Capítulo 16.

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PERCY

EL ANCIANO ESTABA JUSTO dónde lo habían dejado, en el centro del aparcamiento de restaurantes sobre ruedas. Estaba sentado en su mesa de picnic con sus zapatillas de conejos rosas puestas, comiendo un plato de un grasiento kebab. Su látigo de algas estaba a su lado. Su albornoz estaba manchado de salsa de barbacoa.

—¡Bienvenidos de vuelta! —Les llamó con alegría—. Oigo el aleteo nervioso de un par de alas. ¿Han traído a mi arpía?

—Está aquí —dijo Percy—. Pero no es tuya.

Fineo se chupó la grasa de los dedos. Sus ojos lechosos se fijaron en un punto por encima de la cabeza de Percy.

—Ya veo... bueno, de hecho, soy ciego, así que no lo veo. ¿Han venido a matarme, entonces? Si es así, buena suerte completando su misión.

—Hemos venido a apostar.

La boca del anciano se cerró. Dejó el kebab en el plato y se giró a Percy.

—Una apuesta... interesante. Información interesante a cambio de una arpía. ¿El ganador se lo lleva todo?

—No —dijo Percy—. La arpía no entra en el trato.

Fineo rio.

—¿De verdad? Quizá no entienden su valor.

—Es una persona —dijo Brigitte—. No está en venta.

—¡Por favor! Son del campamento romano, ¿no? Roma fue construida en el esclavismo. No me echen  todas las culpas a mí. Además, ella ni siquiera es humana. Es un monstruo, un espíritu del viento, una subalterna de Júpiter.

Ella puso mala cara. Haberla metido en el aparcamiento ya había sido bastante difícil, pero ahora comenzaba a retroceder, temblando.

—«Júpiter. Hidrógeno y helio. Sesenta y tres satélites.» No tiene subalternos, no. 

Brigitte rodeó a Ella con uno de sus brazos. Parecía ser la única que podía tocar a la arpía sin causar griterío y aleteo. Frank y Hazel estaban al lado de Percy, sujetando la lanza y su espada, respectivamente, preparados, como si el anciano fuera a atacar. Percy sacó los frascos de cristal.

—Tenemos una apuesta distinta. Tenemos dos frascos de sangre de gorgona. Uno mata, el otro sana. Son exactamente iguales. No sabemos cuál es cuál. Si escoges el correcto, podrías curarte la ceguera.

Fineo extendió las manos con avidez.

—Déjame sentirlos. Déjame olerlos.

—No tan rápido —dijo Percy—. Primero acepta el trato.

—Trato —Fineo respiraba con dificultad. Percy diría que estaba deseoso de aceptar la oferta—. Con el don de la profecía y la vista... sería imparable. Podría controlar la ciudad. Me construiría el palacio aquí, rodeado de restaurantes sobre ruedas. Podría capturar la arpía yo mismo...

—No...—dijo Ella nerviosa—. No, no y no.

Era difícil soltar Una risa malévola vestido con unas zapatillas de conejitos rosas, pero Fineo hizo lo que pudo.

—Muy buena esa, semidiós. ¿Cuál es tu trato?

—Tú eliges el frasco —dijo Percy—. Sin abrirlos, sin olerlos antes de decidir.

—¡Eso no es justo! Soy ciego.

—Y no tengo tu sentido del olfato. —dijo Percy—. Puedes agarrar los frascos. Juro sobre el río Estigio que son idénticos. Son exactamente lo que te hemos dicho: sangre de gorgona, un frasco del lado izquierdo del monstruo y uno del derecho. Y juro que ninguno de nosotros sabe cuál es cuál.

The heroes of Prophecy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora