8. ¿𝙹𝚞𝚐𝚊𝚖𝚘𝚜 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚟𝚎𝚛 𝚚𝚞𝚒é𝚗 𝚎𝚜 𝚖á𝚜 𝚌𝚊𝚋𝚛ó𝚗?

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No pude hablar con ellos, ni siquiera se acercaron cuando pagaron y se largaron del local unos minutos después. Amaris me dedicó un guiño coqueteo  antes de desaparecer por la puerta; y Ewan hizo un gesto de la cabeza un tanto rudo para que todo el grupo lo viera, a la vez que movió los labios para decir « llámame ». Estaba tan sorprendido que ni me fijé en lo que llevaba puesto, pero sabiendo cómo era él seguramente fuera ropa holgada y de calle; no era un chico con clase sino un chico malo.

Y todo el mundo sabe que los chicos malos son... deliciosamente cabrones.

Los chicos no dudaron en gastar bromas y comentarios, diciendo que me había llevado un « dos por uno ». Que si la chica estaba buenísima, que el chico daría guerra, que tuvieron mucha suerte de fijarse en la mano izquierda de Dalton... Decir que mi ego estaba subido era quedarse corto; había roto el techo y pasado varias capas de La Tierra. 

Sin embargo, lo importante me lo quedé para mí: Ellos eran interesante porque lo leí en sus informes, los mismos que dejó Rex en mi despacho tiempo atrás.

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En toda la primera semana de febrero no quise llamarles, a ninguno, y no porque no faltaran oportunidades sino porque el trabajo me mantenía lo bastante ocupado para saber que lo bueno siempre se hace esperar. A duras penas tuve dos horas para visitar a Cherry y porque me vino bien de camino a la vuelta. Fue divertido y me preparó un rico estofado de cordero, ya que sus dotes culinarias son una delicia; sumada a la atención que me ofrece. 

Cherry tiene todas las virtudes que un lobo busca en una humana. Su casa es grande y está en medio del campo. Guapa, sencilla y tierna fuera de la cama, y una bruta dentro de ella que no duda en darlo todo. Ser una controladora del tiempo la ha hecho muy astuta bajo esa falsa bobería que suele cargar con su maridito: Le da tiempo a airear la casa para que su esposo no sospeche, todo lo que huele a mí lo esconde en el altillo bajo llave y muy bien camuflado, siempre está preparada para una sorpresa de las mías y, por supuesto, sus manos son tan suaves y delicadas que nunca comete un error. Pecho, brazos y estómago durante veinte minutos; en cuanto le acerco el cuello ya sabe lo que quiero decir y alterna las zonas mientras me tararea al oído canciones.

Una pena que esté casada, pero es de las humanas más antiguas de mi lista. Cinco años lleva y nunca me canso de ella.


—Enhorabuena, Rowen. —Jade entra sin avisar a mi despacho, ya que es el único al que se lo tengo permitido; sin contar a Dalton—. Los chicos me han dicho que has encontrado humanos... interesantes. Muy especiales.

—Aún no merecen que los catalogue como míos, Jade —le digo con un tono tranquilo. Golpeo la grapadora contra el puñado de papeles, dejándolos en el montículo  de la izquierda. Con este ya van doce y me quedan un buen puñado más—. Por ahora son conejitos diferentes a los que acostumbran a saltar a mi alrededor. Creo que estarán a la altura.

Jade coge una de las sillas y se sienta a mi lado, mirando los papeles y pone una mueca. Contabilidad, aunque se le dé bien la odia. 

—¿Entonces puedo meterme por medio?

La pregunta hace que detenga el movimiento de la pluma y le lance una mirada de reproche. No me gusta que haga eso y lo sabe perfectamente, porque aunque no es inusual que los lobos cortejen a otros mientras no estén marcados, la mayoría sabe que no se tiene que meter en medio o tendrán problemas conmigo. Pero Jade es distinto. Está a mi altura y destaca en áreas en las que yo flaqueo y viceversa.

𝕽 o w e n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora