Para cuando atravieso gran parte del bosque con el cuatro-ojos a cuestas, soy capaz de escuchar el rugido de Pyro a lo lejos para ayudarme a orientarme mejor. Norte, todo al norte que pueda, y eso es lo que hago. Entre sacudida y sacudida, sumado al hedor de mi cuerpo, el asqueroso humano me ha potado encima durante el trayecto, aunque la mayoría de todo es bilis y a duras penas soy capaz de captar una sopa que le habrán dado para no dejarlo en los huesos. ¿Dije que este trabajo apesta? Pues con la pota he sumado un punto más que me pienso cobrar en algún momento, porque ahora parezco un plato estrella de un vagabundo; hasta el pelo está pringoso y embarrado.
—Lo siento... —murmura con la voz ahogada antes de que yo pegue un brinco para evitar un charco.
No quiero sus putas disculpas. Odio que me manchen la puta ropa otros que no sea yo, y eso sólo provoca que mis pasos se muevan más furiosos, las sacudidas sean más violentas y no deje de gruñir de mala gana durante todo el resto del trayecto.
Varios minutos largos, eternos, apestosos y donde el humano no deja de gimotear que quiere volver a casa, consigo llegar hasta Pyro quien no lleva el mismo coche sino otro. No le pido ninguna explicación, le paso el humano para que lo coja y su nariz se arruga de inmediato. Obviamente me esperaba esa cara de asco al acercarme en exceso, hasta yo lo huelo de sobra.
—Santa Selene, muchacho... —Se aparta, abriendo la puerta para meter al tipo detrás que sigue lloriqueando idioteces—. Apestas a muerto.
—¿Cómo te atreves a cuestionar mis gustos en perfumería, Pyro? —expreso sarcásticamente, lo que le hace poner una mueca—. Ya eres demasiado viejo para...
—No entrarás con esa peste en el coche, o vamos a estar potando durante horas —me interrumpe al cerrar la puerta. Se cruza de brazos, dejándolos bajo el pecho y niega con la cabeza—. Lo siento, pero se me hace difícil respirar y no sé si resistiré hasta llegar al aeropuerto.
Le gruño muy enfadado por su respuesta. Podría meterme en algún sitio con agua para quitarme toda la porquería si me acercara, al menos a un lago, pero por la distancia que está manteniendo por su expresión corporal algo me dice que no voy a tener esa suerte. La mezcolanza de arrepentimiento, asco y rechazo —por el olor— es palpable.
—¿Y qué coño hago yo, eh? —exijo saber, mostrándole que mi molestia ahora mismo no es precisamente baja—. ¿Enseño las tetas qué no tengo para que pare alguien? ¿Muestro una pierna peluda para hacer autoestop? ¿O mejor pongo el culo?
—Lo siento, muchacho, enserio... —abre la puerta del piloto e ingresa a dentro. Sigue negando con la cabeza, molesto él también porque tampoco quiere dejarme tirado—. La prioridad es él, es nuestro trabajo y tú eres un lobo listo.
—No lo dirás en serio...
Cierra la puerta, baja la ventanilla y después coloca la llave para que se encienda el coche.
—Te lo recompensaré de alguna forma —lo promete, pero a mí no me sirve. Una promesa ahora mismo no me llevará de vuelta a Dallas o a la guarida principal de la manada—. Informaré a Kaya de si puede enviarte a alguien, o intenta limpiarte lo mejor que puedas y utiliza el billete de vuelta.
Ni siquiera espera a que responda, ya que derrapa para largarse de inmediato, a lo que yo sólo grito:
—¡No me funciona el puto móvil y estoy herido de un brazo, viejo de mierda! —Bajo los brazos que he estirado inconscientemente antes de que se alejara, terminando por chistar la lengua—. Genial... Me estoy replanteando si, realmente, esto es una venganza por haber sido tan descarado frente a Kaya para sonsacarle un doble título de propiedad. ¡¿Y AHORA QUÉ COJONES HAGO?!
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𝕽 o w e n [También en Inkitt]
Werewolf[Libro 1] Ser la mano izquierda de tu Alfa es un honor que no todo lobo puede llevar sobre sus hombros, pero es aquello a lo que muchos aspiran alcanzar en algún momento de su vida. Dicen que ese rango especial es lo más cercano a la perfección, al...