Pese a que los fines de semana el trabajo era más tranquilo y opcional, decidí irme a mi despacho en esa ocasión. No lo hice con una sonrisa en los labios, tampoco con un deje engreído, sino con la calma que me caracterizaba cada vez que mis piernas entraban en dicho territorio. Tenía que ser impávido, porque las manos de Dalton deben ser perfectas frente a todos los demás. Aun así, a la vuelta de ese sábado, Ewan volvió como prometió junto a Amaris... y alguien más. No salí a saludar, tampoco hice preguntas en el momento que el rubio entró en casa. Sólo me limité a tragarme lo que pensaba a mis adentros, follar en el sofá hasta que Ewan volviera a oler completamente a mí y cenar con calma. Después de la siesta lo volvimos a hacer en la cama hasta que lo dejé tan relajado que se durmió al instante sobre mi cuerpo.
Sin preguntas, sin exigencias ni malas caras. Sólo una bandera naranja que podría volver a ser roja en cuanto volviera a vislumbrar una pequeña cosa diferente.
Así siguió mi nueva rutina hasta que llegamos a la segunda semana de septiembre; una escrupulosamente planeada y sin errores: Le envié un mensaje a Amaris para explicarle una mentira muy bien elaborada, la cual repetí con Ewan para que no sospechara, y por ello ella se encargaría de traerlo después del trabajo. Olía a lobo cada vez que lo hacía. Suave, por lo tanto no había contacto físico; tampoco marcas, porque yo mismo las contaba y memorizaba sin que fuera algo tan descarado. Amordacé mis celos, esperándome a dejarle dormido para desatar toda mi furia con el saco hasta que terminé desencajándolo, partiendo la rama y volviéndola a colgar en otra. Los tuppers, por supuesto, volvieron a ser en una cantidad generosa aunque estuviera notando que el dinero estaba bajando rápidamente y Dalton no pagó mi parte de Agosto.
En cuanto a la manada, se notó en seguida la sangre nueva que ingresó y no tardaron nada en hacerme la pelota para intentar ganarse mi favor. Habían preguntado directamente quiénes eran los rangos más altos de la manada, lo cual obtuvieron muy malos resultados con Jackson por ser muy precavido; conmigo se chocaron de cara contra un muro de hielo. No iba a permitir que un puñado de lobos que pasaron más de cinco años en un estado, y sólo venían en fiestas puntuales, me lamieran el culo para rascar parte de mi atención. Obtuvieron la frialdad que merecían todos los extraños cuando se creían que me dejaría halagar con facilidad, siendo capaz de crispar los nervios a más de uno para llamarme egocéntrico por lo bajo.
Jake sufrió parte de esa frialdad con los trabajos también. No tuve piedad para enseñarle que conmigo no iba a hacer el vago en un aburrida hamburguesería, recogiera paquetes ligeros o tendría tiempo de cotorrear con su amorcito por teléfono. Le enseñé cómo trabajaba sin importar siquiera que mis camisas se tiñeran de sangre, lo poco que me importaba arrancarle la faringe a un chivato, lo poco que me temblaba el pulso para pegarle un tiro a quien intentara robarme y huir con lo robado... Mi trabajo no es un camino de rosas, y si te digo que tienes que pisar púas, las vas a pisar antes que yo si creo que puedes hacerlo.
Ese primer lunes de la segunda semana, Jake, entra tambaleándose muy mareado en la entrada de la guarida de la manada. Su piel se ha palidecido y no por el viaje en coche. Yo, por el contrario, estoy tan tranquilo que no me importa que me vean media cara manchada de sangre mientras me fumo un cigarro.
—Aprenderás muy pronto, Jake —alienta Jackson, acercándose a nosotros. Observo el movimiento de su mano, aceptando el papel que no dudo en guardar en el bolsillo antes de agarrarlo—. Rowen enseña bien. Duro, pero te hará muy maduro.
—¿Quieres una de tus hamburguesas, Jake? —pregunto yo, observando que aprieta los labios con asco—. Jugosa, tierna, pringosa... —gimo con una sonrisita maliciosa—. Deliciosa.
—Para...
Suspiro, poniendo los ojos en blanco. Débil...
—Jackson, llévatelo al baño para que pote. No ha podido soportar que le arrancara la lengua al último soplón por mentirme en la cara. —Veo que asiente y yo me adelanto en un par de zancadas para ingresar a los baños para lavarme la cara.
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𝕽 o w e n [También en Inkitt]
Werewolf[Libro 1] Ser la mano izquierda de tu Alfa es un honor que no todo lobo puede llevar sobre sus hombros, pero es aquello a lo que muchos aspiran alcanzar en algún momento de su vida. Dicen que ese rango especial es lo más cercano a la perfección, al...