39. 𝙴𝚕𝚒𝚓𝚘 𝚕𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚜 𝚌𝚘𝚛𝚛𝚎𝚌𝚝𝚘... 𝚊𝚞𝚗𝚚𝚞𝚎 𝚍𝚞𝚎𝚕𝚊

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El precio a pagar siempre alto es nuestro mundo, sobre todo si tomamos el símil de que nuestros barcos se atracan en los puertos y es nuestra obligación decidir si queremos conservarlos o dejar que se vayan a hacer su recorrido. A veces tienes que arriesgar para que las cosas se calmen, se obtengan beneficios... o te los quiten. La vida es un riesgo.

En cierto modo esto era inevitable, tenía que ocurrir sí o sí en algún momento desde las primeras quejas. Da igual mis intentos por mejorar, por evitarlo, por intentar equilibrar una balanza que desde la primera vez se veía distinta a las demás. Soy una mano, no un lobo cualquiera. Tengo normas, obligaciones, requisitos... y estoy expuesto a las pérdidas junto al escrutinio de la manada. Supongo que es imposible pasar semanas bailando en la base de una navaja de doble hoja, donde tarde o temprano deberás caer a un lado; porque apartarse no es una opción, caer en dirección al suelo sólo volvería a reiniciar la danza.

Tenía que elegir, sopesar, tomar una de las mayores decisiones de mi vida el viernes. Era el ostracismo o permitir que nuevas heridas de guerra se marcaran en mi piel e hicieran compañía a las de Mimi, aumentando así mi pena y volver a fabricar una coraza mucho más dura. 

—Soy un chico fuerte, Rowen. Puedo con todo lo que me echen, no sería la primera vez que tengo que largarme sin llevarme nada.

Eso me dijo Ewan el mismo día que Jackson me llevó a casa al ser quien menos bebió, yo a duras penas podía ponerme de pie y tuvo que arrastrarme hasta el sofá para dejarme ahí tirado. Se lo conté todo. Mi charla con Dalton, mis miedos a perderlo, toda la lista de cosas que tendría que dejar aquí en Nashville para marcharse si lo elegí a él, la punzada de preocupación por Kabo y en lo solo que se sentiría si no me viera volver después de mucho tiempo; y eso sería volver hacia atrás, perder todo lo que se avanzó sólo con mis esfuerzos y paciencia. Lloré, después de muchísimo tiempo mientras lo abrazaba y él se quedaba callado escuchándome. Dejó que me vaciara, que gimoteara, que me abriera sólo a él bajo la protección de estos muros que sólo daban problemas por mucho que me esforzara en arreglarlos.

Era injusto, doliente. Era obligarme a sufrir un dolor emocional o exponerme a la muerte porque yo sabía demasiado; y nosotros silenciamos a quienes conocen demasiado de nuestro mundo.


El miércoles por la mañana me metí en el Garden, casi pareciendo habitual en mí pasarme varias veces a la semana. ¿Quién iba a decirme qué toleraría a un mocoso, y aun así no quisiera tener crías lloronas y destructoras en mi vida? Normalmente yo iba una o dos veces a la semana, pero desde que Kabo empezó a ofrecer mejoraría las cosas podían alargarse hasta seis veces; a veces de mañanas y otras un rato por la tarde-noche antes de irme a por el conejito. 

El cachorrito no duda en salir disparado de su común esquina cuando me ve entrar, escalándome por la pierna como las otras veces hasta pegarme su olor. Ronronea, le gusto, y sé que se siente seguro conmigo; pero no puedo ofrecerle nada sólido. Mi vida es dura, genera problemas, es inestable en estos momentos y yo no me veo capacitado para tener mil ojos en una criatura que merece mucha atención. Permito que me abrace el cuello, que su olor se impregne con la mía para que comprenda que lo acepto, y sus ojos en tono cobalto me observen mientras nos movemos hasta que tomo asiento en un ridículo sillón de panda. 

—Kabo, tengo un regalo para ti —le digo en un tono calmado, sentándolo sobre mis piernas—. Sólo es para ti, para nadie más, ¿entiendes?

Él asiente sin quitarme los ojos de encima. Sus finas cejas, partidas, se alzan cuando ven que saco de la bolsa de plástico un gorro amarillo con pompón; un regalo ridículo, pero apesta tanto a mí que seguro que le ayudará a mantener la calma cuando se sienta nervioso o triste. Se lo pongo en la cabeza, observando que su cejas pasan de alzarse a fruncirse y termina cabeceando hacia arriba con intenciones de ver algo; sus manos agarran los bordes hasta hincarle los dedos.

𝕽 o w e n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora