La segunda semana de diciembre empezaba la parte más complicada. Se lo dije a Ewan ese domingo de la primera semana: Será incómodo y dejarás de reírte cuando la zona escale hasta un punto en el que, mi control, a lo mejor no será suficiente.
Se lo tomó a broma. Me llamó dramático, que Dante sólo estaba siendo cansino y mimoso, y que estaba seguro que yo podría con todo sin ningún problema. Eso último no sería un problema si mi Celo fuera en Enero o más tarde, pero resulta que estábamos en mi mes y eso implicaba estímulos que iban acumulándose. Yo mismo era una cafetera expuesta a una lumbre baja: lentamente iba cogiendo tono, donde empezaba un abrazo con mala cara y escalaba de forma paulatina hasta pegarme a la espalda del lobo para que yo lo controlara.
Somos lobos, tomamos el control. El lobo más débil tiene que ceder y, Dante, cederá... quizás demasiado para mi gusto. Será una trampa.
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Como cada mañana que Ewan se va a trabajar, Dante no sale de su zona hasta que no escucha que la puerta se abre por segunda vez, siendo la señal de que salgo yo. Tardo en salir de la cama y no sólo porque he follado con Ewan hasta desfogarme, sino porque soy consciente de que el pelinegro tendrá que ser arrastrado por mí hasta la zona en la que tiene que pasar su Celo a solas. No me da pena, ahora no. Siento que el cuerpo me traiciona cada vez que se me pega con fuerza, que me impregna con su sudor de manera inconsciente y que las caricias para que se quede quieto no durarán para siempre.
Tomo una bocanada profunda de aire antes de salir de la cama, dándome ánimos y exigirme que me controle yo mismo. No debo ceder, no debo caer aunque se me tiente. Abro la puerta corredera con extremo cuidado después de coger un jogger aleatorio —siendo blanco— y voy de puntillas hasta el baño para mear en paz. Me lavo la cara, me quito los malditos nudos que nunca desaparecen, y después me pongo el jogger. Para cuando me giro y salgo del baño, Dante me atrapa en un abrazo y restriega su cabeza contra mi pecho al descubierto, gruñe para que le acaricie como si fuera un mocoso del Garden y yo le doy esa caricia en el pelo que exige. No quiero hacerlo, pero si no deseo soportar que se le adelante su Celo antes de tiempo, es mejor mantenerle contento y con la menor cantidad de ansiedad posible.
—Bueno días, pesado —murmuro en su oído con un deje cansado. Acabo de empezar y ya quiero que todo termine—. Vamos a tomar el café y después a entrenar en la azotea, ¿vale?
—Sí.
Es irónico que Dante se vuelva menos hablador cuando está en estos días, así que por esa parte no es un problema si no fuera tan pegajoso. Ya hasta cuando me olfateo me siento enfadado, porque también huele un poco a él pese a que mi olor es mucho más fuerte.
Iniciamos la dinámica: Empezamos tomando un café juntos en el que la conversación es monótona, está llena de gruñidos por su parte y rodamiento de ojos por el mío; me desfogo con él en el entrenamiento de la azotea, haciendo todo lo posible para que se canse lo suficiente y así me dé algunos momentos de paz —sólo unos minutos, más no— y me aprovecho de su estupidez. Es divertido jugar con tentaciones que lo dejan medio bobo, ansioso y torpe; aunque deja de tener gracia cuando apesta a excitación y tengo que dar rápidos pasos atrás para que no se confunda conmigo. Pero lo peor es la ducha. No me deja ducharme en paz aunque lo ignore, me exige tonterías, y al final me toca doblegarlo contra la pared para que deje de joder y se comporte como un lobo normal aunque tenga las hormonas desatadas. Me gruñe para confrontarme, se lo devuelvo yo más alto; a veces forcejea, porque al fin de cuentas es un macho y los lobos tienen que tener control, y en todas esas veces le pongo de espaldas para que sepa que no puede conmigo.
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𝕽 o w e n [También en Inkitt]
Werewolf[Libro 1] Ser la mano izquierda de tu Alfa es un honor que no todo lobo puede llevar sobre sus hombros, pero es aquello a lo que muchos aspiran alcanzar en algún momento de su vida. Dicen que ese rango especial es lo más cercano a la perfección, al...