Capítulo 17

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Brigitte

Perder la movilidad de sus manos y sus piernas había sido bastante desagradable. Estar separada de Percy había sido horrible. Pero ahora que podía volver a moverse y volver a verlo, presenciar que se moría poco a poco a causa del veneno de la sangre de gorgona, por segunda vez y ser incapaz de hacer algo, era la peor de todas las maldiciones.

Bob se echó a Percy sobre los hombros como una bolsa de deporte mientras Bob el Pequeño, el gatito esqueleto, se acurrucaba encima de la espalda de Percy y ronroneaba. Bob avanzaba a paso ligero, incluso para un titán, lo que hacía casi imposible que Brigitte lo siguiera.

Los pulmones le resollaban. Le habían empezado a salir ampollas en la piel otra vez. Probablemente necesitaba otro trago de agua de fuego, pero habían dejado atrás el río Flegetonte. Tenía el cuerpo tan dolorido y magullado que había olvidado lo que era no sufrir dolor.

El corazón de Brigitte latía dolorosamente al saber que Percy estaba tan débil, tan al borde de la muerte. Ella odiaba cuando personas que amaba se iban, incluso le daba ansiedad aunque supiera que sería unos días. Pero verlo así... tenía deseos de echarse a llorar, derrumbarse, gritar y explotar cosas, todo al mismo tiempo. Sin embargo se obligaba a avanzar, hacer todo eso no ayudaría a Percy. Debía ser fuerte y no dejarse arrastrar por sus sentimientos.

—¿Falta mucho? —Preguntó casi sin voz.

—Casi demasiado —contestó Bob—. Pero a lo mejor no.

«Muy útil», pensó Brigitte, pero no se atrevía a decirlo en voz alta, ni  aunque tuviese el aliento. No podía ser tan desagradable con Bob, quien no tenía ninguna razón para ayudarlos y aun así lo hacía.

El paisaje volvió a cambiar. Seguían yendo cuesta abajo, cosa que debería haber facilitado la travesía, pero el terreno se inclinaba en un ángulo extraño: demasiado pronunciado para correr, demasiado peligroso para bajar la guardia por un solo momento. La superficie a veces era de grava suelta y otras estaba compuesta por parcelas de cieno. De vez en cuando Brigitte rodeaba unas púas lo bastante puntiagudas para atravesarle el pie y unos grupos de... No eran rocas exactamente. Más bien verrugas del tamaño de sandías.  Brigitte prefería no hacer conjeturas al respecto, pero suponía que Bob la estaba llevando por el intestino grueso de Tártaro.

El aire se volvió más denso y adquirió un hedor a aguas residuales. Puede que la oscuridad no fuera tan intensa, pero solo podía ver a Bob gracias al brillo de su pelo blanco y la punta de su lanza. Se fijó en que no había replegado la punta de lanza de su escoba desde que habían peleado contra las arai. Eso no la tranquilizaba.

Percy se bamboleaba de un lado al otro y obligaba al gatito a recolocarse en su nido en la zona lumbar del semidiós. De vez en cuando, Percy gemía de dolor, y Brigitte se sentía como si un puño le estrujara el corazón.

Todo ese dolor era culpa de Brigitte. Se había arrojado al Tártaro por ella. Recordaba la mirada decidida cuando le había dicho que no la dejaría. Quiso llorar otra vez, pero empujó ese impulso en lo más profundo de su mente. Ella iba asegurarse que estuviera bien, el precio no le importaba. Percy merecía una vida feliz, no necesitaba saber su historia completa para comprender que ésta estaba llena de dificultades y tristeza. Una vida con Annabeth aunque eso le rompiera el corazón, pues él no la...

«Basta ya», se regañó a sí misma.

Tenía que concentrarse en el presente, poniendo un pie delante del otro, prosiguiendo la caminata intestinal de una repugnante verruga a otra. Las rodillas le ardían y le flaqueaban como unas perchas de alambre dobladas a punto de partirse. Percy gimió y murmuró algo que ella no entendió. Bob se paró súbitamente.

—Mira.

Más adelante, en la penumbra, el terreno se nivelaba hasta un pantano negro. Una niebla de color amarillo azufre flotaba en el aire. A pesar de que no había luz del sol, había plantas de verdad: matas de juncos, finos árboles sin hojas, incluso unas cuantas flores de aspecto enfermizo que florecían en la suciedad. Senderos cubiertos de musgo serpenteaban entre burbujeantes pozos de alquitrán. Justo delante de Brigitte, hundidas en la ciénaga, había pisadas del tamaño de tapas de cubo de basura, con dedos largos y puntiagudos. Por desgracia, Brigitte tenía una sospecha de qué las había dejado.

—¿Un drakon?

—Sí —Bob le sonrió—. ¡Es una buena noticia!

—Ah... ¿por qué?

—Porque estamos cerca.

Bob se adentró resueltamente en el pantano.

Brigitte tenía ganas de gritar. Un lado suyo, el bélico, que era más estilo Belona le exigía agarrar a Percy y marcharse. Sin embargo su lado más suave y emocional, Venus, le indicaba que Bob no tenía sentimientos rabiosos hacia ellos, más bien era dolor y pérdida, también algo de preocupación con tristeza.

Es un titán, le gritó su lado guerrero. Y nos lleva hacia un gigante.

Sabemos que no nos hará daño, protestó su lado Venus. Si realmente nos quisiera muertos no nos habría salvado. Hay que darle una oportunidad, no todos los monstruos tienen que ser malos... hay excepciones. Además esto es por Percy, para que esté bien.

Y Brigitte lo decidió.

Se apresuró tras él, saltando de parcela de musgo en parcela de musgo y suplicando a Venus que no se haya equivocado al confiar en Bob y de paso, evitase que cayera, muchas gracias.

Por lo menos el terreno obligó a Bob a ir más despacio. Cuando Brigitte lo alcanzó, pudo ir andando justo detrás de él y vigilar a Percy, que desvariaba entre murmullos, con la frente muy caliente. Varias veces murmuró «Brigitte», y ella contuvo un sollozo, mientras su corazón se rompía en mil pedazos. El gatito se limitaba a ronronear más alto y a acurrucarse.

Finalmente la niebla amarilla se apartó y dejó a la vista un claro embarrado parecido a una isla en el fango. El terreno estaba salpicado de árboles enanos y montones de horrorosas verrugas. En el centro se levantaba una gran choza abovedada construida con huesos y cuero verdoso. En la parte superior había un agujero del que salía humo. La entrada estaba cubierta con cortinas de piel de reptil escamosa y, flanqueando la entrada, dos antorchas hechas con descomunales fémures ardían emitiendo un fulgor de vivo color amarillo. Sin embargo, lo que a Brigitte le llamó la atención fue el cráneo de drakon.

A cincuenta metros dentro del claro, aproximadamente a mitad de camino de la choza, un enorme roble sobresalía del suelo en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Las fauces de un cráneo de drakon rodeaban el tronco, como si el roble fuera la lengua del monstruo muerto.

—Sí —murmuró Bob—. Es una noticia muy buena.

No había nada en aquel sitio que a Brigitte le pareciera bien.

Antes de que pudiera protestar, Bob el Pequeño arqueó la espalda y siseó.

Detrás de ellos, un enorme rugido resonó a través del pantano: un sonido que puso alerta a Brigitte.

Se volvió y vio al drakon embistiendo contra ellos.

The heroes of Prophecy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora