CAPITULO 11

46 9 0
                                    

CAPÍTULO

11

ᵈᵉᵈⁱᶜᵃᵈᵒ ᵃ  Hibarin-chan

 

No me permití tener pánico, dudar, no me permití hacer ninguna otra cosa más que lamentarme por no haber robado comida de la mesa del desayuno mientras me ponía túnica sobre túnica, me envolvía en una capa y me metía el cuchillo que había robado en la bota. La ropa que había guardado sería un peso extra para cargar en el morral.

Mi padre. Mi padre había venido a buscarme…, a salvarme. Entonces los beneficios que le había dado Xichen por mi partida, fueran los que fuesen, no podían ser demasiado tentadores. Tal vez tenía un barco listo para llevarnos lejos, muy lejos; tal vez había vendido la choza y conseguido dinero suficiente para establecernos en alguna otra parte, en un nuevo continente.

Mi padre había venido…, mi padre inválido, roto.

Una revisión rápida del terreno bajo mi ventana me dijo que no había nadie cerca, y la casa en silencio era señal de que nadie había visto a mi padre todavía. Él seguía esperando junto al seto y me hacía señas. Por lo menos Xichen no había vuelto.

Dando una última mirada a mi habitación, me quedé escuchando para ver si alguien se acercaba por el pasillo, y después me agarré a los troncos de la glicinia y bajé por la pared de la casa.

Me encogí cuando oí el crujido de las piedras bajo mis pies, pero mi padre ya se estaba alejando hacia los portones, renqueando con el bastón.

¿Cómo había llegado hasta ahí? Tenía que haber llevado caballos y haberlos dejado en alguna parte. No se había puesto ropa suficiente para el invierno que deberíamos soportar en cuanto cruzáramos el muro. Pero yo me había puesto tanta encima que si hacía falta podría darle algo.

Mantuve los movimientos leves y silenciosos, evité con cuidado la luz de la luna y corrí detrás de mi padre. Él se desplazaba con una rapidez sorprendente hacia los bordes oscuros de la propiedad, hacia el portón de entrada.

En la casa quedaban solamente unas pocas velas encendidas. No me atreví a hacer ruido al respirar…, no me atreví a llamar a mi padre, que renqueaba hacia el portón. Si nos íbamos ahora, si él realmente tenía caballos, estaríamos a mitad de camino de casa antes de que ellos se dieran cuenta de que me había ido. Y entonces huiríamos…, huiríamos de Xichen, huiríamos de la plaga que pronto invadiría nuestras tierras.

Mi padre llegó al portón. La gran entrada estaba abierta, nos llamaban los bosques al otro lado. Seguramente había escondido los caballos allí, entre los troncos. Se volvió hacia mí, la cara familiar, tensa y enjuta, los ojos castaños limpios por una vez, y me hizo una seña. Rápido, rápido, parecían gritar los movimientos de esa mano.

El corazón me galopaba con fuerza en el pecho, en la garganta. Solo unos metros más… y llegaría a él, a la libertad, a una nueva vida…

Una mano enorme me cogió del brazo.

—¿Vas a alguna parte? —Mierda.

Mierda.

Mierda.

Sentí las zarpas de Xichen a través de las capas de ropa cuando levanté la vista hacia él con terror desatado.

No me atreví a moverme, no frente a esos labios tensos, esa mandíbula en la que temblaban los músculos. No ahora que él abría la boca y yo veía sus colmillos brillantes bajo la luz de la luna, unos colmillos largos, capaces de quebrar cuellos.

A TRAVÉS DE LA MONTAÑA-ADAPTACION/COMPLETÁ [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora