Capítulo 26.

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PERCY
SE VOLVIÓ INGRÁVIDO.

Su visión se desenfocó. Unas garras le agarraron los brazos y le llevaron hacia el aire.

Por debajo de él, las ruedas del tren chirriaron y el metal crujió. El cristal se rompió en mil pedazos. Los pasajeros gritaron.

Cuando su vista se aclaró, vio una bestia que le llevaba en el aire. Tenía el cuerpo de una pantera, lacio y brillante, negro y felino, con las alas y la cabeza de un águila. Sus ojos brillaban con un color rojo sangre.

Percy se retorció. Las garras frontales del monstruo rodeaban sus brazos como unas ligaduras metálicas. No podía liberarse por sí mismo ni alzar su espada. Se alzó más alto y más y más en el frío viento. Percy no tenía ni idea de a dónde le estaba llevando el monstruo, pero estaba seguro de que no le gustaría cuando llegasen.

Gritó, casi con frustración. Entonces algo silbó en su oído. Una flecha se clavó en el cuello del monstruo. La criatura soltó un alarido y le dejó caer.

Percy cayó, chocando con unas ramas de unos árboles hasta que se estampó contra un banco de nieve. Él gimió, mirando al gigantesco pino que acababa de atravesar.

Se las arregló para levantarse. Nada parecía estar roto. Frank estaba a su izquierda, disparando a las criaturas lo más rápido que podía. Hazel estaba a su espalda y Brigitte a su izquierda, ambas agitando sus espadas a cualquier monstruo que se acercara, pero había demasiado de ellos volando a su alrededor, al menos una docena.

Percy alzó Contracorriente. Le pegó un tajo a una ala de un monstruo y le envió haciendo espirales hacia un árbol, entonces le pegó un tajo a otro que se redujo a polvo. Pero los vencidos comenzaron a rematerializarse de inmediato.

—¿Qué son esas cosas? —Gritó.

—¡Grifos! —Dijo Brigitte golpeando un monstruo y agachándose esquivando otro—. ¡Tenemos que alejarlos del tren!

Percy vio a lo que se refería. Los vagones habían caído, y los tejados estaban hechos añicos. Los turistas estaban boquiabiertos, en shock. Percy no veía ningún turista herido gravemente, pero los grifos bajaban en picado a todo lo que se moviera.

Lo único que los alejaba de los mortales era un brillante guerrero gris vestido de camuflaje, la mascota de Frank, el spartus.

Percy parpadeó sorprendido al darse cuenta que no estaba mirando mal y se dio cuenta de que Frank no tenía la lanza.

—¿Has usado tú última carga?

—Sí —Frank disparó a otro grifo en el cielo—. Tenía que ayudar a los mortales. La lanza se ha disuelto.

Percy asintió. Parte de él, se sintió aliviado. No le gustaba el guerrero esqueleto. Y la otra parte de él estaba decepcionado, porque era un arma menos de la que disponer. Pero no culpaba a Frank, él había hecho lo correcto.

—¡Movamos la lucha! —Dijo Percy—. ¡Lejos de los vagones! —Corrieron por la nieve, golpeando y dándoles tajos a los grifos que se reformaban cada vez que eran destruidos.

Percy no tenía ninguna experiencia con los grifos. Siempre se los había imaginado como unos gigantescos animales nobles, como leones con alas, pero esas cosas le recordaban más a una camada de animales sanguinarios, como unas hienas voladoras.

A unos ciento cincuenta metros de los vagones, los árboles dieron paso a una marisma. El suelo era esponjoso y estaba helado. Percy se sintió como si estuviera corriendo a través de un papel de burbujas. Frank se estaba quedando sin flechas. Hazel respiraba a duras penas. Brigitte parecía igual de cansada y sus movimientos eran más torpes. Los mandobles de la propia espada de Percy se iban haciendo más lentos. Se dio cuenta de que estaban vivos porque los grifos aún no intentaban matarlos. Los grifos querían cogerlos y llevarlos a algún lugar. Quizá a sus nidos, pensó Percy.

The heroes of Prophecy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora