CAPÍTULO
33
Tal vez estuviera caminando hacia mi muerte, pero no pensaba llegar desarmado.
Me acomodé la correa del carcaj sobre el pecho y después pasé los dedos por las plumas de las flechas que me sobresalían por encima del hombro.
Claro que no tenía flechas de madera de fresno, pero me las arreglaría con lo que encontrara desperdigado en la mansión.
Podría haberme llevado más, pero las armas disminuirían mi velocidad de carrera, y de todos modos no sabía cómo usar la mayoría de ellas. Así que me llevé un carcaj lleno, dos dagas en la cintura y un arco sobre el hombro.
Mejor que nada, aunque estuviera enfrentándome a inmortales que habían nacido sabiendo matar.
Mian Mian me llevó a través de las colinas y los bosques silenciosos. Cada tanto se detenía a escuchar y cambiaba el rumbo.
Yo no quería saber qué oía u olía ella, no cuando era evidente que cada vez que lo hacía una quietud extrema caía como un manto sobre la tierra. «Quédate con el alto lord», había dicho el suriel.
Si me hubiera quedado, si hubiese admitido lo que sentía…, nada de esto habría pasado.
El mundo se llenó lentamente de noche y me dolieron las piernas al subir las empinadas laderas de las colinas, pero Mian Mian siguió adelante, y no miró atrás ni una vez para ver si la seguía.
Yo empezaba a preguntarme si debería haber llevado más de un día de provisiones cuando ella se detuvo en un valle entre dos colinas. El aire era frío, mucho más frío que el de la cima de la colina, y me estremecí cuando mis ojos vieron la boca estrecha de una cueva.
No había forma de que esa fuera la entrada…, no cuando en el mural se representaba a Bajo la Montaña como el centro de todo Gussu. Eso quedaba a semanas de viaje.
—Todos los senderos oscuros y terribles llevan a Bajo la Montaña — dijo Mian Mían en una voz tan baja que las palabras no fueron más que un crujido de hojas secas. Entonces señaló la cueva —. Es un atajo antiguo…, uno que alguna vez se consideró sagrado, pero ahora ya no.
Esa era la cueva que Hua Cheng había ordenado al attor no usar aquel día.
Traté de dominar el temblor. Amaba a Lan Xichen y hubiera ido al fin del mundo para arreglar las cosas, para salvarlo, pero si Sha Hualing era peor que el attor…, si el attor no era el peor de sus verdugos…, si hasta Xichen había tenido miedo de ella…
—Sospecho que te estás arrepintiendo de tus impulsos. —Erguí la espalda.
—Voy a liberarlo. Te lo aseguro.
—Vas a tener suerte si te da una muerte limpia. Vas a tener suerte si consigues que te lleven frente a ella. —
Seguramente me puse pálido, porque Mian Mian abrió la boca y me palmeó el hombro—. Algunas reglas que tienes que recordar —dijo, y miramos la boca de la cueva. La oscuridad emanaba en un hedor profundo por esa boca y envenenaba el aire fresco de la noche—: No tomes el vino que te ofrezcan… No es como lo que bebimos en el solsticio y te va a hacer más mal que bien. No hagas tratos con nadie a menos que tu vida dependa de eso…, y en tal caso, piensa bien si vale la pena. Y sobre todo no confíes en nadie ahí…, ni siquiera en Xichen. Tus sentidos son tus peores enemigos; van a estar esperando para traicionarte.
Luché contra el impulso de tocar una de mis dagas y asentí para darle las gracias.
—¿Tienes un plan?
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A TRAVÉS DE LA MONTAÑA-ADAPTACION/COMPLETÁ [EN EDICIÓN]
أدب الهواة-¿Qué vas a hacer conmigo ahora que estoy aquí? Los ojos de Lan Xichen seguían fijos en mí. -Nada. Haz lo que tú quieras. -Entonces, ¿no soy nuestro esclavo? -me atreví a preguntar. Hua Cheng se ahogó con el vino. Pero Lan Xichen no sonrió. -No tene...