CAPITULO 4

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CAPÍTULO

4

 

Yo no sabía cómo había llegado a mi mano el mango de madera de mi cuchillo de caza. Los primeros momentos fueron una confusión de la furia de una bestia gigante de pelo dorado, los gritos agudos de mis hermanas, el frío desgarrador que entró en cascada en la habitación y la cara de mi padre, demudada por el terror.

No era un martax, me di cuenta enseguida, pero el alivio fue breve. La bestia era por lo menos tan grande como un caballo, y aunque tenía un cuerpo más bien felino, la cabeza se parecía más a la de un lobo. No sabía qué pensar de los cuernos, que eran curvados como los de un alce. Pero león, sabueso o alce, no había duda del daño que podían hacer esas garras negras, afiladas como dagas, y esos colmillos amarillos.

Si yo hubiera estado sola en los bosques, tal vez me habría dejado devorar por el miedo, tal vez habría caído de rodillas y pedido con lágrimas en los ojos una muerte rápida, limpia.

Pero no tenía tiempo para el terror, no quería entregar ni un poquito de mi espacio a pesar del corazón que me latía, salvaje, en los oídos. De alguna forma, terminé delante de mis hermanas, mientras la criatura se levantaba apoyándose en las patas traseras y lanzaba un aullido a través de una boca llena de dientes:

—¡Asesinos!

Pero la palabra que hacía eco dentro de mí era…Inmortal.

Esos guardianes ridículos del umbral eran como telas de araña contra él. Sentí que debería haberle preguntado a la mercenaria qué había hecho para matar al inmortal. Pero el cuello grueso de la bestia…, sí, ese lugar parecía un buen hogar para el cuchillo.

Me atreví a echar una mirada por encima del hombro. Mis hermanos gritaban, arrodilladas contra la pared del hogar; mi padre, en cuclillas frente a ellas. Otro cuerpo más que defender.

Como un estúpido, di un paso hacia el inmortal, con la mesa siempre entre los dos, mientras luchaba contra el temblor que me sacudía la mano. Mi arco y mis flechas estaban al otro lado de la habitación…, la bestia estaba entre ellos y yo. Tendría que rodearlo para alcanzar la flecha de fresno. Y ganar el tiempo necesario para dispararla.

—¡Asesinos! —rugió la bestia de nuevo. El pelo erizado lo hacía parecer aún más grande.

—P… por favor —balbució mi padre detrás de mí; carente de coraje para ponerse a mi lado—. No sé qué hemos hecho…, pero sea lo que sea, ha sido sin intención…

—No… nosotros no hemos matado a nadie —agregó Wei Wuxian, ahogándose en sollozos, el brazo sobre la cabeza, como si ese pequeño brazalete de hierro pudiera hacerle algo a la criatura.

Yo tomé otro cuchillo de la mesa; era mi mejor oportunidad hasta que consiguiera llegar al carcaj.

—¡Fuera! —le ladré a la criatura, y agité los cuchillos frente a mí. No había nada de hierro cerca que pudiera usar como arma…, a menos que le arrojara los brazaletes de mis hermanas—.

¡Fuera, fuera! —Mis manos temblorosas apenas si conseguían seguir sosteniendo los cuchillos. Un clavo… Eso es, buscaría un clavo de hierro.

Él aulló en respuesta y toda la choza se estremeció, los platos y las tazas entrechocaron unos con otros. Pero la bestia dejó su cuello al descubierto. Yo le arrojé el cuchillo de caza.

Rápido, tanto que casi no lo vi, levantó una garra y lo envió a un rincón, repicando, mientras se ponía frente a mi cara mostrando los dientes.

A TRAVÉS DE LA MONTAÑA-ADAPTACION/COMPLETÁ [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora