En la mañana del lunes, Ewan me despierta buscando las partes más sensibles de mi cuerpo conforme se me pega. Huelo el aroma que destila su cuerpo cuando necesita que le dé una atención íntima y privada, ignorando todo lo que me rodea; especialmente cuando noto que sus dientes muerden un pezón que me hace jadear y empalmarme prácticamente al instante. A duras penas escucho las quejas de Dante que duerme en el salón, llamándonos hijos de puta porque todas las mañanas se tiene que masturbar en el baño por culpa nuestra. Al rubio le importa una mierda, porque sigue con nuestro ritual para entrar en calor ya que adoro los preliminares cuando tenemos tiempo.
Él juega utilizando caricias y susurros, a veces juguetones mordiscos en alguna parte de mi cuerpo; y yo, por el contrario, inicio con arañazos leves, gruñidos y restriegues para que siempre huela a mí desde la primera hora de la mañana.
Para cuando entramos en calor, ya sabemos que Dante se ha ido al balcón a fumarse un cigarro mientras nos odia por ser tan calenturientos, y yo invado el territorio interior de Ewan mientras pone esa cara que sólo me pertenece a mí: La pasividad, la dulzura y suavidad, sólo para subirme el ego por unos minutos. Hasta que después se aburre y vuelve a ser una fiera salvaje que insulta para que follemos más fuerte, me tira del pelo para dictaminar si las estocadas son las que quiere a esa intensidad, y sonidos que estoy seguro que los vecinos serán capaces de escuchar porque son altos. Lo inmovilizo, lo marco, lamo su sudor y a veces aprieto de su cuello para que sepa quién manda. Me gusta que grite, que su voz suene alta para que todos sepan que ese conejito es mío y no necesita a otro hombre en su vida.
Una hora y cuarto después yo ya estoy más despertado que antes, Ewan apesta a calma y a mí, Dante resopla maldiciendo la peste que dejamos cada vez que follamos; que a ver cuándo cojones ponemos una puerta o una corredera para que el tufo no invada toda la casa. Nos da igual, e incluso nos reímos cuando termina de maldecir y se mete en el baño, ocupándolo por lo menos veinte minutos. Ahí es cuando me quejo yo cuando voy a mear, porque apesta a él y no me gusta.
Es conflictivo para ambos, así que deberíamos de pensar en eso o la cosa podría ir a peor.
Entre idas y venidas desayunamos los tres, aún un poco molestos dos de nosotros y Ewan juguetea con el mechero. Hasta que saco el tema del miércoles, creando que el chico deje lo que está haciendo y me mire. Lo hace con el ceño fruncido, quizás un poco incómodo cuando digo quién es el lobo que me ha dado el mensaje, sólo que no estoy seguro de la intención. Recordé, la noche anterior antes de dormir, que Dalton envió a tres lobos a Texas, pero jamás imaginé que el viejo Pyro justamente estuviera en Dallas. Fue toda una sorpresa.
—¿Lo matarás? —pregunta Ewan, haciendo que Dante deje la taza de vuelta a la barra. Ambos me miran, agacho la cabeza y guardo silencio—. Rowen, responde. ¿Serás capaz de matar a un lobo de esa manada?
No quiero hacerlo. Pyro es un lobo honorable, de la vieja escuela, alguien que pese a estar chapado a la antigua no le importa conocer las cosas nuevas que hacen los demás. Claro que no es precisamente muy amable con todo el mundo; es bastante selectivo.
—No lo sé...
—¿Si te atacas te defenderás, al menos? —insiste en tirarme de la lengua.
—Pyro no es... —detengo lo que voy a decir. No tengo que poner excusas de mierda, porque una cosa es matarlo y otra es defenderme; una defensa no tiene porqué acabar en sangre—. Me defenderé, pero antes tengo que saber un par de cosas. Tengo dudas que necesito resolver, especialmente el por qué me ha dicho de quedar y no ha hecho daño a Dante para dejar un mensaje clásico de venganza o recelo.
Ewan se queda callado por un momento, mirándome con sus ojos verdes con mucha atención hasta que asiente.
—Bien. No quiero un perdedor conmigo, sino un lobo listo y valiente. —Su silencio, aun con la mirada fija en mí, me insta a no apartarla para que no crea lo contrario—. Y tú lo eres, lo has demostrado muchas veces, Rowen.
ESTÁS LEYENDO
𝕽 o w e n [También en Inkitt]
Werewolf[Libro 1] Ser la mano izquierda de tu Alfa es un honor que no todo lobo puede llevar sobre sus hombros, pero es aquello a lo que muchos aspiran alcanzar en algún momento de su vida. Dicen que ese rango especial es lo más cercano a la perfección, al...