25. 𝙲𝚞𝚒𝚍𝚊𝚍𝚘: 𝙴𝚕 𝚌𝚘𝚗𝚎𝚓𝚒𝚝𝚘 𝚝𝚊𝚖𝚋𝚒é𝚗 𝚖𝚞𝚎𝚛𝚍𝚎

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« Demasiado tarde ». ¿Demasiado tarde para qué?

El abrazo a duras penas se alarga un par de segundos antes de que vuelva a recomponerse, como si nada hubiera pasado en ese tiempo y su cabeza se levanta; orgullosa; hasta que el sonido —y la peste— de un grupo de ruidosos y subnormales se acerca hacia nosotros en tropel. No hace falta decir que ya le dije a Ewan que evitara hacerle daño a los lobatos, pero él no es precisamente un amante de las normas y me espero cualquier cosa.

—¡Hey, Row! —dice Klaus, el que tiene más papeletas para ser un jefe dentro de ese caos al que llaman grupo—. ¿Es tu nueva puta? ¿Desde cuándo has pasado de follar coños a culos peludos?

Mi mandíbula se tensa al instante, recordándome una y otra vez que debo de demostrarle a estos idiota que yo soy el adulto y tengo las suficientes neuronas para hacer sinapsis.

—Es... Uno de mis conejitos —respondo, tosco y alzando la cabeza para imponerme.

—Oh... —murmuran algunos del grupo, observándolo y oliéndolo hasta que ponen una mueca de asco.

Ewan se cruza de brazos, mostrando una gélida diferencia que difiere por lejos de ese pequeño momento privado de debilidad. O al menos lo que yo supongo que fue. Observa al grupo de lobatos, uno de muchos que tenemos aquí, pero en ese grupo la mayoría son mayores de dieciseis pese a que su aspecto engañe a cualquiera: Muchos son alto y esbeltos, a duras penas comienzan a tener músculos desarrollados y vello en el cuerpo. Klaus, aunque parezca increíble, es el último que cumple años en diciembre y saca media palma al más mayor que los hace en enero. 

—Entonces... ¿Ya no te follas a la pelizorra? —cuestiona, pasando su mirada del chico a mí, observando claramente cómo mi ceño se frunce porque sabe perfectamente que puedo golpearlo. Sólo que no lo hago por mi ética—. Ya sabes, esa que chillaba como una loca en el club cuando los guardias la tiraron al barro. —Su sonrisa, afilada y aperlada, es propia de un demonio. 

—¡¿Qué?! —grita el mayor, Pharis, a modo de queja—. ¡¿Por qué la has cambiado por eso?!?

Suelto un gruñido grave y con un deje oscuro a modo de respuesta que a algunos los incomoda. No me gusta que hablen mal de mis conejitos. Se están rifando una hostia, una que no va a ser con mi mano sino con la bota más pesada y metalizada de mi armario. Aun así, tanto Pharis como Klaus levantan el mentón al ser ambos los peores egocéntricos del grupo. Se creen mayores y maduros.

—Rowen... —me llama Ewan con un tono tranquilo y frío—. ¿Quiénes son esta montaña de mierda?

—Lobatos.

—¿Mierdilobatos, dices? —punza, generando molestia al grupo al instante—. Les pega mucho, porque apestan como la mierda y estoy seguro que son más vírgenes que el aceite.

Ahí es donde nos duele a todo los lobos, justo en la hombría. Es bien sabido que aunque los lobatos sean unos pajeros la mayor parte del tiempo, alguno tiene suerte y consigue acostarse con alguna mujer. Insultar su hombría es un bofetón impregnado de mierda y otros fluidos en su cara. Lo más asqueroso. Lo más sensible. Ni siquiera dudan en mostrar su enfado con los dientes a la vista en señal de hostilidad.

Problemas en tres... dos... uno...

Pharis sale del grupo, rompiendo el perfecto óvalo hasta nosotros y yo tengo intenciones de ser quien le pegue un toque de atención para que se largue; aunque resulta que el que le pega un golpe es el propio Ewan, quien no duda en darle una patada alzada que termina golpeándole en la mandíbula y haciendo que caiga de espaldas. Ha sonado roto. Aquello prende la mecha y la norma de « atacas a uno, todos vamos a por ti », por lo que tengo que intervenir y rugirles en la cara con todo el cabello rubio transformadas en varias agujas de oro. Incluso a Ewan se le escapa un jadeo se sorpresa porque nunca me ha visto de ese modo pero los lobatos sí, sabiendo que si a un lobo se le erizan todos los cabellos la cosa puede acabar mal; y ya saben que conmigo no se juega cuando estoy a malas.

𝕽 o w e n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora