♡ Capítulo 42

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   Pasaba la mayor parte de su tiempo dentro del cuarto, conectado a esas máquinas, y requiriendo la asistencia constante de las enfermeras y demás especialistas. Odiaba esa sensación de ser un incapaz, y la rabia estaba allí, por supuesto que lo estaba, pero Christopher trataba de alejar esa clase de sentimientos oscuros de su corazón, porque no deseaba llevárselos consigo cuando su último día en la tierra llegase.

Aquella tarde, en particular, recibió la visita de su hermana, quien además había traído al viejo Buddy consigo.

Saltó a la cama, echándose sobre su regazo en busca de caricias. Chris pasó sus dedos por el lomo de pelaje castaño, también por sobre su cabeza y orejas.

—Eres un buen chico, Bud... un buen chico —le decía, mientras el canino ronroneaba.

Después, se dirigió a Maggie. Quería pedirle un favor.

—He comprado obsequios para navidad; para mamá, papá y para ti... También compré uno para Juliette, pero no sé si se quedará en la ciudad después de que yo me marche... Así que quiero pedirte que te asegures de que ella reciba mi obsequio.

—¡No hables así! —le reprochó su hermana—. No des por sentado que no vas a estar aquí para cuando llegue el invierno.

—Maggs... No se trata de pesimismo de mi parte, ¿has oído a los médicos?, ¿acaso me estás viendo? Estoy muriendo, lo hago poco a poco... Cada mañana me despierto más débil, más cansado, y sé que mi último día se acerca.

—¡No es justo! —gritó la muchacha, golpeando la silla que tenía al frente—. ¿Por qué Dios nos hace eso? —reprochó, y sus ojos se humedecieron—. Primero nos quitó a James, ahora te hace esto a ti... ¿Acaso ya no hemos sufrido lo suficiente? ¡Por qué nos odia tanto!

—Dios no te odia, Maggie... Tampoco a mí, y no quiero que lo responsabilices por esto.

—¡Y a quién más debo responsabilizar!

Chris la cogió de las manos.

—Sé que será duro para ti, pero por favor no tomes ese camino... Porque yo ya lo he atravesado. Cuando James se fue, me enfurecí con Dios, me aparté de él y eso me llevó a tanto dolor... ¡No quiero eso para ti! Así que hazme la promesa de que vivirás tu vida con intensidad y alegría. Que vas a viajar por el mundo, e ir a muchos conciertos; que vas a amar y que lo harás sin miedo; que serás joven, salvaje y libre. ¡Comete locuras!, ¡diviértete mucho!, que para ser sensata tendrás ya tiempo... No llores por mí, no quiero que lo hagas, y si me recuerdas, que sea para estallar de risa por alguna de mis muchas idioteces... Vas a llegar a ser una dulce abuelita de cabellos plateados, tendrás hijos y nietos. Cuando nos volvamos a ver, en la eternidad, quiero que me cuentes todo sobre ellos.

La atrajo hacia sí para poder rodearla con sus brazos, y pegar sus labios a su frente. Maggie lo abrazó de vuelta, hundiendo su cara en su camisa, que olía a jabón de tocador, y a la esencia propia que la piel de su hermano tenía. Un olor que deseo no poder olvidar jamás.

Cuando ella se fue, y después de recibir los tratamientos de parte de los empleados del hospital, Chris le pidió a una de las enfermeras que le llevase a dar un paseo, al jardincito que la construcción poseía. La mujer arrastró su silla de ruedas, y lo dejó allí, para que pudiese disfrutar del aire fresco, así como de las bonitas vistas.

—Vendré a buscarlo en una hora, Sr. Keller...¡No salga de aquí!, que no deseo tener problemas.

—No lo haré. Gracias, Khloe —respondió él.

A solas se permitió pensar, sobre aquel día en la playa, ocurrido no hacía muchos meses, que había compartido con Juliette. Habían jugado como niños, y coqueteado sin parar. Disfruto al verla con ese bikini de color rosa, que se le había ajustado al cuerpo de una forma sensual. Quiso entregarle el anillo ese día, y aún quería hacerlo. Porque una parte de sí deseaba reclamarla para siempre, hacerla su esposa, pero...«No sería justo para con ella»

No quería convertirla en viuda a una edad tan temprana, ni condenarla a la soledad, o someterla a los estigmas de una sociedad prejuiciosa.

Por eso, no le entregó la sortija.

Deseaba que ella preservase ese momento para otro hombre. Uno que aparecería después, y que le daría todo lo que él no pudo. Una familia e hijos... Momentos que solo se consiguen al envejecer.

«¡Mierda!»

Mentiría si dijese que no sentía celos de ese sujeto, que siquiera había aparecido aún. También albergaba dolor y miedo, al pensar que Juliette pudiese olvidarlo por completo, o que llegase a amar a ese otro, más de lo que lo quiso a él.

«¿Por qué me torturo con estos pensamientos?», se reprochó.

La enfermera Khloe vino a buscarlo.

Lo llevó de vuelta al cuarto; donde lo ayudó a darse un baño, y cambiarse de ropa. Estaba por oscurecer, y sabía que Juliette vendría a pasar la noche con él.

Entró al cuarto tan hermosa y resplandeciente como siempre. Lo besó en los labios, y le hizo un comentario, sobre que necesitaba hacerse un corte de pelo, aunque, si debía dejarse el vello facial.

—Jules, creo que tienes un fetiche con mi barba —manifestó, con jocosidad, y ella se echó a reír.

Se acurrucaron sobre la cama del hospital, que era pequeña y de colchón ortopédico, pero aun así concibieron confort. Vieron una película a través del televisor que había en el cuarto, mientras se tocaban con ternura y mucho afecto. Sentía su amor al tocarla, al mirarla, y probar su aliento. Lo sentía en sus palabras, e incluso cuando no estaba cerca de él, aún lo sentía. Porque era algo intrínseco a su alma, tan puro y sublime, que sabía, se quedaría consigo al momento de partir.

No podía ser egoísta, ni albergar posesividad hacia ella. Porque, aunque la idea de ser sustituido en su corazón le lastimase, lo prefería a la posibilidad de causarle un sufrimiento irremediable. No deseaba verla triste ni rota, ¡sino feliz!; tan feliz como una mujer enamorada podía ser.

—Puede que tengas otro amor después de mí —le dijo—, y no quiero que albergues culpa si llegase a suceder. Quiero que te entregues a ese sentimiento, Jules, y que lo disfrutes. Que te permitas ser feliz otra vez.

—¿Cómo puede haber felicidad sin ti? —rebatió ella, considerando que era imposible, el volver a querer a un hombre de ese modo—, odio cuando me hablas de este modo, ¡cómo si te estuvieras despidiendo!... y odio que quieras disponer sobre lo que haré, o lo que sentiré cuando tú...—Le pasó las manos por el torso, aferrando su blusa de algodón entre los dedos. Lo miraba a los ojos, y los suyos estaba igual de llorosos. No era fácil el tener esa conversación, pero Chris necesitaba que ella supiese que la estaba liberando de cualquier compromiso que hubiesen hecho, y que no esperaba que se mantuviese célibe por el resto de su vida—. No estoy lista para perderte, ¡no quiero perderte!

—Lo sé, amor... Lo sé —contestó él—. No me perderás, ¡nunca lo harás!, yo siempre voy a estar contigo. Seré tu ángel, y cuidaré de ti... Yo siempre voy a cuidar de ti. 

Todo lo que quiero, eres túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora