CAPITULO 29

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CAPÍTULO

29

Inventar historias sobre el tiempo que había pasado con la tía  me exigió un esfuerzo mínimo. Dije que le leía todos los días, que me había enseñado cómo comportarme desde su lecho de enferma y que la había cuidado hasta que, hacía quince días, había muerto dejándome toda su fortuna.

¡Y vaya fortuna!: los baúles que me acompañaban no contenían ropa solamente; varios estaban llenos de oro y joyas. No joyas talladas, sino piezas en bruto, enormes, que hubieran podido comprar mil mansiones.

Papá estaba haciendo el inventario de esas joyas. Se había encerrado en el estudio que daba al jardín, donde estábamos sentados en la hierba con Yanli. Lo veía a través de la ventana, inclinado sobre el escritorio con una pequeña balanza pesando un rubí en bruto del tamaño de un huevo de pato.

Se le había aclarado la vista de nuevo y se movía con una gran precisión, una vitalidad que no había visto en él desde antes de la decadencia familiar. Hasta la cojera le había mejorado como por milagro con un tónico y un ungüento que un sanador desconocido de paso por la aldea le había entregado sin cobrarle nada. Habría quedado en deuda con Lan Xichen solamente por ese regalo.

Ya no se lo veía con los hombros caídos ni con la vista baja, nublada.

Ahora papá sonreía con libertad, se reía con facilidad, y siempre estaba mimando a Yanli, que a su vez lo mimaba a él.

Wei Ying, en cambio, todo el tiempo estaba callado y vigilante, nunca contestaba a Yanli con más de una palabra o dos.

—Esos bulbos —dijo Yanli, y señaló con una mano enguantada un grupo de flores rojas y blancas— provienen de los campos de tulipanes del continente. Papá prometió que la próxima primavera me va a llevar a verlos. Dice que hay kilómetros y kilómetros de esos campos llenos de Flores.

. —Le dio unas palmaditas al suelo fértil, oscuro. El jardincito debajo de la ventana era suyo: había elegido cada uno de los brotes y los arbustos y los había plantado con sus propias manos; no quería que nadie más lo cuidase. Hasta regaba y sacaba las malas hierbas. Aunque, admitió, los sirvientes la ayudaban a llevar los pesados baldes de agua. Se habría maravillado si hubiese estado frente a esas flores que nunca se secaban en la Corte Primavera, habría llorado frente a los jardines a los que yo me había acostumbrado.

—Deberías venir conmigo —siguió Yanli—. Wei Ying no quiere porque dice que no le apetece arriesgarse a cruzar el mar, pero tú y yo… Ah, lo pasaríamos muy bien, ¿no crees?

La observé de perfil. Mi hermana sonreía satisfecha…, más bonita que nunca, incluso con ese vestido sencillo que usaba para las tareas de jardinería. Tenía las mejillas rojas debajo del sombrero grande y holgado.

—Creo… creo que me gustaría ver el continente —dije.

Eso era cierto, me di cuenta en ese momento. Había tanto en el mundo que no había visto, que ni siquiera había pensado en visitar. Que ni siquiera había podido soñar con visitar.

—Me sorprende que estés tan ansiosa por irte la próxima primavera —dije—. ¿La primavera no es justo la mitad de la temporada? —La temporada de actos sociales, que aparentemente había terminado hacía apenas unas semanas, llena de fiestas, bailes y almuerzos, y chismes, chismes, chismes.

Yanli me había contado todo eso en la cena de la noche anterior, sin notar que para mí suponía un esfuerzo tragarme la comida. La carne, el pan, las verduras, todo era igual, y todo era ceniza cuando me llegaba a la boca, ceniza cuando lo comparaba con lo que había comido en Gussu—  Y me sorprende que no tengas una fila de pretendientes en la puerta, de rodillas, pidiendo tu mano.

A TRAVÉS DE LA MONTAÑA-ADAPTACION/COMPLETÁ [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora