72. 𝙿𝚊𝚐𝚘 𝚕𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝚍𝚎𝚋𝚘, 𝚌𝚘𝚋𝚛𝚘 𝚕𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝚖𝚎𝚛𝚎𝚣𝚌𝚘

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—¿Por qué has hecho eso? —me pregunta Ewan de camino al coche, señalando el edificio en llamas y con una espesa chimenea de humo negro del final de la calle—. ¿Te debían pasta?

—Yo pago lo que debo, conejito curiosón, y ellos me mintieron cuando te vendieron esas putas cadenas de mierda —gruño de mala gana, abriendo la puerta del coche. Meto la llave de inmediato y no arranco hasta que el rubio no entra y cierra la puerta; de vuelta a casa—. Panda de subnormales... « Las mejores cadenas de la tienda », decían... Ahora ya no hay tienda por mentirosos.

Ewan lanza un murmullo de no entender una mierda de lo que estoy hablando, pero desde luego que yo sí y no voy a permitir que una panda de vendehumos vuelva a soplarme casi trescientos dólares en unas cadenas que sólo aguantaron un jodido día. Supongo que cobré lo que merecía, al menos por una parte durante el Celo de Dante.

En el momento que el lobo pronunció esas palabras, tuve que darme prisa e intentar domesticarlo a mi manera, lo cual pareció funcionar durante las primeras horas en las que las sacudidas eran violentas y los rugidos retumbaban entre las paredes además de las ventanas. Recuerdo perfectamente como el pelinegro gritaba mi nombre en un sonido animal de garganta durante las estocadas, intentando atraparme sin demasiado éxito con las manos. Y todo gracias a las cadenas que me encargué de reforzar todo lo mejor que podía a punta de martillazo. Podríamos decir que las primeras dos horas yo ya estaba medio muerto del cansancio y, Dante, tenía ese cerebro de bellota encalado en algún lugar. Alternar una follada con una paja en teoría no tenía que ser tan complicado, pero cuando ese puto lobo no se quedaba quieto era casi imposible, especialmente cuando su polla se transformó en una fuente que no dejaba de soltar litros y litros de corrida.

A duras penas tuve tiempo de descansar, porque al rato volvió a ponerse rabioso e insoportable, gritando y rugiendo incoherencias ininteligibles. ¿Alguien sabe lo jodido qué es hacerle varias pajas a un lobo durante su Celo? Yo lo diré: Agotador, sobre todo porque te rifas que te dé un tirón para atrapártela para luego ponerte de espaldas y perforarte el culo hasta que se le acaba la maldita pila; rellenándote como un pavo en navidad. Tuve que darle agua varis veces, recibir varios arañazos, esquivar agarrones, y por supuesto que me defendí con puñetazos, manotazos y azotes. Una estupidez, no sirvieron para nada. 

Sobreviví ese primer día con creces, sin embargo en el segundo la suerte comenzó a escapárseme de entre los dedos cuando arrancó una de la cadenas de las piernas. Tironeamos tanto él como yo, gritándonos y rugiéndonos para imponernos, aunque poco importaba porque era mi enfado contra su instinto. A las pocas horas se salió la del segundo pie y la de los brazos no tardaron demasiado en abandonar las paredes. Corrí como un auténtico gilipollas por toda esa parte de guarida, intentando engañarlo de todas las formas posibles aunque sin demasiado éxito. Absolutamente todas las puertas terminaron rotas por sus embestidas menos la que daba al otro lado, y todo porque le grité para que viniera a por mí si tan macho se creía.

Lo diré ya: Que te den por el culo duele. Duele como un jodido infierno cuando ni siquiera se han molestado en lubricarlo para que la hincada no te haga querer vomitar. 

—No me has dicho qué tal fue el Celo con Dante —me dice casi a mitad de camino a casa. Se aprecia perfectamente que no estoy de humor para hablar, incluso me cuesta tragar saliva por ese tema—. ¿Tan malo fue? Bueno... Quiero decir, oí mucho gritos y ruidos perturbadores pero...

—Fue... difícil, pero pude con ello.

Difícil. Já. Fue lo puto peor que voy a vivir jamás en mi larga vida.

Después de que Dante me taladrara el culo durante cuatro putas horas ininterrumpidas, marcarme como un auténtico novio obsesivo y tirarme del pelo para aplastarme en el colchón, todo fue cuestión de inteligencia. Me encargué de pelear, maniatándole las manos para que no pudiera agarrarme de ninguna manera posible, ni siquiera haciendo fuerza para liberarse, y después lo tiré contra el sofá para tirarle del pelo con fuerza mientras me vengaba de él. Me impuse, inmovilizándolo con un potente mordisco en el cuello que le hizo soltar un alarido agudo para que su peso no superara al mío en fuerza. La palabra « agotador » durante ese segundo día fue insuficiente, no podía seguirle el ritmo por mucho que me esforzara en demostrarle que yo mandaba ahí y él tenía que obedecer.

𝕽 o w e n [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora