Es pánico lo que me recorre el cuerpo desde la punta de los dedos hasta el último pelo de la cabeza, el terror de un abandono que se instala como el veneno que ingresa en el torrente, y la estupidez que sólo te impulsa a tomar decisiones apresuradas. Eso es lo que siento al reparar en mí, en mi situación y en lo que ha pasado en tan poco tiempo. Es por ello que me meto directamente a la habitación y me pongo el primer pantalón que veo en el suelo, luego salgo sin reparar en que no llevo ni camiseta, pero antes de siquiera tocar la puerta me detengo.
No debes seguirme.
No me llames.
No descubras dónde me instalo.
Las tres frases revolotean en mi cabeza como gaviotas en el mar, rodeando el cuerpo que flota sobre las aguas. El mío. Aquel que ahora mismo nota que el agua lo congela y todo el calor del enfado sólo lo transforma en dolor. Es instantáneo. Una dolencia gélida que me oprime el pecho porque es como si él me negara como compañero; y no hay peor dolor que el rechazo de tu propio marcado. No es un bofetón ni un puñetazo. Es el mismo efecto que sientes cuando te golpean con un hierro frío y, al mismo tiempo, te clavan una aguja con saña en el centro de la columna vertebral.
No sé qué hacer en una situación como esta, ya que nunca me ha pasado. ¿Le persigo aunque diga qué no? ¿Y si eso empeora las cosa? ¿Y si lo llamo ahora, pero me cuelga?
Tengo mi mano suspendida en el aire, todavía sin tocar el metal de la clavija, y sólo termino reparando en el lamento de Dante. Me giro un poco, viéndole encogido y abrazado a sí mismo mientras gimotea el nombre de Amis; incluso se le escapan las lágrimas. Lo peor es que lo ha hecho aposta, estoy seguro. Ha querido asegurarse que me quedaré en casa para vigilar que Dante no cometa una estupidez como la de la otra vez.
Es un tira y afloja, me está haciendo un pulso, y soltar al lobo ahora mismo podría costarme caro.
¿Pero qué puedo hacer? La respuesta cruel es dejarlo ahí lloriqueando como un niño y perseguir el aroma de Ewan porque todavía estará fresco; la respuesta equilibrada es quedarme con él, animarlo y tener paciencia hasta que las cosas se relajen; y la respuesta estúpida es encerrarme en la habitación para unirme al club de los llorones con el corazón herido.
—Amis... —gimotea Dante, siguiéndole un largo sonido agudo de tristeza que me obliga a poner una mueca, una de dolor porque yo también me siento herido.
Ha sido cruel y no le ha importado, quizás por el calentón del momento de la pelea. Ha sido un golpe bajo; mezquino.
Me doy la vuelta y veo de nuevo la puerta, es una decisión difícil cuando sabes lo que quieres pero no debes hacerlo o las consecuencias serán negativas. Lo he comprobado desde hace mucho y casi siempre la cosa me ha salido mal. Por ello, tomo varias bocanadas de aire y me humedezco los labios; también me quito las lágrimas con el dorso de las manos para que el lobo no vea que yo también estoy llorando. Tengo que verme fuerte, orgulloso y seguro, aunque por dentro mi corazón se comprima y amenace con llenarse de grietas. No podría soportar otra pérdida, con Mimi el dolor fue terrible.
Sacudo la cabeza cuando dejo de expulsar algunas lágrimas y vuelvo a girarme para ver que el pelinegro sigue ahí, encerrado en su dolor sin reparar en nada más. Camino en su dirección, aunque el corazón me duela y el nudo de la garganta quiera asfixiarme; no voy a permitirlo. Para cuando llego al otro lado del sofá, con mucho cuidado, apoyo la mano en la pierna de Dante que se termina sobresaltando.
—Ven aquí —le digo, abriendo los brazos. No duda en tirarse encima de mi y seguir lloriqueando el nombre de la chica en mi pecho, mientras yo le acaricio la espalda—. Ha sido muy cruel soltándote eso, no tenía que haber hurgado en la herida —murmuro, porque es lo que yo pienso.
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𝕽 o w e n [También en Inkitt]
Hombres Lobo[Libro 1] Ser la mano izquierda de tu Alfa es un honor que no todo lobo puede llevar sobre sus hombros, pero es aquello a lo que muchos aspiran alcanzar en algún momento de su vida. Dicen que ese rango especial es lo más cercano a la perfección, al...