83. 𝙴𝚕 𝚕𝚘𝚋𝚘 𝚖𝚊𝚕𝚘 𝚜𝚘𝚢 𝚢𝚘

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—No.

—¡Rowen, lo compré con toda la ilusión! —brama Dante, volviendo a recoger la camiseta que lancé al sofá antes de que me obligara a ponérmela—. ¡Te verías muy sexy con ella! 

—No.

—¡Arg, eres imposible! ¡Terco! ¡Gruñón! —Da por finalizada la bronca de casi una hora, tirando la camiseta de nuevo al sofá, para irse en dirección al balcón para fumarse un cigarro y así calmarse.

En estas dos primeras semanas de mayo, Dante estuvo muy cansino en hacerme regalo de todas las clases. Intentó de todo: Café nuevo, pastelitos, cuerdas de guitarra (no servían para esta), deportivas con detalles llamativos, camisetas con un aire juvenil y colorido... No es la primera vez que dice que siempre me visto muy serio y debería de tener color en mi armario, a lo que yo me niego en rotundo. No quiero nada. Que un lobo te regale cosas no es sólo porque le gustas sino porque quiere sentir el orgullo de que lo aceptas, y a veces eso da hincapié a formalizar algo más. 

El lobo malo soy yo. El intransigente, el terco, el gruñón, el que no le da la gana que le vendan la moto porque sabe cómo funciona el tema. 

Ya le he dicho muchas veces que lo nuestro es sólo simbiótico: Follamos, nos damos unos mimos, vamos juntos al trabajo y charlamos como cualquier lobo sin llegar a ese nivel de cursilería. Porque esa camiseta es muy parecida a una que tiene él, sólo que en lugar amarilla es naranja y en lugar de un tiburón tiene un pez tropical. No quiero. No lo acepto.

Este tipo de novedades también se sumó a un cambio de actitud en su personalidad. Puede que, mientras follábamos, se ponía blandito y dócil porque sabía que controlarlo aumentaba mi ego para desfogarme; pero cuando el día normal llegaba... a veces rozaba lo insoportable. Me contestaba de todas las formas, refunfuñaba, y cuando intentaba alzarme la voz sólo con verme la cara a modo de advertencia se lo pensaba mejor y sólo reducía el tono aunque no el mensaje.

Sin embargo, esto también tuvo su lado bueno.

—¡Mira, no se ha resecado esta vez! —lo dice cuando me planta la bandeja de pavo encima del esparto, ya que casi me da un ataque al ver las marcas de quemadura que tuve que lijar—. ¡Seguro que está buenísimo!

—Te estás haciendo toda una mujercita, Dante —punzo, desinflándole un poco el ego y ganándome un gruñido de advertencia—. Seguro que algún día encontrarás a alguien que te ponga el culo para que puedas desfogarte, ya hasta sabes cocinar algo sin que se te queme o pegue al hierro.

—¡Joder, eres un imbécil! —gruñe.

Le doy un manotazo en la cara a modo de broma, riéndome porque al fin de cuentas también tenemos nuestras peleas estúpidas.

—En el fondo te encanta que sea tan cabrón.

—¡Me pienso vengar, por bocazas! —brama en un gruñido leve, tirándoseme encima para morderme de inmediato e iniciar una tonta pelea.

Peleamos en el sofá, el cual sigo sin entender cómo soportar todas nuestras sacudidas pese a que es una mierda. Dante me muerde en el cuello a modo de juego, intentando controlarme, pero yo soy más fuerte y tramposo que él; decido devolverle el mordisco en el hombro, pero apretándole en el centro del culo para oírle soltar un gemido de molestia. Entre tontería y tontería nos terminamos cayendo el sofá (el abajo y yo encima), riéndonos todavía mientras yo aprovecho para inmovilizarle de las muñecas y ponérselas encima de su cabeza, y por supuesto le vuelvo a morder para que sepa que yo siempre gano.

Se retuerce, gruñe en varias tonalidades, e incluso se esfuerza para zafarse. La pelea sigue en el suelo, alejándonos de la mesita de café y el sofá, e incluso aprovecha el espacio libre para cambiar las tornas y quedarse arriba aunque mis manos dejen sus brazos en una postura extraña.

𝕽 o w e n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora