CAPITULO 8

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CAPÍTULO

8

Fingí pasear a través de los jardines exquisitos y silenciosos, memorizando mentalmente los senderos y lugares donde esconderme si es que alguna vez lo necesitaba. Él se había llevado mis armas y yo no era estúpido: sabía que no encontraría un fresno en esta tierra. Pero si la banda de cuero que él llevaba estaba llena de cuchillos, tenía que haber una armería en alguna parte. Y si no, encontraría otras armas, las robaría si hacía falta. Por si acaso.

La noche anterior, después de explorar, había descubierto que mi ventana no tenía rejas. Salir de la habitación y bajar por las glicinias no podía ser demasiado difícil; yo había trepado a muchos árboles y no tenía miedo a las alturas. No es que ya hubiera pensado en escapar, pero… por lo menos era bueno saber cómo hacerlo si alguna vez estaba lo bastante desesperado como para correr ese riesgo.

No dudaba de la afirmación que me había hecho Lan Xichen sobre el peligro mortal del resto de Gussu para un humano. Si es que realmente había una peste en esas tierras, por ahora estaba mejor donde estaba.

Pero seguiría tratando de encontrar a alguien que defendiera mi caso frente a Lan Xichen.

Aunque Hua Cheng…, bueno, a ese le vendría bien que alguien le plantara cara si tenía el coraje de hacerlo, me había dicho Mian Mian el día anterior.

Me comí lo que me quedaba de las uñas mientras caminaba pensando en todos los planes posibles, todos los probables desastres. Nunca había sido demasiado bueno con las palabras, nunca había aprendido el comportamiento social al que habían sido tan adeptas mis hermanos y mi madre, pero… me las había arreglado bastante bien para vender pieles en el mercado de la aldea.

Así que tal vez buscaría al emisario de Lan Xichen, aunque él me detestara. Era evidente que Hua Cheng tenía poco interés en que yo viviera ahí…, incluso había sugerido matarme. Tal vez le entusiasmaría la idea de mandarme de vuelta, de persuadir a Lan Xichen de que encontrara otra forma de cumplir con el tratado. Si es que había alguna.

Me acerqué a un banco en medio de una glorieta llena de flores cuando oí unos pasos sobre la grava del camino.

Dos pares de pies rápidos, silenciosos.

Me enderecé y miré por el sendero que me había llevado hasta allí: estaba vacío.

Me quedé un rato al borde de un campo abierto entre colinas sembradas de botones de oro. El prado, vibrante de verdes y amarillos, estaba desierto.

Detrás de mí se elevaba un manzano silvestre que se abría en flores gloriosas; los pétalos caídos de las flores llenaban un banco en sombras en el que estuve a punto de sentarme. Una ráfaga de brisa movió las ramas y una lluvia de pétalos blancos cayó sobre mí como una nevada.

Miré el jardín, el campo, con cuidado, con mucho cuidado, observé y escuché tratando de descubrir lo que me seguía.

No había nada en el árbol, nada detrás.

Una sensación de miedo me recorrió la columna. Había pasado mucho tiempo en los bosques y eso me había enseñado a confiar en mi instinto.

Alguien estaba de pie detrás de mí, tal vez dos de ellos. De alguna parte, desde un lugar demasiado cercano, me llegaron un jadeo leve y una risita sorda.

El corazón me saltó a la garganta. Miré de forma discreta por encima del hombro. Pero solamente vi temblar una luz plateada, brillante con el rabillo del ojo.

A TRAVÉS DE LA MONTAÑA-ADAPTACION/COMPLETÁ [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora