Capítulo 7.

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Advertencia: Cap laargo, disfrútenlo :3

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BRIGITTE

Encontraron el problema, un montón de chicas reunidas, le recordaban a Brigitte a esas chicas que esperaban ver a su artista favorito o entrar a una tienda de ropa que iba a tener rebajas.

Eco los había llevado hasta una marisma de hierba con la forma de un cráter de meteorito, con un pequeño estanque en el centro. Reunidas alrededor del borde del agua había unas cuantas docenas de ninfas. Al menos, la hija de Venus supuso que debían ser ninfas, aunque nunca tuvo tantas oportunidades de verlas en persona, pero se parecían a las ilustraciones de sus clases en el campamento. Vestían vestidos tenues. Iban descalzas y tenían rasgos élficos, y su piel tenía un tinte ligeramente verde.

Brigitte no acababa de entender qué estaban haciendo, pero estaban reunidas en un único lugar, mirando hacia el estanque y pegando saltitos para poder ver mejor. Algunas sujetaban móviles con cámaras, intentando hacer una fotografía por encima de las cabezas de las demás, ¿era habitual en ninfas usar tecnología? Al parecer, sí.

—¿A qué están mirando? —Preguntó Leo.

—Mirando —suspiró Eco.

—La única forma de saberlo es... —Hazel se encaminó hacia delante y comenzó a abrirse paso entre la multitud—. Perdón. Lo siento. Abran paso, por favor.

—Permiso, permiso, por favor a un lado —la siguió luego de suspirar Brigitte.

—¡Eh! —Se quejó una ninfa—. ¡Estábamos aquí primero!

—Sí —estuvo de acuerdo otra—. Él no estará interesado en ustedes.

La segunda ninfa tenía unos gigantescos corazones rojos pintados en sus mejillas. Por encima de su vestido, usaba una camiseta que leía: ¡OH DIOS MÍO, AMO A N!

Brigitte no pudo evitar ofenderse con ese comentario. Ella era hermosísima, no por nada era hija de la diosa de la belleza, así que dudaba que al menos no la encontrara guapa lo que sea que estuviera allí.

—Trabajo de semidioses —dijo Leo, con una voz oficial—. Hagan espacio, gracias.

Las ninfas gruñeron, pero se apartaron para revelar a un joven arrodillado junto al borde del estanque, mirando constantemente el agua.

Brigitte no necesitaba decir que gracias a su madre podía apreciar las cosas bellas, incluso cuando estaban ocultas. Sacando eso del camino, la pelirroja estaba segura que el chico en el estanque era uno de los más guapos que había conocido. Tenía la cara cincelada con unos labios y unos ojos que estaban entre la belleza femenina y la masculina. El pelo oscuro le caía sobre su frente. Debía de tener entre los diecisiete y los veinte, era difícil decirlo, pero tenía el cuerpo de un bailarín: brazos largos y gráciles y piernas musculosas, una postura perfecta y un aura de tranquilidad. Vestía una camiseta lisa y blanca y unos tejanos, con un arco y un carcaj atados a su espalda. Las armas, obviamente, no habían sido usadas en mucho tiempo ya que las flechas estaban cubiertas de polvo y una araña había tejido su red en lo alto del arco que le restaban unas décimas a su apariencia general en opinión de Brigitte.

Mientras Brigitte se acercaba, se dio cuenta de que la cara del chico era extrañamente dorada. Con el atardecer, la luz incidía en un gran pedazo de bronce celestial que descansaba en el fondo del estanque, bañando los rasgos del muchacho con un brillo suave.

El chico parecía estar fascinado con su reflejo en el metal.

Hazel soltó un suspiro.

—Es guapísimo.

The heroes of Prophecy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora