Capítulo 10.

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Percy.

Luego de la charla de Reina, el ALMUERZO TRANSCURRIÓ COMO UN FUNERAL. Todo el mundo comía. La gente hablaba en susurros. Nadie parecía especialmente feliz. Los otros campistas seguían mirando a Percy como si fuera un cadáver.

Reyna hizo un breve discurso deseándoles suerte. Octavian deshilachó un peluche y pronunció unos augurios con voz grave, pero que describían un campamento salvado por un héroe inesperado (que tenía las iniciales OCTAVIO). Entonces los demás campistas continuaron con sus clases vespertinas: lucha de gladiadores, clases de latín, paintball con lares, entrenamiento en águila, y otras docenas de actividades que sonaban mejor que una misión suicida. Percy siguió a Brigitte, Hazel y a Frank a los barracones para hacer las mochilas.

Percy no tenía demasiado. Limpió su mochila de su anterior viaje dónde había guardado parte de las cosas del supermercado de las gorgonas. En su lugar metió un par de tejanos limpios y una camiseta morada del campamento extra, además de un poco de néctar, ambrosía, gominolas, un poco de dinero mortal y cosas para acampar. Durante la comida, Reyna le había dado un pergamino de presentación de la pretora y el senado del campamento. Se suponía, que cualquier legionario retirado que se encontraran por el viaje les ayudaría si se les enseñaba la carta. De la mochila sacó su camiseta naranja hecha jirones y la dejó en su armario del barracón.

—Volveré —dijo. Se sentía como un estúpido hablándole a una camiseta, pero estaba pensando en Annabeth, y en su antigua vida—. No me voy para siempre. Tengo que ayudar a estos chicos que me han acogido. Se merecen sobrevivir.

La camiseta no le respondió, gracias a los dioses.

Uno de sus compañeros de habitación, Bobby, los llevó sobre el elefante por el valle. Desde lo alto de las colinas, Percy pudo ver todo a sus pies. El Pequeño Tíber serpenteando a través de los campos dorados donde los unicornios pastaban. Los templos y el foro de la Nueva Roma brillando con la luz del sol. En los campos de Marte, los ingenieros trabajaban duro, derruyendo los vestigios de la fortaleza de la noche anterior y construyendo barracas para planear el siguiente juego. Un día normal en el Campamento Júpiter, pero en el horizonte unas nubes negras se estaban reuniendo.

Las sombras se movían a través de las colinas, y Percy se imaginó la cara de Gaia acercándose poco a poco.

"Trabaja conmigo en el futuro —le había dicho Reyna—, "Intento salvar este campamento."

Mirando hacia el valle, Percy entendió por qué le importaba tanto. A pesar de ser nuevo en el Campamento Júpiter, sintió un fiero deseo de proteger aquel lugar. Un paraíso seguro donde los semidioses podían construir sus vidas, quería formar parte de aquel futuro. Quizá no de la forma en la que Reyna se imaginaba, pero si pudiera compartir aquel lugar con Annabeth...

Se bajaron del elefante. Bobby les deseó un viaje seguro. Aníbal, el elefante, les acarició con la trompa. Entonces marchó hacia el valle.

Percy suspiró. Se giró hacia a Hazel, Frank y Brigitte e intentó pensar en algo para animarlos.

Una voz familiar dijo:

—Identificación por favor.

Una estatua de Término apareció en la cresta de la colina. La cara de mármol del dios frunció el ceño, irritado.

—¿Y bien? ¡Acérquense!

—¿Tú otra vez? —preguntó Percy—. Creía que sólo protegías la ciudad.

Término bufó.

—Encantado de verle de nuevo, Don transgresor. Normalmente, sí, protejo la ciudad, pero para asuntos internacionales, me gusta proveer de seguridad extra las fronteras del campamento. Ahora, acércate, para que pueda registrarte.

The heroes of Prophecy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora