CAPITULO 27

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CAPÍTULO

27


Estaba en la cama, mirando las lagunas de la luz de la luna que se movían en el suelo. Era todo un esfuerzo no seguir pensando en la cara de Xichen cuando nos ordenó que nos fuéramos, a mí y a Hua Cheng, y cerró la puerta del comedor tras nosotros. Si no hubiera estado tan concentrado en mantenerme de pie, me habría quedado. Pero en mi cobardía me fui corriendo a mi habitación, donde Mian Mian me esperaba con una taza de chocolate caliente. Fue todavía más difícil no recordar el rugido que hizo temblar el candelero y crujir los muebles cuando recorrió la casa como un eco.

No bajé a cenar. No quería saber si habían preparado la comida. No pude obligarme a pintar.

La casa había estado en silencio durante un tiempo, pero la rabia de Xichen seguía reverberando en la madera, la piedra y el vidrio.

No, no quería pensar en lo que había dicho Liu Qinghe…, no quería pensar en la tormenta creciente de la plaga ni en Bajo la Montaña, si es que ese era el nombre, y en las razones por las que tal vez me viera obligada a ir ahí. Y en Sha Hualing …, por fin un nombre para la presencia femenina que pesaba sobre todas las vidas que me rodeaban.

Temblaba cada vez que se me ocurría reflexionar sobre el poder que con toda seguridad tenía Sha Hualing era capaz de dominar a los altos lores de Gussu. Si tenía a Liu Qinghe atado a una correa y hacía que Lan Xichen se pusiese de rodillas para impedir que ella se enterara de mi existencia.

La puerta crujió y me senté instantáneamente. La luz de la luna brilló sobre los adornos de oro, pero mi corazón no se tranquilizó cuando Lan Xichen cerró la puerta y se acercó. Los pasos del alto lord eran lentos, pesados, y no habló hasta que estuvo sentado en el borde de la cama.

—Lo lamento —dijo. Tenía la voz ronca y vacía.

—Está bien —mentí, apretando las sábanas con las manos. Si pensaba demasiado en el asunto, todavía podía sentir en la mente las caricias de las garras del poder de Liu Qinghe.

—No, no está bien —gruñó él, y me tomó una mano, arrancándomela de las sábanas—. Es que… —Bajó la cabeza, suspiró con fuerza y me apretó los dedos con suavidad—. A-cheng…, ojalá… —

Negó con la cabeza y se aclaró la garganta—. Te voy a mandar a tu casa.

Algo se quebró dentro de mí.

—¿Qué?

—Te voy a mandar a tu casa — repitió él, y aunque su voz sonaba más fuerte ahora, temblaba un poco.

—¿Y los términos del tratado…?

—Yo te tomé como deuda de vida. Si alguien viene a preguntar por las leyes que rompemos, me haré responsable por la muerte de Minghue.

—Pero dijiste una vez que no había manera de escapar del asunto… El suriel dijo que no…

Soltó un gruñido.

—Si alguien tiene algún problema con eso, me lo puede decir a mí.

«Y lo hará pedazos, claro».

Se me encogió el estómago.

Dejarlo… Ser libre…

—¿He hecho algo malo…?

Me levantó la mano y la apretó contra su mejilla. Era tan cálido…, como una invitación largo tiempo deseada.

—No has hecho nada. —Volvió la cabeza y me besó la palma—. Has sido perfecto —me murmuró contra la piel, y después bajó mi mano hasta la cama.

A TRAVÉS DE LA MONTAÑA-ADAPTACION/COMPLETÁ [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora