♡ Capítulo 8

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   Los días transcurrieron y Juliette no volvió a asomarse por aquella habitación; se concentró en su trabajo, de un modo que rayaba en lo obsesivo, ya que esa semana tomó cada turno de 24 horas que le fue posible, porque sabía que, al dejar de estar ocupada, se pondría a pensar y entonces se derrumbaría. No quería llorar más por ese infeliz que le había dicho que era una mujer corriente, una distracción para su aburrimiento y que de estar sano siquiera le hubiera dedicado un puñetero minuto de su tiempo, ¡Desgraciado! Lo odiaba, o al menos eso se decía cada vez que le entraban ganas de echarse a correr por las escaleras del hospital hasta llegar al piso en donde estaba él.

De repente, sintió un par de manos sobre sus ojos, y advirtió esa colonia masculina que bien conocía, que olía a madera.

—Dave... —pronunció el nombre del doctor y este le liberó los ojos. Se tomaba algunas confianzas que a ratos la hacían sentir incómoda; sobre todo por esas miradas de desaprobación que las otras enfermeras y doctoras en el hospital les dirigían. Dave era el soltero de oro y había muchas damas detrás de él, sin embargo, no parecía interesarse en nadie más que en Juliette, y solo con ella tenía esos gestos amables; como aquel que tuvo en ese mismísimo momento al sacarse un chocolate de entre su bata, que luego le obsequió.

—Tiene coco por dentro, sé que te encantan —dijo.

—¡Gracias! —respondió ella, sonriéndole y desenvolviendo la golosina. Le dio un fuerte mordisco a la barra para, después, suspirar al sentir ese rico saborcito que dejaba en su boca la mezcla entre el cacao y la fruta. No tuvo intención de seducir, sus expresiones fueron inocentes y espontáneas, pero al hombre le resultaron eróticas. Se tomó el atrevimiento de pasarle un dedo por sobre la comisura del labio superior, para limpiarle el exceso de sirope. Juliette se tensó y casi que por instinto retrocedió un poco—. Debo irme, tengo aún mucho por hacer...

—Yo también tengo que atender a unos pacientes, pero ¿qué dirías si te invito a cenar hoy? Conozco un lugar en donde venden el mejor sushi de San Francisco.

Era una lucha entre su corazón y su mente, porque su mente si quería darse una oportunidad de ser feliz o de al menos dejar de sentirse así de rota, pero su corazón no era capaz abrirse para Dave ni para nadie más.

Iba a rechazarlo, estaba a punto de pronunciar ese "Lo siento, pero no puedo" cuando vio a Chris, allí, en el medio del pasillo. Estaba postrado en una silla de ruedas y una enfermera iba tras de él, empujando los manubrios para llevarlo a alguna otra área del hospital. Se veía más flaco que antes, y tenía su barba muy descuidada. La miraba fijamente, con aflicción, añoranza, y... con un dejo de reproche.

«¿Con qué derecho?», si había sido él quien la había traicionado, al usarla y manipularla, al abusar de sus sentimientos y de su confianza. Se obligó a dejar de mirarlo, y a centrarse en Dave.

—De acuerdo, salgamos esta noche —expresó.

*

   Se le desbocó el corazón al encontrarla allí, parada a pocos pasos de distancia y luciendo encantadora, pero no estaba sola, sino junto a ese pediatra que tenía ínfulas de galán de cine. Se le notaba que este quería conquistarla, que se la quería llevar a la cama, y Chris deseó darle una patada en los genitales, para que así, el cretino se mantuviese a metros de distancia. ¡Qué desfachatez más grande era la suya! Atreverse a sentir celos cuando había sido él quien lo había estropeado todo, quien la había insultado y abochornado. ¿Qué esperaba? Juliette era una mujer preciosa, y como tal, atraía a los hombres cuáles abejitas al panal, y si no se hacía novia de ese tal Dave, pues ya lo haría de algún otro. Tenía que hacerse la idea de que la había perdido, y resignarse, porque de todos modos sus días estaban contados, y él no iba a llegar a cumplir siquiera los 30 años.

Todo lo que quiero, eres túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora