Capítulo 37.

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PERCY

EL FESTIVAL DE FORTUNA NO TENÍA NADA que ver con una tuna, que en parte alegró a Percy.

Los campistas, las amazonas y los lares llenaron el comedor para celebrar una gran cena. Incluso los faunos estuvieron invitados, ya que habían ayudado vendando a los heridos después de la batalla. Las ninfas del viento corrían por la habitación, repartiendo pizzas, hamburguesas, filetes, ensaladas, comida china, burritos y todo, volando una velocidad de vértigo.

A pesar de la batalla exhaustiva, todo el mundo estaba de buen humor. Los heridos habían sido curados, y unos pocos campistas que habían muerto durante la batalla habían vuelto a la vida, como Gwen que no había sido llevada al Inframundo. Quizá Tánatos había hecho la vista gorda. O quizá Plutón les había dado un pase, como había hecho con Hazel. Fuera lo que fuera, nadie se quejó.

Estandartes de todos los colores de los romanos y las amazonas colgaban a todos los lados de las vigas. La restaurada águila dorada se alzaba orgullosamente detrás de la mesa del pretor, y las paredes estaban decoradas con cornucopias, cuernos mágicos llenos de cascadas de frutas, chocolate y galletas recién horneadas.

Las cohortes estaban mezcladas con las amazonas, yendo de sofá en sofá a su placer, y por primera vez los soldados de la Quinta eran bienvenidos en todas partes.

Percy cambió de asiento tantas veces que perdió la pista de su cena.

Había tanto flirteo y tanto abrazo, que hasta las amazonas se vieron involucradas.

Hubo un momento en el que Percy fue arrinconado por Kinzie, la amazona que le había desarmado en Seattle. Tuvo que explicar que ya tenía una novia. Afortunadamente Kinzie se lo tomó bien. Le dijo lo que había pasado cuando abandonaron Seattle, cómo Hylla había vencido a la desafiante Otrera dos noches consecutivas, por lo que las amazonas la llamaban la reina Hylla, la que mata dos veces.

—Otrera se quedó muerta la segunda vez —dijo Kinzie sin inmutarse—. Tenemos que agradecerte eso. Si alguna vez buscas novia... bueno, creo que te quedaría genial un collar de hierro y un mono naranja.

Percy no supo decir si bromeaba o no. Se lo agradeció, educadamente y cambiaron asientos.

Divisó a Brigitte junto con una chica de pelo rubio hablando, mientras chicos revoloteaban a su alrededor, pidiendo su atención con cumplidos y haciéndola reír. Pero cuando lo vio a lo lejos, se apartó de aquella chica y pretendientes para irse alegremente a su lado. Percy mentiría al decir que no se sintió bien al ver a esos tipos rechazados. Ella se acercó y riendo le quitó parte de la comida que se había conseguido segundos antes, al parecer, ya se había hecho habitual entre ambos y se retiró a hablar en otra parte luego de mirarle desafiante, como diciéndole: «¿Alguna queja, Jackson?».

La mirada gris de Annabeth apareció en su mente haciéndolo sentir culpable. Al parecer su vida amorosa volvía a complicarse y no entendía por qué debía pasar por aquello otra vez.

Cuando todo el mundo hubo comido y los platos dejaron de flotar, Reyna dio un discurso breve. Dio la bienvenida formalmente a las amazonas, agradeciéndoles su ayuda. Entonces abrazó a su hermana y todo el mundo aplaudió.

Reyna alzó sus brazos para callar la multitud.

—Mi hermana y yo llevábamos sin vernos cara a cara hace mucho tiempo...

Hylla rio.

—Eso es quedarse corto.

—Ella se unió a las amazonas —siguió Reyna—. Yo me uní al Campamento Júpiter. Pero mirando esta habitación, creo que escogimos los caminos adecuados. Extrañamente, nuestros destinos no habrían sido posibles sin el héroe al que han aclamado como pretor en el campo de batalla, Percy Jackson.

The heroes of Prophecy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora