Agosto.
Julio no tuvo nada interesante que ofrecer, sólo momentos agradables y ñoños porque quedaba mucho para diciembre. Bailamos mucho, salimos mucho, follamos muchísimo, teníamos muchos momentos bobos en el sofá o en la cama a la hora de los descansos... pero entrenar no iba a quedar fuera de nuestra rutina diaria. Quería que Dante fuera fuerte, ganara músculo y resistencia, porque si quería ir conmigo entonces tendría que demostrarme que no iba a ser un estorbo.
Por descontado, los celos mutuos no quedaron fuera de la ecuación.
Salir a bailar no era una bandera roja para Dante sino una puta sirena de policía, la cual se encargaba de tenerme siempre un ojo encima aunque nos mantuviéramos separados para así no agobiarnos. No se me podía acercar ninguna persona —hombre o mujer, lobo o loba— en exceso, porque inmediatamente se abría paso para intimidar al contrario con una cara de molestia impresionante. Sin sonrisas bobas, sin buenas caras o un tono amable. Sólo un silencio pesado y una mirada que podrían decirte que como no te fueras te iba a aplastas como a una lata de refresco. Luego se me pegaba a mí y me mordía para dejarme una marca para que estuviera bien a la vista.
En mi caso, salir a la calle y parar en algún puesto de comida era mi alarma. Dante se encargaba de provocar esos celos cada vez que volvía de mear o de pedir algo, porque permitía que alguien le adulara e incluso le tocaran los brazos. Yo intentaba resistirme, haciéndome el indiferente, pero era oír a esa gente... tocarlo... oler la excitación del lobo... No podía. Me ponía furioso automáticamente, y gruñía profundamente denso para que se dieran cuenta de que mi cara les estaba instando a que se fuera o los iba a matar ahí mismo delante de todo el mundo. Yo era peor que Dante, muchísimo peor. Mi cara con la barba frondosa intimidaba más, yo gruñía siempre y enseñaba los dientes, pero sobre todo me tiraba todo el rato marcando territorio con el brazo para que todo el mundo supiera que ese lobo era mío.
Después me lamentaba, me llamaba idiota y me repetía que no tenía que hacer eso.
¿Y Dante? Bueno, encantadísimo de la vida de que le celara y sufriera un poco hasta que él venía a darme un abrazo cariñoso y decirme que no me preocupara, que sabía que siempre querría a Ewan y él toleraba eso.
No sabría decir si es permisivo o estúpido.
—Pues sí, mi chico es todo un bruto, ¿pero me puedo quejar? No, porque también tiene su punto blandito que me encanta —Kellian, nuestro vecino del primero, le da una calada al porro antes de pasárselo a su pareja, Dennis, que lleva mirándole con un brillo intenso desde que se han sentado a hablar con nosotros—. Es el equilibrio, cielo. Como tú haces con el tuyo.
—Dante no es mi...
—¿Él también se pone celoso muy a menudo? —me interrumpe Dante, haciéndome poner los ojos en blanco y me llevo el vaso grande de plástico con el café a los labios.
Ambos lobos se ríen, comparten una miradita y Kellian asiente.
—Ya lo creo que sí. O sea... ¡Mírame! —se muestra con cierto amaneramiento de la cabeza hasta los pies pese a estar sentado—. ¿Qué hombre puede resistirse a esta belleza lobuna? Estas trenzas tan preciosas, estos pómulos tan definidos y sobre todo tengo el culo perfecto.
Yo, por ejemplo, puedo resistirme pero prefiero reservarme mi opinión. Me resulta tan antierótico como Cheren.
—Kellian es todo un encanto —apoya Dennis con una sonrisita boba. Da una calada al porro e intenta pasármelo, pero lo niego, y el que lo acepta es Dante—. Aunque pueda ser muy femenino, os aseguro que no conoceréis a un hombre como él. Sabe pegar buenos puñetazos, sus manos son fuertes.
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𝕽 o w e n [También en Inkitt]
Werwolf[Libro 1] Ser la mano izquierda de tu Alfa es un honor que no todo lobo puede llevar sobre sus hombros, pero es aquello a lo que muchos aspiran alcanzar en algún momento de su vida. Dicen que ese rango especial es lo más cercano a la perfección, al...