Capítulo 22.

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Brigitte.

Se detuvieron en el porche D Delante. Por desgracia, las hogueras formaban un anillo en los bosques, rodeando completamente la propiedad, pero la casa parecía estar intacta.

Las campanillas de viento tintineaban con las brisas de la noche. La mecedora estaba vacía, mirando hacia la carretera. Las luces brillaban desde las ventanas de la planta de abajo. Frank se acercó a una estatua de un elefante de piedra en la esquina, una pequeña réplica del que había en Portland. Levantó una pata revelando una llave.

—¿Qué pasa? —Preguntó Percy.

Brigitte lo vio dudar en la puerta. Podía entender lo raro que era regresar a tu casa de infancia, con solo un par de semanas en el campamento la vida mortal se sentía tan lejana.

—¿Frank? —Preguntó Brigitte.

—¿Frank? —Fue el turno de Hazel cuando no hubo respuesta.

—Ella está nerviosa —murmuró la arpía desde la barandilla en el porche—. El elefante... mira a Ella.

—Estaremos bien —puso la llave con dificultad en el cerrojo—. Mantengámonos unidos.

En el interior, la casa olía a cerrado y a mustio.

Examinaron la sala de estar, el comedor, la cocina. Había platos sucios en el fregadero. En la sala de estar, unas estatuas de Buda y unas estatuillas taoístas les sonreían como unos payasos psicóticos. Brigitte pensó en la diosa del arcoíris, Iris, que les había estado hablando del budismo y el taoísmo. Brigitte supuso que si la diosa viniera a aquella casa, se le quitarían las ganas a la diosa. Los gigantescos jarrones de porcelana estaban llenos de telarañas.

La hoguera estaba fría y oscura. Hazel se abrazó el pecho, como si intentara retener el calor.

—¿Es eso...?

—Sí—dijo Frank—. Ese es.

—¿Es qué? —Preguntó Percy y Brigitte asintió, igual de confundida.

La expresión de Hazel era de comprensión, lo que le confirmó a Brigitte que algo había pasado allí que tanto ella como Percy desconocían.

—Es la chimenea —respondió Frank—. Vamos, miremos en el piso de arriba.

Los escalones crujieron bajo sus pies. Entraron en la antigua habitación de Frank.

Había un arco y un carcaj de flechas, unos premios por deletrear —que le produjo envidia a Brigitte— y unas fotos de una hermosa mujer de pelo negro y ojos marrones.

—¿Es tu madre? —Preguntó Hazel amablemente—. Es guapa.

Frank no pudo responder. Un montón de sentimientos lo rodeaban.

Brigitte miró las fotos, en especial las que aparecía Frank con su madre en momentos importantes ¿cuántas fotos ella misma tenía con su padre? No había alcanzado a ir a ninguna escuela mortal, no hubo para Brigitte día de los padres, ceremonias, nada.

Una mano sujetó la de Brigitte, sacándola de sus pensamientos. Percy la miraba preocupado y no era el único, Hazel y Ella parecían mirar entre Frank y la pelirroja.

Observó sus manos. Ningún brillo rosa, lo cual era bueno.

Le sonrió débilmente a Percy tratando de indicarle que estaba bien, sabiendo que no lo engañó.

Comprobaron las otras habitaciones. Las dos del medio estaban vacías. Una tenue luz parpadeaba en la última puerta.

Frank llamó en silencio. Nadie respondió. Empujó la puerta y ésta se abrió. La abuela de Frank descansaba en la cama, parecía demacrada y frágil, su pelo blanco peinado como la corona de un basilisco. Una sola vela ardía en la mesita de noche.

The heroes of Prophecy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora