CAPITULO 39 PART.2

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Me desperté en la celda, metido todavía en ese pañuelo que él llamaba «vestido». Todo giraba en torno a mí con tanta fuerza que casi no llegué al rincón para vomitar, una y otra vez.

Cuando vacié el estómago, me arrastré hasta el rincón opuesto de la celda y me dejé caer.

El sueño me vino en rachas mientras el mundo seguía dando vueltas con violencia a mi alrededor. Estaba atado a una rueda que giraba y giraba y giraba y giraba…

No es necesario decirlo, pero estuve descompuesto casi todo el día. Acababa de comer algo de la cena caliente que había aparecido hacía unos momentos cuando crujió la puerta y surgió una cara dorada de zorro acompañada de un ojo de metal entrecerrado.

—Mierda —exclamó Hua Cheng—. Sí que hace frío aquí.

Cierto, pero yo estaba demasiado dominado por las náuseas para darme cuenta. Levantar la cabeza me costaba mucho y no vomitar la comida, todavía más. Él se sacó la capa y me la puso alrededor de los hombros. El calor pesado se coló dentro de mí.

—Mira eso —dijo dirigiendo la vista a la pintura. Por suerte, estaba toda intacta, excepto unos pocos lugares en la cintura—. Hijo de puta.

—¿Qué pasó? —conseguí decir, aunque no estaba seguro de querer una respuesta. Mi recuerdo era un borrón oscuro de música salvaje.

Hua Cheng retrocedió.

—No creo que quieras saberlo.

Estudié las pocas manchas en mi cintura, como si unas manos me hubieran sostenido por ahí.

—¿Quién me hizo eso? —pregunté con voz tranquila, los ojos sobre la pintura emborronada.

—¿Quién te parece?

Mi corazón se encogió y miré al suelo.

—¿Xichen…, Lan Xichen lo vio?

Hua Cheng asintió.

—liu lo hacía para eso, para que él se enfureciera, únicamente para eso.

—¿Y sucedió? —Yo seguía sin poder mirar a Hua Cheng a la cara. Sabía que, por lo menos, no me habían violado: solo me habían tocado el costado. Era lo que decía la pintura.

—No —respondió Hua Cheng, y yo sonreí.

—¿Qué…, qué es lo que hice? —Me acordé de la advertencia de Mian Mian. Hua Cheng soltó un suspiro y se pasó una mano por el cabello rojo.

—Hizo que bailaras para él casi toda la noche. Y cuando no estabas bailando, te sentaba sobre sus rodillas.

—¿Qué tipo de baile? —seguí insistiendo.

—No el que bailaste con Xichen en el solsticio —dijo Hua Cheng, y a mí me ardió la cara. Desde el barro de mis recuerdos de la última noche, me acordé de la cercanía de cierto par de ojos de color carbón…, unos ojos que brillaban con malicia mientras me miraban.

—¿Frente a todo el mundo?

—Sí —contestó Hua Cheng, con mayor amabilidad de la que yo le hubiera oído jamás. A mí se me tensó el cuerpo. No quería su lástima. Suspiró y me cogió el brazo izquierdo para examinar el tatuaje. —¿En qué estabas pensando? ¿No sabías que yo iba a venir en cuanto pudiera?

Aparté el brazo con brusquedad.

—¡Me estaba muriendo! Tenía fiebre…, apenas si conseguía mantenerme consciente… ¿Cómo se supone que sabría que ibas a venir? ¿Que comprenderías la rapidez con la que mueren los seres humanos de esas cosas? Me dijiste que dudaste el día de los naga…

A TRAVÉS DE LA MONTAÑA-ADAPTACION/COMPLETÁ [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora