Capítulo 13.

265 36 1
                                    

Brigitte

Durante los siguientes tres minutos la vida fue maravillosa. Pasaron tantas cosas a la vez que solo un semidiós con trastorno por déficit de atención con hiperactividad podía seguirlas.

Jason se lanzó sobre el rey Porfirio con tanta fuerza que el gigante cayó de rodillas, alcanzado por un rayo y apuñalado en el cuello con un gladius dorado.

Frank soltó una descarga de flechas e hizo retroceder a los gigantes más próximos a Percy.

El Argo II se elevó sobre las ruinas, y todas las ballestas y catapultas dispararon simultáneamente. Leo debía de haber programado las armas con una precisión quirúrgica. Un muro de fuego griego se alzó ruidosamente alrededor del Partenón. No alcanzó el interior, pero en un abrir y cerrar de ojos la mayoría de los monstruos más pequeños murieron incinerados.

La voz de Leo tronó por el altavoz:

—¡Ríndanse! ¡Están RODEADOS POR UNA MÁQUINA DE GUERRA SUPERACHICHARRANTE!

El gigante Encélado gruñó indignado.

—¡Valdez!

—¿QUÉ PASA, ENCHILADA? —Contestó la voz de Leo—. TIENES UNA BONITA DAGA EN LA FRENTE.

—¡GRRR! —El gigante se sacó a Katoptris de la cabeza—. ¡Monstruos, destruyan ese barco!

Los ejércitos que quedaban dieron lo mejor de sí mismos. Una bandada de grifos alzó el vuelo para atacar. Festo, el mascarón de proa, expulsó llamas y los abatió chamuscándolos. Unos pocos Nacidos de la Tierra lanzaron una descarga de rocas, pero por los costados del casco salieron una docena de esferas de Arquímedes que interceptaron los cantos rodados y los redujeron a polvo.

—¡Pónganse ALGO DE ROPA! —Ordenó Buford.

Hazel espoleó a Arión para que saltara de la columnata, y entraron en combate. La caída de doce metros habría partido las patas de cualquier otro caballo, pero Arión tocó el suelo corriendo. Hazel pasó volando de un gigante a otro, pinchándoles con la hoja de su spatha.

Haciendo gala de un terrible sentido de la oportunidad, Cécrope y sus hombres serpiente eligieron ese momento para unirse a la refriega. En cuatro o cinco puntos repartidos alrededor de las ruinas, el suelo se convirtió en una sustancia pegajosa verde y de allí brotaron unos gemini armados, encabezados por el mismísimo Cécrope.

—¡Maten a los semidioses! —Dijo siseando—. ¡Maten a esos embusteros!

Antes de que muchos de sus guerreros pudieran seguirle, Hazel apuntó con la espada al túnel más próximo. El suelo retumbó. Todas las membranas pegajosas estallaron y los túneles se desplomaron, expulsando nubes de polvo. Cécrope echó una mirada a su ejército, reducido entonces a seis miembros.

¡Lárguense! —Ordenó.

Las flechas de Frank acabaron con ellos cuando intentaban retirarse.

Percy estaba otra vez de pie, y Contracorriente volvía a estar en sus manos. Todavía parecía aturdido. La nariz le sangraba. Pero parecía estar defendiéndose del viejo gigante Toante, que de algún modo se había vuelto a colocar la mano y había encontrado su cuchillo de carnicero.

Piper se encontraba espalda contra espalda con Jason, luchando contra todo gigante que osaba acercarse.

Peribea se recuperó demasiado rápido para el gusto de Brigitte.

—¡La portadora del amor está aquí! —Chilló, sus ojos brillaron con emoción como un niño en una tienda de juguetes, su sonrisa era enloquecida—. ¡Ven aquí y dame tu fuerza, semidiosa hija de mi enemiga! ¡Entrégame lo que por derecho es mío!

Brigitte sintió como el Vis Amoris se descontrolaba en su interior. Sus manos soltaron chispas involuntarias de un fuerte rosa. Peribea se movió en su dirección, extendiendo los brazos y chillando jubilosa.

—¡Brigitte, corre! —Gritó Annabeth tomando el cuchillo de caza de la princesa giganta del suelo. No se había recuperado a juzgar sus temblores, pero aún así se las arregló para moverse y pinchar a la giganta.

—¡AYYY! —Peribea chilló—. ¡No te metas, semidiosa estúpida! ¡Quiero a la semidiosa de Afrodita! ¡Ella ha nacido para entregarme su poder! ¡Ella me dará el impulso final para destruir a la diosa del amor!

Annabeth corrió alrededor de ella, entorpeciendo su paso, atacando y esquivando. Brigitte alzó su espada. Ella misma debía encargarse de Peribea, no se iba a quedar atrás observando mientras la hija de Atenea se sacrificase por ella. Brigitte Leclair le gustaba ella misma enfrentar sus problemas.

—¿ME QUIERES? ¡Pues te vas arrepentir! —Los rayos rosados salían de sus manos y quemaban a la giganta, atacaba con su espada o creaba diversas armas arrojadizas a la princesa de los gigantes que intentaba agarrarla, en vano. Ella no podía contra Brigitte y Annabeth juntas, quienes lograban sincronizar sus ataques.

Por un momento se sintió eufórica. ¡Estaban ganando! Pero el elemento sorpresa desapareció demasiado pronto. Los gigantes se recuperaron de la confusión. Frank se quedó sin flechas. Se transformó en rinoceronte y entró en combate, pero a medida que derribaba a los gigantes, estos volvían a levantarse. Sus heridas parecían estar curándose más rápido. Annabeth fue agarrada y lanzada a un lado por Peribea. Hazel fue derribada de la silla de montar a casi cien kilómetros por hora. Jason invocó otro ataque con rayos, pero esa vez Porfirio simplemente lo desvió con la punta de la lanza. Brigitte se estaba cansando y el malestar que le generaba la antítesis de su madre no ayudaba. Los gigantes eran más grandes, más fuertes y más numerosos. No se les podía matar sin la ayuda de los dioses. Y no parecía que se estuvieran cansando.

Los siete semidioses se vieron obligados a formar un círculo defensivo.

Otra descarga de rocas lanzadas por los Nacidos de la Tierra alcanzó el Argo II. Esa vez Leo no pudo devolver el fuego lo bastante rápido. Hileras de remos fueron cercenadas. El barco dio una sacudida y se inclinó en el cielo. Entonces Encélado lanzó su lanza llameante. El arma atravesó el casco del barco, explotó dentro, e hizo brotar chorros de fuego a través de las aberturas de los remos. Una amenazadora nube negra se elevó de la cubierta. El Argo II empezó a descender.

—¡Leo! —Gritó Jason.

Porfirio se rio.

—Los semidioses no han aprendido nada. No hay dioses que puedan ayudarlos. Solo necesitamos una cosa más de ustedes para completar nuestra victoria.

El rey de los gigantes sonrió impaciente. Parecía estar mirando a Percy Jackson.

Brigitte lo miró. A Percy todavía le sangraba la nariz. Parecía ignorar que un hilo de sangre le caía por la cara hasta la barbilla.

—Percy, ten cuidado... —trató de decir Piper, pero por una vez la voz le falló.

Una sola gota de sangre descendió de su barbilla. Cayó al suelo entre sus pies y empezó a chisporrotear como agua en una sartén.

La sangre del Olimpo regó las piedras antiguas.

La Acrópolis crujió y se movió mientras la Madre Tierra despertaba.

Fue el momento donde Peribea aprovechó el aturdimiento y de un movimiento agarró a Brigitte con su mano gigante.

—¡Sí! —Rio emocionada—. Dame tu fuerza ¡Hija del amor! ¡Dame la creación y la devastación!

Brigitte intentó luchar. Escuchaba como sus amigos eran mantenidos a raya por los otros gigantes.

—¡Suéltame! —Su encantahabla no surtió efecto, no cuando la gigante enloquecida la apretaba tanto que la dejaba sin respiración.

Comenzó un cántico antiguo, podría ser griego. Apenas soltó el primer verso Brigitte sintió como su sangre se volvía fuego líquido, como el río Flegetonte. Su vista se tiñó de rosa. El dolor era inaguantable. Solo podía escuchar un pitido en sus oídos y un grito lejano de mujer. Algo estaba siendo arrancado de su pecho, algo que hacía que Brigitte poco a poco comenzase a ver negro en los bordes.

—¡Qué pare! —suplicó una voz desesperada en su mente entre la neblina de dolor.

—¡Nunca me he sentido más viva!

—¡BRIGITTE!
—¡Este poder es incluso mejor de lo que recordaba!

The heroes of Prophecy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora