marcos y por último al doctor.

Voy a salir. Voy a salvar a Arlet. Pienso.

—Todo está bien — me dice Marcos — Nos vamos a casa.

—Tengo que llamar ya a Abril para decirle que el plan sigue en marcha — dice Sebastián al mismo tiempo que saca su móvil desde su bolsillo y teclea en el celular mientras sale de la habitación.

—¡No tan deprisa!— añade el doctor—. Debes de guardar reposo por algunos días.

—Seguro que lo hará, doctor —farfulla Sebastián entrando nuevamente a la habitación— yo me encargaré de eso.

Se que en verdad me colocará a descansar, este tipo no me dejará levantarme ni para ir al baño.

—Muy bien, iré a preparar el papeleo para tu salida— dice el doctor y se va.

Dejo caer el peso de mi cabeza en la almohada para descansar mientras que el doctor autoriza mi salida.

Arlet - (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora