14. 𝚁𝚎𝚌𝚞𝚎𝚛𝚍𝚘𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚚𝚞𝚎𝚖𝚊𝚗

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Escuchamos el grito furioso de Amaris cuando entró en casa, cagándose en nuestra puta madre por haber atufado el sofá en la primera ronda de sexo. Qué exagerada, sólo estuvimos una hora antes de que yo arrancara al chico de ahí para irnos directos a su habitación. Era mi zona segura, la que más olía a mí y no existía ni un ápice de duda o nerviosismo que me descentrara. También la escuchamos gritar cuando abrió la puerta de la habitación, quedándose a medias y añadir algo que no alcanzamos a oír porque la cerró más rápido que un relámpago.

Tengo que admitir que fue el sexo más divertido desde que empezamos el año.

En el sofá todo era pura provocación para calentar el terreno, y al mismo tiempo trabajando conmigo mismo para concentrar toda esa agresividad en cuanto llegara el momento. Le escuché gruñirme que le follara en ese instante y que dejara de restregarme como un maldito perro, lo cual no hice caso porque yo era quien mandaba en las normas de la tentación y el cortejo. Llegué a provocarlo tanto con mi voz que se corrió en la primera mordida contra su pendiente, y ahí fue cuando fuimos directamente a la cama para tener diversión asegurada. 

No había cariño y suavidad en toda esa pelea de poder. Pasé de tentarlo a dominarlo para que nunca olvidara que los lobos éramos fuertes y dominantes tanto fuera como dentro de la cama; y lo reflejé en cada mordisco que dejé ansiosamente en su cuerpo, regalándome él varios insultos durante el proceso. Lo cubrí de arañazos en los muslos, su cuello parecía una zona de guerra donde el amarillo se transformó en púrpura, el culo quedó tan rojo que las embestidas casi parecían provocar un clímax mucho más intenso y fogoso; tirones de pelo en los que me obligaba a inmovilizarlo de las muñecas y morderle en el hombro con agresividad hasta hacerle sangrar. Gruñidos, gritos y jadeos fueron los sonidos que envolvían el habitáculo durante una hora más.

Tras terminar esa sesión de sexo tan violenta, me vestí y me fui a hacerme la copia sin siquiera despedirme. Y volví, claro que volví, ahora con las llaves nuevas que encajaban perfectamente durante el sábado para que lo primero que hiciéramos esa mañana fuera repetir lo mismo del viernes y dejar marca sobre marca.

Ewan era adictivo. Era esa droga distinta a las demás que había aparecido en el mercado y querías tenerla, quedártela para tu uso y disfrute sin que nadie más pudiera arrebatártela. Me daba igual que apestara a pintura, sudor o a lo que fuera, porque entre toda esa peste hallaba únicamente la mía que me hacía sentir mucho mejor. Estábamos transformando la ira en pasión.


Cuando termino el acto, lamo sus heridas mientras el rubio me observa con las cejas alzadas. Es mi obligación hacer eso, porque es prioritario que mis humanos estén marcados por mí pero que al mismo tiempo sepan —con este tipo de acciones— que voy a cuidarlos y protegerlos. Nadie más que yo tiene derecho a ello.

Como siempre, yendo demasiado rápido. Con Ewan todo parece que va a ser de esa forma: Un carpe diem del que no podré controlar a mi antojo, pero haré el intento de atar bien todo lo que esté a mi alcance.

—Rowen, ¿qué cojones haces? —Me aparta hacia a un lado, moviéndose de la cama con algo de brusquedad para salirse de ella. Observo en silencio como se pone el mismo pantalón de pijama que le quité de un tirón antes de lanzarlo contra la cama, sin importarle siquiera que se le vaya a quedar un manchurrón en la parte del culo—. ¿Vas a quedarte todo el puto día ahí haciendo el vago?

—No —respondo. Sigo sin comprender esos bruscos cambios de actitud que tiene, pero al menos sé que no va a rechazarme de ahora en adelante y no le importa lucir la marca que dejan mis mordiscos. Aquello me llena de orgullo, aviva mi ánimo—. Es sábado, pero prefiero aprovechar el día.

Salgo yo también de la cama para ponerme el pantalón de chándal, ya que es mucho más cómodo para irnos directo al tema. Aprovecho en dar unos cuantos pasos, agarrando la camiseta y dejarla sobre mi hombros mientras voy detrás de él, quien no ha tardado nada en salir por la puerta con el cigarro ya en la boca.

𝕽 o w e n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora