Capítulo 38.

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PERCY

A LA MAÑANA SIGUIENTE, PERCY, Brigitte, HAZEL Y FRANK desayunaron pronto y marcharon a la ciudad antes de que el senado se reuniera. Dado que Percy ahora era pretor, podía ir allí por dónde y cuándo quisiera.

De camino, pasaron por los establos, dónde Tyson y la Señorita O'Leary estaban durmiendo. Tyson roncaba en una cama de heno cerca de los unicornios, con una expresión placentera en su cara como si estuviera soñando con ponis. La señorita O'Leary daba vueltas sobre su espalda y se cubría las orejas con sus patas. En el techo del establo, Ella leía con avidez un montón de pergaminos antiguos romanos, con su cabeza entre sus alas.

Cuando llegaron al parque, se sentaron en la fuente y miraron el sol salir. Los ciudadanos estaban atareados barriendo los pasteles falsos, el confeti, y los gorros de fiesta de la celebración de la noche anterior. El cuerpo de ingenieros estaba trabajando en un arco que conmemoraría la victoria sobre Polibotes.

Hazel dijo que incluso había oído hablar sobre un «triunfo» formal para los cuatro, un desfile por la ciudad seguidos por una semana de juegos y celebraciones, pero Percy sabía que nunca tendrían oportunidad. No tenían tiempo.

Percy les contó su sueño con Juno.

Hazel frunció el ceño.

—Los dioses estuvieron atareados anoche. Enséñaselo, Frank.

Frank rebuscó entre el bolsillo de su abrigo. Percy creyó que sacaría el leño quemado, pero en vez de eso, sacó un fino libro con una nota escrita con letras rojas.

—Estaban en mi almohada esta mañana —se lo pasó a Percy—. Como si me hubiera visitado el ratoncito Pérez.

El libro era «El Arte de la Guerra» por Sun Tzu. Percy nunca había oído hablar de él, pero podía adivinar quién se lo había mandado. La nota decía: «Buen trabajo, chico. La mejor arma de un hombre es su mente. Este era el libro favorito de tu madre. Échale un ojo.

Postdata: Espero que tu amigo Percy haya aprendido un poco de respeto hacia mí.»

—Guau —Percy le devolvió el libro—. Quizá Marte sí sea distinto de Ares. No creo que Ares sepa reír.

Frank ojeó las páginas.

—Hay muchas cosas aquí sobre el sacrificio, conociendo el coste de la guerra. En Vancouver, Marte me dijo que tenía que poner mi deber por delante de mi vida o la guerra entera se iría a pique. Creía que se refería a liberar a Tánatos, pero ahora... no lo sé. Sigo vivo, quizá algo peor esté por venir.

Miró con nervios a Percy, y Percy tuvo la sensación de que Frank no se lo estaba contando todo. Se preguntó si Marte le había dicho algo sobre él, pero Percy no estuvo seguro de si quería saberlo.

Además, Frank ya había tenido suficiente. Había visto su casa arder, había perdido a su madre y a su abuela.

—Arriesgaste tu vida —dijo Percy—. Estuviste dispuesto a arder en esta misión. Marte no puede esperar más de ti.

—Quizá —dijo Frank, dubitativo.

Hazel apretó la mano de Frank. Parecían mucho más cómodos juntos aquella mañana, no como antes que estaban nerviosos e incómodos. Percy se preguntó si habrían comenzado a salir. Esperaba que sí, pero decidió que sería mejor no preguntar.

—Mi madre vino anoche —confesó Brigitte y a juzgar la mueca de Frank y Hazel, eso no lo había dicho antes—. Ella... bueno, me dijo que ahora que he despertado por completo al Vis Amoris las cosas serán más peligrosas y que tenga cuidado con la princesa de los gigantes... y me pidió que te diera un mensaje, Percy.

The heroes of Prophecy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora