84. 𝙴𝚕 𝚌𝚘𝚗𝚎𝚓𝚒𝚝𝚘 𝚖𝚊𝚕𝚘 𝚎𝚜 é𝚕

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Julio.

Qué lento pasa todo cuando tu mente intenta alejarse de todo aquello que te instan a buscar a la persona que quieres. No tengo ni la menor idea de cuántas veces he llamado al teléfono de Ewan, obteniendo una y otra vez la misma respuesta de mierda: « El número que ha llamado está apagado o fuera de cobertura ». 

Me duele. 

¡Y joder si me duele!

Prometí seguir con esto, con esta promesa de soportarlo todo hasta diciembre. Pero es imposible. No puedo. Me asfixio. Me ahogo quiero...

—Shhh... Relájate, Rowen. 

—No puedo... —murmuro, ansioso—. Duele... No puedo...

—Puedes —insiste—. No pienses en nada, deja la mente en blanco y respira.

Dante me abraza con tanta fuerza que ni siquiera puedo decir que me hace daño. Puedo sentir como sus brazos se hinchan para soportar el dolor que proporciono al hincharle las uñas en los codos, incluso si intento moverme de encima volverá a morderme para inmovilizarme. Lo ha hecho ya dos veces en lo que llevamos despiertos y ha conseguido atraparme antes de salir huyendo por la puerta. 

Me ordena que respire una y otra vez, aunque no siempre puedo intentarlo. A veces siento una presión el pecho que me insta a salir huyendo de esta guarida, tomar el coche y conducir como un auténtico gilipollas hasta Tennessee para buscar a Ewan. Mi mente lo llama una y otra vez, incesantemente aunque mi cuerpo está respondiendo a los estímulos del pelinegro para retenerme aquí dentro. No importa que no nos hayamos movidos absolutamente nada de la cama KING que la terminé de construir la segunda de junio, no importa que Dante me abrace con toda la fuerza que pueda sacar de su cuerpo gracias a los entrenamientos que le he ido inculcando desde el principio, no importa las veces que me diga que me relaje y que todo pasa porque estoy en mi mes del Celo y caerá en cualquier momento; y tampoco me importa lo que piense porque todo quiere ir directamente direccionado a Ewan. Todo. 

—Ahora lo voy a hacer lento, ¿de acuerdo? —susurra—. Muy, muy lento... Prometo no hacerte daño.

—Ewan...

—No, Rowen, cálmate... —me lo dice cuando levanta la cadera para entrar en mí con mucho cuidado como ha prometido. Me envaro—. Joder, qué puto estrecho estás...

Es la idea más estúpida que se le ha ocurrido a Dante. 

Apesto, literalmente. Entre la ola de calor que estamos teniendo en julio, el ser dos lobos que apestamos todo el día, el hecho de estar con la polla dura desde el primer día por estar en mi mes de Celo y las feromonas que vomito, esto es a lo que hemos llegado. Lejos de estar mimoso como lo estuvo él, yo estoy frenético y entrando en pánico a todas horas porque no encuentro a mi marcado en ninguna parte de la casa. Mi intento de huida lo pilló al vuelo cuando vio que me iba a marchar sólo con un jogger y nada más —ni zapatos siquiera—, me agarró del pelo y tiró de mí para arrastrarme hacia la habitación donde están todas las cosas que ya organizamos el mes pasado por si algo malo salía. El segundo intento fue cuando bajó la guardia en la cama, provocando que me cayera de morros cuando me bajó el pantalón y volvió a arrastrarme en la cama. Pero el tercero fue peor, porque intenté engañarlo con que quería ir al baño.

No coló.

Al comprobar que estaba a nada de irme corriendo, volvió a cogerme del pelo para abrazarme y meterla al instante. Después me inmovilizó con un mordisco fuerte en el cuello. Hubiera sido mucho más inteligente emplear las cadenas que están en las esquinas, porque aunque peleásemos, podrías atarme las manos para que mis posibilidades de huida fueran menos. Pero no. Tomó esta posibilidad para intentar calmarme mientras me inyecta endorfinas con el líquido preseminal para reducir drásticamente el dolor, saciar su instinto de control y aprovechar de que estoy alterado para pensar lo justo y necesario. Pelear, en este estado, no es posible porque mi respuesta automática es la huida y la búsqueda instintiva de cazar a Ewan y encerrarlo conmigo para que mi Celo se adelante todo lo posible.

𝕽 o w e n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora