CAPITULO 26

24 3 0
                                    

CAPÍTULO

26

Al día siguiente Hua Cheng se nos unió en el almuerzo, que en realidad, para nosotros tres, era el desayuno. Desde que me había quejado por el tamaño innecesario de la mesa, cenábamos en una versión mucho más reducida.

Hua Cheng se masajeaba las sienes mientras comía; estaba callado, lo cual era raro, y disimulé una sonrisa cuando le pregunté:

—¿Y tú dónde estuviste anoche?

El ojo de metal de Hua Cheng se entrecerró al mirarme.

—Te informo de que mientras ustedes dos bailaban con los espíritus yo tuve que ir a patrullar a las fronteras, nada menos. —lan Xichen carraspeó con fuerza y Hua Cheng agregó—: Con algo de compañía, por supuesto. —Me sonrió con picardía—. Dicen los rumores que no volvieron hasta después del amanecer.

Miré a Lan Xichen mientras me mordía el labio. Había llegado a la cama prácticamente en el aire, flotando. Pero la mirada de Xichen estaba explorándome la cara como si buscara una señal de arrepentimiento, de miedo.

Ridículo.

—Me mordiste el cuello la Noche de los Fuegos —dije entre dientes—. Si fui capaz de mirarte después de eso, unos pocos besos no son nada.

Apoyó los brazos sobre la mesa y se inclinó hacia mí.

—¿Nada? —Sus ojos bajaron hasta mis labios. Hua Cheng se removió en la silla y le pidió al Caldero que lo librara de lo que estaba viendo, pero lo ignoré.

—Nada —repetí con cierta distancia, mirando cómo se movía la boca de Xichen, absolutamente consciente de cada uno de sus movimientos, enojada por la mesa que nos separaba. Casi sentía la tibieza de ese aliento.

—¿Estás seguro? —murmuró, intenso y con un hambre lo bastante irrefrenable como para que yo me alegrase de estar sentado. Si hubiese querido, habría podido tenerme ahí mismo, sobre la mesa. Deseaba sus manos anchas sobre mi piel desnuda, deseaba sus dientes en mi cuello, deseaba su boca en cada uno de los rincones de mi cuerpo.

—Estoy tratando de comer —dijo Hua Cheng, y yo parpadeé y exhalé de forma ruidosa—. Pero ahora que tengo tu atención, Xichen… —terció, aunque el alto lord estaba mirándome a mí de nuevo, devorándome con los ojos.

Casi no conseguía quedarme Sentado, apenas si toleraba la ropa sobre la piel demasiado caliente. Con bastante esfuerzo, Lan Xichen volvió a mirar a su emisario. Inquieto, Hua Cheng se movió en su silla.

—No es que quiera ser portador de malas noticias, pero mi contacto en la Corte Invierno se las arregló para hacerme llegar una carta. — Hua Cheng tomó aire y me pregunté si ser emisario también significaba ser jefe de espías. Y me pregunté por qué se molestaba en decir eso en mi presencia. La sonrisa se desvaneció inmediatamente de la cara de Xichen—. La plaga —continuó Hua Cheng tenso, con voz suave— se llevó a dos docenas de los jóvenes. Dos docenas… que ya no están. —Tragó saliva—. Les quemó la magia…, y después les abrió la mente en dos. Nadie pudo hacer nada en la Corte Invierno…, nadie consiguió detener el proceso. La pena es… es indescriptible. Mi contacto dice que otras cortes también reciben golpes muy duros, aunque la Corte Noche, claro está, se las ha arreglado para no haber sufrido ninguna herida. Pero parece que la plaga viene hacia aquí…, se desplaza cada vez más al sur con cada ataque.

Toda la tibieza, toda la alegría resplandeciente se alejaron de mí como sangre escurriéndose por una alcantarilla.

—¿La plaga… mata? —me las arreglé para preguntar. Jóvenes. Había asesinado a chicos, como una tormenta de oscuridad y muerte. Y si los hijos eran tan raros como había dicho Mian Mian, la pérdida de tantos de ellos tenía que ser más devastadora que cualquier otra cosa que yo pudiera imaginar.

A TRAVÉS DE LA MONTAÑA-ADAPTACION/COMPLETÁ [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora