♡ Capítulo 21

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    El sábado, Chris se levantó al escuchar la alarma de su teléfono móvil, no estaba ebrio, pero sí cansado, porque habían llegado a su departamento algo tarde, y, dormido muy poco. Sonrió al recordar sus travesuras nocturnas, y juguetón, se inclinó sobre Juliette y depositó un beso sobre su piel. Ella estaba boca abajo, sobre la cama, con los cabellos sueltos y tornándose de ese bonito tono rojizo que adquirían al pegarles la luz del sol. Aun desnuda, aunque cubierta hasta su cintura, y su columna vertebral se exhibía, haciendo un contraste sensual con las mantas de algodón. Deseó quedarse con ella; sin embargo, era un hombre responsable, y como tal se comportó.

Dejó la cama, se adentró en el cuarto de aseo. Se dio una ducha rápida y se cepilló los dientes. Estaba calzándose la ropa, cuando ella se despertó.

—No te vayas... —le dijo, haciendo un puchero.

Se acercó para rozar sus labios, y sonrió. Sus besos eran cuál vitamina, los tomaba y ya se sentía con fuerza suficiente para poder afrontar cualquier dificultad que se le presentase durante el resto de su día.

—Volveré más tarde —expresó Chris, propiciando un abrazo largo, y suspirando, porque no había placer más grande que el de sentirla piel a piel—. Te amo, Jules.

Se apartaron, y él se dirigió al pasillo exterior.

Buddy lo vio, pero ni siquiera se movió. El perro le echó una mirada desdeñosa mientras seguía rascándose. Claro está que, cuando este notó que estaba en la cocina, preparándose un emparedado, para no salir de casa con el estómago vacío, el canino se manifestó, llevando aquel plato de plástico aferrado con su hocico, para luego tirárselo a los pies y chillar con una clara petición: Aliméntame.

Chris se echó a reír, porque ¿qué otra cosa podía hacer? El animal le superaba en astucia y era tan tierno, que resultaba imposible el enojarse con él.

Le sirvió una porción grande de harina para perro, y así, comieron juntos, cada quien dando mordiscos a lo suyo, y una vez saciado, Buddy se puso cariñoso, se le encaramó encima, saltando para babearle la cara y expresarle su agradecimiento.

—¡Para ya! Que no quiero que me llenes la ropa con tus pelos —rebatió, rehuyéndole.

Tomó su bolso, en el que cargaba la billetera, el teléfono móvil y las llaves, y salió del departamento.

Seguía sin tener un vehículo, pero aspiraba el poder comprar uno para el mes de agosto, ya que había logrado ahorrar algo de dinero. Su trabajo tenía beneficios, también grandes cargas, la emocional, sobre todo, porque él estaba consciente de que defendían a los tipos malos.

Tomó el tranvía y llegó a la torre corporativa a eso de las 8 de la mañana. Katlyn no estaba allí todavía, lo que le dio algo de tiempo para prender su computadora, encender la cafetera y hasta imprimir uno de los muchos documentos que ella necesitaría para su presentación ante la Corte.

Cuando apareció, la mujer lo hizo con unos lentes oscuros, que no eran muy propios para el clima que había afuera, ni mucho menos para un espacio interior.

—¡Christopher! —lo llamó a gritos, colocando su cartera de diseñador sobre el escritorio de madera, y el asistente hizo lo esperado. Se presentó ante la mujer, con los documentos que había logrado imprimir, y hasta con una taza de café, con la que esperaba apaciguar su mal humor.

Luego de eso, todo se desarrolló con normalidad. Repasaron la presentación de Katlyn, recalcando los puntos más importantes que ella debía destacar frente al Juez. Su estrategia se basaba en el desconocimiento de la falla mecánica de los automóviles, y para sustentar su inocencia, la compañía había destruido gran parte de la evidencia incriminatoria que había en sus fábricas y almacenes, también había desembolsado altas sumas de dinero a sus empleados, para que estos mantuviesen su boca cerrada. Todo con el fin de asumir las sanciones civiles (el pago de sumas indemnizatorias) más no ser sancionados penalmente. Esto último, les conllevaría el cierre definitivo, y hasta la perdida de libertad de los responsables, de lo que era un homicidio doloso.

A mitad de su discurso, Katlyn hizo una pausa, para tomar una aspirina de su cartera, y se quitó los lentes, mostrándole lo que había estado ocultando. Tenía el ojo izquierdo hinchado, y un aro verdoso lo rodeaba. Había sido golpeada, pero ¿por quién?, Chris se preguntó asombrado. Jamás se imaginó que una mujer como ella, tan astuta y cínica, pudiese ser víctima de violencia de género.

La miró fijamente, haciendo cuestionamientos silenciosos.

—Estará sano para el lunes, de eso no te preocupes —expresó con un tono sarcástico, restando importancia a un asunto tan serio.

—No es eso lo que me preocupa, sino que usted... ¿Cuándo ocurrió? ¿Fue después de la gala benéfica?

Katlyn se prendió un cigarrillo, y lo fumó al pie de la ventana, que estaba abierta.

—A Conrad le molesta que otros hombres me deseen, así que cada vez que salimos a un evento público, él acaba golpeándome. El idiota cree que le temo, que me tiene controlada, pero a sus espaldas yo follo con su hijo —reveló, con la mayor desfachatez.

—¿Por qué me dice esto? —cuestionó.

—Porque tú no eres como el resto, Christopher. Eres tan bueno que hasta me causa pena, porque es como estar frente a un cordero que está por ser enviado al matadero —dijo con burla, aunque él notó ese dejo de vulnerabilidad en ella; que se reflejaba en la melancolía que nunca se iba de sus ojos castaños.

No pudo evitar el sentir lástima por Katlyn. Su vida de lejos parecía de en sueño, pero cuando lograbas acercarte, era triste.

Pudo compartir su descubrimiento con Juliette, no obstante, prefirió reservárselo, y al verla, tendida en el sillón de la sala del departamento, comiendo frituras en compañía del viejo Buddy, se sentó a su lado. Metió su mano derecha en aquella bolsa de Doritos, que estaba casi vacía, e hizo un sonido de placer; le gustaba el sabor a queso. Después, ella se le echó encima, pasándole las manos por el torso y dándole un beso por el cuello.

—Hueles a cigarro... ¿Desde cuándo fumas?

—Es por mi jefa, prendió unos cuantos cigarrillos mientras estábamos repasando la presentación —le explicó.

—Uhm... —esbozó Juliette con amargura, porque aquella mujer le causaba desconfianza—... Pues ve a darte un baño.

—¿Me acompañas? —le ofreció él, despojándose de la corbata y aflojándose varios de los botones de la camisa que traía puesta.

—Se hace tarde, tal vez debería irme a mi casa.

—No, nada de eso... Quédate a dormir conmigo.

—Chris, lo menos que hacemos cuando me quedo contigo es dormir.

—¡Anda, Jules! No te hagas de rogar —expresó sonriéndose—. Y no estés celosa.

—No estoy celosa.

—Claro que lo estás. Es que se te nota en esas líneas tan pronunciadas que ahora tienes en la frente. Tienes miedo de que alguien más pueda gozar de mi apetitoso cuerpo —dijo en broma, haciendo un baile en que meneaba su trasero.

—¡Idiota! —bramó ella, sin poder contener las carcajadas.

—Sí, un idiota soy... ¡Pero tuyo! Solo tuyo, mi amor —le aseguró, tomándola por la cara e inclinándose para paladear su boca. Su cálido aliento lo embriagó, y su parte baja se irguió de inmediato, ratificando sus palabras.


Todo lo que quiero, eres túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora