Aquel que siente miedo no se convierte en cobarde, solo en humano, pero solo quien lo tenga y sigue a pesar de ello, va a ser el que sea digno de ser nombrado valiente.
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Ke...
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Su danza era cautelosa entre las rocas, a pesar de que era apacible, también era acelerada, pues sabía que en ningún momento se encontraba privado de peligro.
Keyl terminó de bajar por la pared de la torre y posteriormente se encontraba danzando entre las rocas de aquel camino entre los riscos. Ya estaba listo, y esperaba cualquier tipo de sorpresa indeseada, ya nada lo podía tomar desprevenido.
El camino no estaba a oscuras, era un poco llamativo por la opaca y triste iluminación del cielo, pero por lo menos se podía avanzar sin tropezar. A lo largo del recorrido solo se hallaban rocas entre medianas y pequeñas, pasto que si de por sí ya estaba muerto, danzaba entre la vida y la muerte. El lugar, siendo solitario, estaba en total calma y eso ponía al agente en estado de tensión.
Paso por paso retumbaba con un eco envolvente, con su mirada girando de arriba abajo, derecha e izquierda, en busca de actividad hostil.
Se detuvo en seco al escuchar como un pequeña piedra caída, por reflejo apuntó su arma a esa dirección, tranquilizándose al saber de qué se trataba, pero de repente más rocas comenzaron a moverse y caer a su alrededor, cada una más grande que la anterior. Poco a poco todo su entorno empezó a estremecerse, comenzó a sentir que el suelo se movía. Al principio pensó que se trataba de un terremoto, pero al instante notó algo que no cuadraba, el piso no vibraba, como es común en un sismo, sino que ladeaba de arriba abajo como si fuese agua o un puente colgante azotado por una tormenta.
Mientras más tiempo pasaba, mayor era el poder de la superficie, a tal punto que Keyl tuvo que hincarse poniendo una mano en el suelo para evitar golpearse en una caída.
De repente entre los ladeos, el piso cedió, partiéndose en dos, haciendo que una parte viera hacia abajo, que por mala suerte era donde estaba Keyl. Cuando la tierra se rompió, el lado que descendía se inclinó más, haciendo que el agente no pudiera mantener el equilibrio y por ende empezara a descender como si estuviera en un tobogán.
Mientras bajaba a gran velocidad, alzó la vista, sacó la lanzagarfios, apuntando a la parte terrestre que quedó alzada. Disparó el gancho, pero el movimiento errático de la tierra no lo dejó apuntar con certeza, razón por la cual no pudo engancharlo en ningún lugar sólido para retener su descenso.