CAPITULO 2

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CAPÍTULO

2

El sol se había puesto para cuando salí del bosque. Las rodillas me temblaban. Tenía las manos completamente entumecidas, heladas alrededor de las patas de la cierva. Ni siquiera el cuerpo muerto podía aislarme de ese frío cada vez más profundo.

El mundo estaba bañado en tonos de azul oscuro, interrumpidos solo por ejes de luz de color amarillo que escapaban de las ventanas cerradas de nuestra choza medio derruida. Era como caminar a través de una pintura viviente, un momento fugaz de quietud mientras los azules cambiaban deprisa hacia una oscuridad más sólida. Seguí andando trabajosamente por el sendero, mis pies empujados por el hambre que tenía, al borde del desmayo, y por último oí la algarabía de las voces de mis hermanos que acudían a recibirme. No necesitaba entender las palabras para saber que con toda probabilidad estaban charlando sobre algún joven o sobre las cintas que habían visto en la aldea cuando deberían haber estado partiendo leña, pero de todos modos sonreí un poquito.

Golpeé las botas contra el marco de piedra de la puerta para sacarme la nieve. Cayeron algunos pedazos de hielo desde las piedras grises de la choza, y por debajo aparecieron las marcas medio borradas que estaban talladas en el umbral. Una vez, mi padre había convencido a un charlatán ambulante para que aceptara tallar unos dibujos contra el mal que eran capaces de infligirnos los inmortales a cambio de una de sus esculturas de madera. Era tan poco lo que mi padre había podido hacer por nosotros que yo no había tenido corazón para decirle que esas inscripciones eran inútiles... y, sin duda, falsas.

Los mortales no tenían magia, no poseían ni un pequeño fragmento de la fuerza superior, de la velocidad de los inmortales o los altos fae. El hombre, que decía tener sangre de alto fae en las venas, sangre de sus antepasados, se había limitado a tallar rulos y remolinos y runas alrededor de la puerta y las ventanas, había musitado unas palabras sin sentido y se había ido en zigzag hacia el sendero.

Abrí la puerta de golpe. El picaporte congelado de hierro me mordió la piel como una víbora. El calor y la luz me cegaron cuando me deslicé hacia el

interior.

-¡Jiang Cheng!-El jadeo suave de Yanli me rozó las orejas, y parpadeé devolviéndole el brillo del fuego; entonces, vi al segunda de mi hermano, las dos mayores que yo.

Aunque envuelta en una manta raída, llevaba el cabello entre dorado y castaño que teníamos las tres perfectamente peinado y recogido sobre la cabeza. Ocho años de pobreza no le habían arrancado el deseo de ser hermosa.

-¿De dónde has sacado eso? -La corriente del hambre erosionaba sus palabras como un río subterráneo y les daba un filo muy común en las últimas semanas. No mencionó la sangre que me cubría el cuerpo. Yo había dejado de esperar hacía ya mucho que alguna de ellas notara de verdad que llegaba de los bosques todas las tardes. Por lo menos hasta que tuvieran hambre de nuevo. Pero claro..., mi madre no les había hecho jurar nada cuando estaban de pie junto a su lecho de muerte. Tomé aire para calmarme mientras bajaba la cierva del hombro. Esta golpeó la mesa de madera con un ruido fuerte, y una taza de cerámica tembló en el otro extremo.

-¿De dónde crees que puedo haberla sacado? -Yo tenía la voz ronca; las palabras me quemaron cuando me salieron de los labios. Mi padre y Nesta seguían calentándose las manos en silencio junto al hogar; como siempre, mi hermana mayor lo ignoraba de forma cuidadosa. Separé la piel del lobo del cuerpo de la cierva y, después de sacarme las botas y ponerlas junto a la puerta, me volví hacia Yanli. Sus ojos marrones, exactamente iguales a los de mi padre, seguían fijos en la cierva.

A TRAVÉS DE LA MONTAÑA-ADAPTACION/COMPLETÁ [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora