68. Rowen estuvo aquí, Kay

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En el mismo momento que el despertador del móvil suena, lanzo un gruñido de enfado. No me cabrea el hecho de tener que levantarme casi a las seis de la mañana, tener un poco de dolor de cabeza por el vino o porque tenga hambre. Estoy muy molesto porque esta cama no huele a lo que tiene que oler, no tengo a mi conejito a mi lado para que follemos y así tener un buen día; y mucho menos tengo nada que me motive a hacer bien mi trabajo y lo mande todo a la mierda. Las sábanas huelen demasiado a suavizante de coco, la almohada tiene un ligero toque a limón y tengo una empalmada que me va a tocar saciarla del mismo modo que lo haría un lobato. Eso me jode mucho más. 

Me levanto frustrado y gruñendo enrabietado en dirección a la ducha para quitarme el calentón de todas las mañana, metiéndome en el agua fría para que al menos me baje un poco. La experiencia es decepcionante. No sólo no me he corrido sino que, por cada minuto que invierto en ello, termino estallando y pegándole un puñetazo a objeto que tiene los champús y el acondicionador; terminando por caerse todo dentro y rompiéndose algunos.

A la mierda, me tendré que joder.

Tras terminar de ducharme más enfadado que al principio, me marcho a ponerme mi ropa —jogger negro, camiseta larga; negra y lisa; con cuello de tortuga y botas negras con punta de hierro— sin dejar de mascullar maldiciones altísonas, y finalmente me hago el moño con el pelo todavía un poco humedecido porque no he querido perder el tiempo. Pienso exprimir este día y tomar el primer avión de vuelta a casa cueste lo que cueste. 

Salgo de la habitación con un maletín, dando un abrupto portazo, y justo cuando estoy a nada de pegarle una patada a la primer persona que pille, termino encontrándome a Pyro abriéndole la puerta a una de las limpiadoras mientras se arregla el vestido.

—Adiós preciosa, llámame —le guiña el ojo con una sonrisita. En cuanto voltea y me ve a la cara, no vacila siquiera en recorrerme hasta que aprecia que la entrepierna está obscenamente remarcada. Luego vuelve a subirla a la cara—. Algo me dice que estás malacostumbrado a meterla cada día, ¿me equivoco? ¿O has perdido fuelle y el viejo eres tú?

—Tienes dos minutos para ducharte, dos para vestirte todo de negro, uno para tomar el maletín con tus juguetes, y dos de regalo para que salgas de esa puta habitación antes de que me veas algo más que molesto —le gruño en un deje rabioso, porque su bromita sólo consigue enfadarme más todavía que antes—. Una broma más y empezarás a usar bastón.

—¡Oh, venga ya, Rowen! —brama en el mismo instante que tomo los primeros pasos para marcharme de este maldito lugar—. ¡Deja qué los viejos también nos divirtamos cuando tenemos la oportunidad!

—¡Tic-tac, Pyro! —grito lo bastante alto para que se dé prisa antes de que la gente comience a salir a curiosear. 

Sólo escucho la puerta cerrarse con fuerza y un furioso gruñido, pero eso me garantiza que se dará prisa si no quiere que le ponga en evidencia delante de otras personas. Juego sucio, supongo, pero ahora me lo puedo permitir porque no tengo que darle explicaciones a nadie.


Para cuando el pelirrojo sale refunfuñando porque no ha desayunado, yo ya estoy fuera con un coche recién trucado para ahorrarnos trabajo. Abre la puerta del copiloto, enfadado, pero en el momento que ve un Happy meal me murmura un « hijo de puta rencoroso » que toma al momento. No le respondo a ello, es una pérdida de tiempo y yo tengo un par de ideas que podrían ahorrar trabajo pero tengo que parar en algunos sitios.

Conduzco por la zona de Grindstone pasando de largo un par de cafeterías y tiendas, pero sobre todo el descomunal distrito que sólo tiene complejo de apartamentos. Es gigante, literalmente, porque hasta donde alcanza mi vista sigo viendo casas que no pasan del azul grisáceo, el blanco y el gris metálico pese a que todo esté hecho de madera. Casas unifamiliares. Le sigue otra descomunal iglesia apegada a un complejo de oficinas de una altura, provocando que a Pyro se le escape un jadeo de sorpresa, y justo en el instante que entramos en una trampa para lobos (zona de comida y diversión) aprieto el acelerador; alejo la tentación y me aferro al cabreo. El boulevard también lo saco lejos de mi mente conforme conduzco y ya en el cruce de caminos asciendo hasta el norte. 

𝕽 o w e n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora