CAPITULO 1

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CAPÍTULO
1

(***)

El bosque se había transformado en un  laberinto de hielo y nieve. Yo había estado vigilando los alrededores del soto bosque durante una hora, y mi punto de observación, sentado a horcajadas en una gruesa rama, se había convertido en una atalaya inútil.

El viento soplaba en ráfagas espesas que borraban mis huellas, aunque también ocultaban cualquier señal de vida de una posible presa.

El hambre me había llevado lejos de casa, más de lo que acostumbraba, pero el invierno era una época dura. Los animales se habían alejado de la aldea, se habían refugiado en la profundidad de los bosques, donde yo ya no podía seguirlos, y me habían dejado a los rezagados para que yo los cazara uno por uno mientras rezaba para que duraran hasta la primavera.

No habían durado.

Me pasé los dedos entumecidos sobre los ojos para sacar los copos de nieve que se me pegaban a las pestañas.

Ahí no había árboles sin corteza que marcaran el paso de los ciervos, como decían las leyendas: los ciervos no habían llegado todavía. Seguramente se quedarían donde estuvieran hasta que se les terminara la corteza de la que se alimentaban, después viajarían al norte, más allá del territorio de los lobos, y tal vez hasta entrarían en las tierras de los inmortales, en Gussu, donde ningún ser humano se atrevería a entrar, a menos que tuviera deseos de morir.

Sentí un estremecimiento a lo largo de la columna vertebral cuando pensé en eso, y rechacé esa idea para alejarla de mí mientras ponía toda mi atención en lo que me rodeaba, en la tarea que tenía por delante. Era lo único que podía hacer, lo único que había conseguido hacer durante años: poner toda mi atención en la supervivencia, tratar de sobrevivir esa semana, ese día, esa hora. Y ahora, con la nieve, tendría suerte si veía algo, sobre todo desde mi posición en el árbol, con un campo visual de apenas cinco metros a mi alrededor. Ahogué un gemido cuando mis miembros entumecidos crujieron al moverme, y desarmé el arco antes de bajar el árbol.

La nieve congelada crujió bajo mis botas deshechas y apreté los dientes. Con la poca visibilidad, y el ruido que hacía…, era evidente que esta sería otra cacería inútil.

Me quedaban solamente unas horas de luz diurna. Si no regresaba rápido,tendría que arriesgarme en la oscuridad en el camino de vuelta a casa, y las advertencias de los cazadores todavía me sonaban en los oídos:

«Lobos gigantes al acecho, y muchos».

Por no mencionar los rumores sobre seres extraños que se habían visto en la zona, altos, fantasmales y mortíferos.

«Cualquier cosa menos inmortales»

Habían rezado los cazadores a nuestros dioses, olvidados hacía ya tanto tiempo…y yo había rezado con ellos en secreto.

Hacía ocho años que vivíamos en esa aldea, a dos días de viaje de la frontera con los inmortales de Gussu, y en ese tiempo no había habido ningún ataque, aunque los vendedores ambulantes llevaban con ellos historias que describían pueblos fronterizos convertidos en astillas, huesos y cenizas.

En los últimos tiempos, esos relatos, antes tan excepcionales que los ancianos de la aldea los descartaban como rumores absurdos, se habían convertido en susurros cotidianos durante los días de mercado.

A TRAVÉS DE LA MONTAÑA-ADAPTACION/COMPLETÁ [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora