CAPITULO 37

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CAPÍTULO

37

Nadie, ni siquiera Hua Cheng, vino a curarme el brazo en los días que siguieron a mi victoria. El dolor me invadía, me hacía gritar cada vez que tocaba el pedacito de hueso que salía de mi cuerpo y no tenía otra opción que sentarme ahí y dejar que la herida me fuera debilitando, tratando de no pensar en el latido constante que palpitaba en mi brazo y enviaba esquirlas de rayos ardientes a todo el cuerpo.

Peor que eso era el pánico creciente…, un pánico cada vez mayor porque la herida nunca había dejado de sangrar. Sabía lo que significaba que la sangre siguiera fluyendo. Vigilaba la herida, en parte porque tenía cierta esperanza de que la sangre se detuviera, en parte atenazada por el terror anticipado que me daba la idea de detectar las primeras señales de infección.

Era incapaz de comer la bazofia podrida que me llevaban. Verla me daba náuseas y ya había un rincón de la celda que olía a vómito. No me ayudaba mucho seguir cubierta de barro, y tampoco el frío helador que reinaba permanentemente en la mazmorra.

Me había sentado contra la pared más alejado saboreando la frialdad de la piedra bajo la espalda. Acababa de despertarme de un sueño inquieto y descubrí que tenía mucho calor. Una especie de fuego que hacía que todo me pareciera un poco borroso. El brazo herido me colgaba a un costado, y miré sin interés la puerta de la celda. Parecía balancearse en el aire, las líneas de metal se movían en ondas.

El calor en la cara era una especie de resfriado leve…, no era a causa de la infección. Me llevé la mano al pecho y me cayeron pedazos de barro seco sobre las piernas. Cada vez que respiraba era como si tragara vidrio roto.

 «Fiebre no. Fiebre no. Fiebre no. Por favor, fiebre no».

Sentía los párpados pesados, ardientes. No conseguía dormirme.

Tenía que asegurarme de que la herida no estuviera infectada. Tenía… tenía que…

La puerta se movió despacio… No la puerta, más bien la oscuridad a su alrededor, la oscuridad, convertida en ondas. Un miedo real se me enroscó en el estómago cuando en esa oscuridad se formó una figura masculina; alguien se deslizó por las grietas que había entre la puerta y la pared como una sombra.

Ahora Liu Qinghe ya se había materializado por completo; los ojos de color negro le brillaban en la escasa luz que conseguía atravesar la penumbra. Sonrió lentamente desde donde estaba, junto a la puerta.

—Qué desastre de estado para el campeón de Lan Xichen.

—¡A la mierda contigo! —ladré, pero mis palabras no fueron más que un jadeo.

 Sentía la cabeza leve y pesada al mismo tiempo. Sabía que si trataba de ponerme de pie me doblaría en dos.

Él se acercó con esa gracia felina tan suya y se dejó caer en cuclillas frente a mí, un movimiento fácil, elegante. Olió el rincón salpicado de vómito e hizo una mueca. Yo traté de mover los pies para alejarme o darle una patada en la cara, pero sentía las piernas llenas de plomo.

Liu Qinghe inclinó la cabeza. Su piel pálida parecía emitir una luz de color alabastro. Parpadeé para librarme de la niebla que me rodeaba, pero no conseguí ni apartar la cara a un lado mientras sus dedos me exploraban la frente.

—¿Qué diría Xichen —murmuró— si supiera que su amado se está pudriendo aquí abajo, que arde de fiebre? Y no porque le sea posible venir, ya que vigilan todos sus movimientos.

Mantuve el brazo escondido en las sombras. Lo último que necesitaba era que él fuera consciente de mi debilidad.

—Fuera —le espeté, y los ojos me ardieron mientras las palabras me quemaban la garganta.

A TRAVÉS DE LA MONTAÑA-ADAPTACION/COMPLETÁ [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora