♡ Capítulo 4

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    Había roto su promesa, esa que se había hecho a sí misma de alejarse, y a diario, entre las largas jornadas de enfermería, se encontraba inevitablemente al pie de la puerta de la habitación 24 con alguna excusa para pasar su tiempo con el Sr. Keller; fuese el chequear su presión arterial o verificar que las máquinas que sostenían sus signos vitales estuviesen en perfecto estado. Después, cuando él se recuperó por completo de la cirugía, y el Dr. Johnson le informó que el quiste que le habían extraído no era maligno, y no padecía de cáncer, ella comenzó a llevar su almuerzo y comía junto a él. Charlaban y se reían, haciéndose mutuas confidencias y coqueteando muchísimo. Le gustaba verlo sonreír, el tocarle las manos y embriagarse en sus ojos. Era tan fácil el perderse en el momento y olvidar el motivo por el que estaban en ese hospital. Olvidar que él era un hombre muy enfermo, y que de no conseguir un riñón sano pronto se iba a morir. ¡No debía encariñarse con ese paciente!, es que esa era la primera regla del manual de enfermería, pero ya no pensaba con la cabeza, no pensaba en absoluto. Estaba cayendo por él, en caída libre y sin mecanismos de protección, y el golpe que recibiría al darse de cara con la realidad prometía ser devastador.

—Háblame sobre ti —indagó aquella tarde, una de las tantas que compartieron dentro de esa habitación que se había convertido en su refugio.

—¿Qué quieres saber?

—Todo.

Chris sonrió y tierno, le tomó de las manos.

—Nací aquí, en San Francisco. Soy el hermano del medio, James era el mayor y Maggie es la más pequeña. Mis padres han estado casados durante 34 años. Mi padre es párroco anglicano, así que pasé la mayor parte de mi infancia dentro de una iglesia. Luego, de adolescente, fui muy indisciplinado. Era la oveja negra de la familia, siempre metido en problemas, hasta que James falleció en un accidente de automovilístico. Él tenía solo 18 años cuando eso pasó. Su muerte me hizo madurar de cierto modo, dejé de fumar hierba, me enfoqué en ser un mejor hijo y hermano, y en sacar buenas calificaciones. Después, tras graduarme del instituto, ingresé a la Escuela de Derecho...

—Así que eres abogado —dijo Juliette.

—Sí, y uno muy bueno —contestó él con orgullo—. Pero, ¿qué hay de ti?

—Nací en Nueva York. Soy hija única, mis padres se conocieron en la universidad y desde entonces están juntos, son odontólogos. Siempre fui una chica buena, jamás me metí en problemas en el instituto, nunca he fumado hierba, tampoco un cigarro, y no bebí alcohol, sino hasta alcanzar la mayoridad. No soy una persona arriesgada ni impulsiva.

—Sin embargo, aquí estás. Rompiendo las reglas del hospital conmigo. —Se inclinó sobre ella y Juliette pensó que le besaría, pero él solo apoyó su frente contra la suya—. ¿Por qué lo haces, Jules? ¿Por qué estás aquí?

—Porque me gusta estar contigo —declaró, y Chris le aferró por la cadera, acoplándole a él.

—Quiero besarte. ¡Dios! Lo deseo tanto, pero...

—Pero ¿qué?

—Si lo hago, haré que nuestra despedida sea más difícil —dijo.

Juliette apoyó las manos sobre el rostro del hombre, manteniéndole cerca, y él cerró los ojos al percibir sus suaves dedos contra la piel. Se sentía muy débil, al punto de que siquiera podía sostenerse en pie sin acabar mareado. Su cuerpo estaba feneciendo, y no quería arrastrarla a toda esa tristeza que lo envolvía. Ya era suficiente con su madre y Maggie, a quienes no podía salvaguardar del dolor porque eran su familia, pero sí podía proteger a Juliette al no cruzar esa línea, al dejarlo como algo meramente platónico, una bonita amistad entre un paciente moribundo y su encantadora enfermera. No debía confesarle lo que sentía, esa pasión que despertaba dentro de él, que de solo verla quería tomarla entre sus brazos y cubrirle la boca de besos, que soñaba con ella cada noche, imaginando un escenario donde pudo haberla conocido antes de la tragedia, cuando había sido un hombre realmente capaz de ofrecerle todo lo que se merecía. Un hombre con vigor, y salud. Uno que la hubiera llevado a recorrer el mundo, a romper todas las reglas y cometer infinidad de riesgos, ¡a vivir la vida! Esa que era maravillosa, que estaba llena de color, música, risas y sexo.

Juliette se marchó poco después, porque tenía que cumplir con sus labores, y Chris yació acurrucado sobre su cama, con la vista puesta sobre algún punto de aquel cuarto tan pálido. Entonces, permitió que sus lágrimas se derramaran, esas que eran una manifestación de su corazón enamorado.


Todo lo que quiero, eres túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora