Cuando llega el domingo por la mañana, soy yo el primero que se despierta en el aburrido colchón de siempre pese a que huela a mí. Ewan seguramente dormirá un poco más, ya que es nuestro « domingo de mimos » y ayer se debió dos cubatas distintos; tendrá jaqueca. Pero de todos modo sé que no me va a dejar con las ganas, lo sé en el mismo momento que me subo encima de su cuerpo y lo comienzo a despertar con besos y mordisquitos que lo estimulan. Sus manos, aún torpes, buscan tocar mi cuerpo para que me pegue a él y pueda oler mis feromonas que siempre lo vuelven loco. Inhala, exhala y gime, repitiendo el proceso durante al menos un minuto antes de notar que entro directamente.
—¡Cabrón hijo de.... JODER, ASÍ! —ahoga un grito, hincándome los dedos tan fuerte que le gruño con densidad—. ¡VAMOS, FIERA!
Sólo de escucharle gritar de ese modo, sonando entre enfadado y cachondo, consigue que deposite absolutamente toda mi atención en él. Ignoro por completo que el móvil de Ewan vibra al lado de la cama, el sonido leve de los muelles cada vez que empujo hasta el fondo, los pitidos de los coches de algún posible atasco en el exterior, y también el olor de Dante que parece haberse asustado ante el grito del conejito. Nada me importa ahora. Me concentro en su cara y su aroma, en esa volatilidad entre la fiereza y la pasividad cuando me muevo de una manera específica; en sus ojos verdes que me hacen sentir como en casa cada vez que los miro; en su olor a manzana caramelizada que me obsesiona desde la primera vez que lo olí; en la locura de sus manos cuando me tira del pelo mientras me grita tantas cosas que no razono el significado; el sonido de su voz en todas sus formas, en cada respiración y bocanada de aire; en lo apretado que está siempre por las mañanas y lo fácil que es ver cómo es capaz de seguirme el ritmo para dar la talla. Ewan es perfecto, y yo también. Ambos merecemos la perfección.
Hora y media, cuatro corridas y un mordisco sangrante en mi pecho después, salgo de la habitación con la sonrisa más amplia del mundo. Ha sido maravilloso. He dejado al pobre tan exhausto que se ha dormido en medio de nuestro momento de caricias, aunque le he dicho que él siempre tendrá lo mejor de mí por muy mierda que sea mi vida. Me marcho al baño para mear con calma, me lavo la cara y me desenredo el pelo hasta hacerme un moño mal hecho por mera pereza; incluso me replanteo comprarme una maquinilla para no dejarme un dineral en la barbería cuando veo la barba.
En cuanto salgo para hacerme mi café, me doy cuenta de que ya está preparado y hay una pequeña maceta de amaranto, lo que me hace girar la cabeza y ver a Dante en el balcón. Tiene su café en la mano, su pantalón le marca el culo y tiene la mirada perdida en el cielo grisáceo. Lloverá. Pero lo que me tiene algo confundido es la maceta y el café, cosa que es imposible que Ewan haya hecho porque está caliente todavía y no se ha movido de la cama para nada. Tomo el café y le doy un sorbo, sabiendo que es el sabor que me gusta. Algo quiere decirme.
Camino parte de la cocina, cruzo el salón, y cuando llego a las puertas del balcón abierto escucho que Dante me gruñe bajo. Señal de que me he acercado demasiado silencioso por su espalda y lo he asustado. Suspiro y sigo adelante, colocándome a su lado.
—¿Amaranto? —le pregunto, porque es obvio que lo ha puesto él. No puede ser nadie más—. ¿Sabes lo que significa, Dante?
—Fidelidad —murmura sin mirarme, tiene los ojos fijados en las nubes grises—. Lo encontré por internet, ya que yo no entiendo de flores. No se me educó para saberlo, pero son bonitas y sabía que llamarían tu atención enseguida.
Tomo una fuerte bocanada de aire y cierro la boca por un momento. No quiero malinterpretar el mensaje, porque el concepto de « fidelidad » tiene muchas connotaciones y no estoy seguro lo que quiere decir con ello. Me bebo el café a sorbos para no mostrar mi ligero nerviosismo y duda, aunque no creo que se dé cuenta de ello porque, cuanto más lo veo, sé que pasa algo en su cabeza.
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𝕽 o w e n [También en Inkitt]
Kurt Adam[Libro 1] Ser la mano izquierda de tu Alfa es un honor que no todo lobo puede llevar sobre sus hombros, pero es aquello a lo que muchos aspiran alcanzar en algún momento de su vida. Dicen que ese rango especial es lo más cercano a la perfección, al...