CAPITULO 20

63 5 0
                                    

CAPÍTULO

20

 

Después de una tensa cena en la que Lan Xichen casi no nos dirigió la palabra (ni a Hua Cheng ni a mí), encendí todas las velas de mi habitación para dispersar las sombras.

Al día siguiente no salí, y cuando me senté a pintar, lo que me salió fue una criatura gris, alta, delgada como un esqueleto, con orejas de murciélago y enormes alas membranosas. Tenía abierto el hocico en un rugido y se le veían filas y más filas de dientes en el momento exacto en que saltaba hacia la lucha. Mientras la pintaba, habría jurado que le olía el aliento a carroña, que oía el aire detrás de esas alas susurrando promesas de muerte.

El producto final fue lo suficientemente terrorífico como para que tuviera que poner la tela al fondo de la habitación y me fuera a tratar de persuadir a Mian Mian de que me dejara ayudarla con la preparación de la comida de la Noche de los Fuegos.

Cualquier cosa para evitar salir al jardín, donde tal vez apareciera el attor.

Cuando terminó el día anterior a la Noche de los Fuegos, Calanmai, la había llamado Lan Xichen, yo no lo había visto a él ni a Hua Cheng en ningún momento. A medida que la tarde fue convirtiéndose en crepúsculo, me descubrí otra vez en el lugar donde se cruzaban todos los pasillos de la casa. No vi a ninguno de los sirvientes con máscaras de pájaro.

La cocina estaba vacía, no había ni personal ni nada de la comida que habían preparado antes.

Se oían tambores a lo lejos…, más allá del jardín, más allá del parque, en los bosques que se abrían después de todo eso. Era un ritmo profundo, un ritmo que llegaba a gran distancia. Un solo golpe al que respondían dos, como un eco. Llamadas.

Me quedé de pie junto a las puertas del jardín, mirando las tierras mientras el cielo se teñía de tonos naranja y rojo.

A la distancia, sobre las colinas que descendían hacia los bosques, resplandecían unos pocos fuegos, y las columnas de humo negro manchaban el cielo de color rubí. Eran las hogueras que había visto preparar hacía dos días.

«No estoy invitado», me recordé. No me invitaban a la fiesta que hacía que todos los inmortales de la cocina rieran y parlotearan unos con otros.

Los tambores sonaron con más rapidez, con más fuerza. Aunque me había acostumbrado ya al olor de la magia, me escoció la nariz con su perfume metálico, que llegaba con mayor fuerza que nunca. Di un paso adelante y me detuve en el umbral. Era mejor entrar de nuevo. Detrás de mí, la puesta de sol manchaba las baldosas blancas y negras del suelo del vestíbulo con un tono mandarina brillante, y mi sombra alargada parecía latir al ritmo de los tambores.

Hasta el jardín, que generalmente zumbaba con la orquesta de sus habitantes, se había callado para escuchar los tambores. Sentí una cuerda…, una cuerda atada a mis entrañas que me arrastraba hacia esas colinas, que me ordenaba acercarme, que me pedía que escuchara los tambores de los inmortales…

Tal vez lo habría hecho si en ese momento no hubiera aparecido Lan Xichen por el pasillo.

No llevaba camisa, tan solo la banda de cuero cruzada sobre el pecho musculoso. La empuñadura de la espada brillaba dorada bajo el sol que moría, y las colas de pluma de las flechas estaban manchadas de rojo sobre su poderoso hombro. Lo miré de arriba abajo y él me devolvió la mirada. La encarnación del guerrero.

—¿Adónde vas? —me las arreglé para decir.

—Es Calanmai —dijo él sin mostrar mucho entusiasmo—. Tengo que ir. —

A TRAVÉS DE LA MONTAÑA-ADAPTACION/COMPLETÁ [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora