♡ Capítulo 26

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     Aquel embarazo fue el impulso que necesitaba para lograr aproximarse a Christopher, quien era demasiado bondadoso y compasivo como para dejarla a su suerte en aquel estado de conmoción y llanto, en que aparentó estar. Se aferró a él, recostándose contra su torso y pasándole las manos por toda la espalda. Era alto, fornido y olía delicioso. Katlyn tenía las hormonas alborotadas en ese momento, pero procuró disimularlo, y mostrarse, ante él, como una mujer desvalida.

—No puedo ir a mi casa. No puedo confrontar a Conrad sintiéndome así, porque, ¡voy a terminar confesándoselo todo!, y tengo miedo de lo que me pueda hacer.

—¿Tiene otro lugar a donde quedarse? Con Nathan, ¿tal vez?

—No... No quiero ver a Nathan, después del modo en que me insultó esta mañana.

—¿Y en casa de algún pariente?

—No, Christopher. No tengo a nadie... Tú podrías acogerme en tu departamento por unos días, hasta que yo logre organizar mi vida.

—De acuerdo —accedió, porque no tuvo corazón para rechazarla en ese estado tan frágil. Cuando no paraba de llorar.

Se trasladaron hasta el edificio residencial donde él residía. El hombre de la recepción, les miró fijamente al verlos llegar, porque conocía a Juliette y le resultó extraño, el que Chris estuviera con esa otra mujer. A Buddy tampoco le hizo gracia la visita; este exhibió los dientes y se puso a ladrar con hostilidad, por lo que debió ser amarrado.

Katlyn no traía más ropa, así que le prestó una de sus piyamas, que eran de blusa y pantalón, también le ofreció el cuarto de huéspedes; puesto que el apartamento era bastante grande, y sobraban las camas. Esto decepcionó un poco a la mujer, quien esperaba poder realizar algún acercamiento sexual. Pero se dijo a sí misma, que ya llegaría el momento para disfrutar de ese delicioso semental.

—¿Está usted cómoda? —expresó Chris, asomándose con timidez en el cuarto que ella ocupaba.

—Sí, gracias por todo —le dijo con una sonrisa—. Y deja de llamarme de usted, que no soy una vieja.

—No es por eso, sino porque le tengo respeto.

—Lo sé, pero quiero que en adelante te refieras a mí por mi nombre. ¿Ok?

—Ok, Katlyn.

—Mucho mejor —respondió ella, complacida.

—Bueno, yo iré a asearme... En la cocina hay pan y también algunos embutidos en la nevera. Si gustas, puedes prepararte un emparedado —manifestó Chris, antes de alejarse.

Recorrió la sala de estar y entró al cuarto principal; dónde se desvistió. Luego, ocupó el cuarto de baño, para darse una ducha. No cerró la puerta con pestillo, porque no pensó que la mujer lo acosaría como lo hizo. Katlyn se introdujo al rato, y mientras Chris seguía aseándose, jurungó sus cosas, y tomó su teléfono móvil. Lo estaba revisando cuando llegaron los mensajes que Juliette le había enviado, pidiéndole verse al día siguiente y hablar. Los eliminó, saboteándole de ese modo; después, se dio el gustito de ver a través de la rendija de la puerta, y observarlo mientras toda aquella agua le rozaba el cuerpo.

Estaba de espaldas, por lo que solo pudo verle las nalgas, que eran estupendas, redondeadas y tonificadas. ¡Qué ganas tuvo! De desnudarse y meterse allí con él, pero sabía que eso lo alejaría. Debía ser paciente, aunque no le fuese tarea fácil. No estaba acostumbrada a la indiferencia, de parte de un hombre.

Desde muy joven había logrado llamar la atención, porque era guapa, astuta y pérfida. A sus 42 años tenía infinidad de amoríos en su haber, y Conrad no había sido el primero, siquiera el cuarto en poseerla, aunque sí simbolizó su boleto dorado hacia una maravillosa vida. ¡La vida que le gustaba!; llena de lujos y diversión.

No quería perder eso, y no pretendía divorciarse, por el contrario, ese bastardito que crecía en su vientre sería la pieza que faltaba para lograr que su esposo quemase el acuerdo prenupcial, y la incluyese en su testamento. Pero el buen Christopher no tenía por qué saberlo. Él habría de seguir creyéndola una dama en apuros, que lo necesitaba para salir de su existencia de tormentos y maltratos.

*

    Por la mañana, Chris salió a comprar el desayuno, y a solas, Katlyn se dejó llevar por su obsesión.

Se echó sobre la cama del hombre, oliendo y restregándose sobre las sábanas sobre las que este había dormido. Después, se quitó la ropa y se bañó dentro de su ducha, mientras se imaginaba teniendo sexo con él.

Se vistió con una de sus camisas. Esa que era de cuadros y que se abotonaba por el frente.

Estaba mirándose en el espejo, cuando el timbre sonó.

Con rapidez, sujetó su cabello rubio en un moño descuidado, y descalza, recorrió el espacio que le separaba de la entrada.

El perro le ladró, y eso le puso nerviosa, detestaba a esa bestia pestilente.

Miró por el ojillo de la puerta, y reconoció a Juliette.

¡Era su oportunidad!, y no la desperdició.

La dejó entrar y se esforzó en convencerla de que Chris la había estado engañando. Sin embargo, la muchachita era necia, y no pareció creerle; se alebrestó, y hasta la abofeteó.

«¡Maldita fuera!»

Katlyn ya se encargaría de ponerla en su lugar.

Christopher apareció media hora después, cuando ya estaba completamente vestida, y había encubierto sus fechorías. Le mintió cuando este le preguntó que, si alguien había pasado por el departamento durante su ausencia, y con disgusto vio como tomaba el teléfono y hacía esas llamadas a la estúpida de Juliette.

«¡Ellos no deben verse!

Pero, ¿cómo voy a impedírselos?»

Se estaba arrepintiendo de haber llevado a cabo su ardid, porque temía el quedar al descubierto con Christopher. Debía aprovechar ese fin de semana para seducirlo, y finalmente, acostarse con él. De ese modo, consideró, lo tendría amarrado.  


Todo lo que quiero, eres túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora