♡ Capítulo 40

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   El primer mes de convivencia trascurrió en una dulce rutina; que consistió en discutir por alguna tontería (como donde colocar las toallas limpias) hasta que él la hacía reírse, entonces venían los besos; a veces cortos, como cuando solo deseaban abrazarse, para sentir el latido simultáneo de sus corazones enamorados, y otras veces, eran voluptuosos, besos que les excitaban hasta perder el control.

Esa tarde, en particular, yacían desnudos y enredados en sus extremidades, con el sudor del sexo sobre sus pieles, y esa sensación de cansancio, pero también de placidez, que procedía a los orgasmos.

Chris pegó su nariz al pelo de Juliette, disfrutando del olor de su champú, y la tocó por sus costados, por donde tenía esos preciosos lunares, así como algunas estrías.

Había estado dializándose; una vez a la semana acudía al hospital a realizar el procedimiento, también tomaba medicinas, que mantenía ocultas en una caja de madera, que mantenía cerrada con llave.

Aunque su actuar podría parecer egoísta para algunos, su intención era lo opuesto. Solo deseaba protegerla, y ahorrarle el padecimiento de saber que su novio era un hombre moribundo.

«¿Por cuánto más podré ocultárselo?»; se cuestionó. Ya que sabía que llegaría el momento en que sus síntomas serían agudos, y tendría que ser internado.

Juliette se giró, y Chris se vio embelesado por el verde en sus ojos.

Lucía hermosa, con la cara toda colorada, y esa sonrisa de satisfacción que le había provocado.

—Me gusta hacer las paces contigo.

—¿Quién ha dicho que hemos hecho las paces?

—Jules... No hay forma de que sigas enojada, después de lo que le hice a tu cuerpo.

—¡Cretino arrogante! —Lo insultó, pero él no se lo tomó de mala manera. Porque usualmente aquellas palabras crueles eran su manera de coquetear.

—No te hagas la santa conmigo. ¿O acaso crees que no notaba el cómo me mirabas la entrepierna cuando recién nos conocíamos?, ¡pequeña pervertida!

—No es cierto, yo no te...

Se le echó encima, y ella lo estrechó por su espalda. Lo notaba más delgado, pero lo asoció con la mudanza, y los cambios que habían atravesado recientemente.

—Te amo. —Le dio un besito por el cuello, haciéndola carcajear. «¡Oh, Dios!», no existía en el mundo un sonido más perfecto, que aquella risa dulce y vibrante que Juliette Rhys poseía—. Te amo tanto...

—Yo también te amo, Christopher —respondió, dejándose de boberías, y exteriorizando sus verdaderos sentimientos.

Sus bocas volvieron a fundirse; en un ósculo cálido, en el que sus lenguas se acariciaron.

Había placer en hacer el amor salvajemente, pero cuando lo hacían así, con tanto cariño, les provocaba un gozo aún más intenso; que los enaltecía en el alma.

Chris nunca antes había tenido tal intimidad y unión. Jamás había sentido tal dicha por causa de una mujer. Y no deseaba renunciar a ella.

«¡Maldición!»

Concibió furia; y algo debió notar Juliette, porque le hizo aquella pregunta.

—¿Qué te sucede?, estás raro.

—Nada sucede, mi amor. Solo estoy feliz. ¡Muy feliz!

—¿Lo prometes?... Chris, si algo de lo que yo haga llegase a molestarte, no quiero que te lo reserves. Si deseamos que nuestra relación funcione, tenemos que ser honestos el uno con el otro, y trabajar en nuestros problemas... Sé que no será fácil, pero quiero seguir luchando por esto, y quiero...

—¿Qué?

—Te quiero a ti, cada día de mi vida, ¡por siempre!

Concibió alegría al oírla decir aquellas palabras, y mostrarse tan segura sobre lo que sentía por él. Pero también su tristeza se agudizó, porque estaba consciente de que ese "por siempre" no iba a serles posible. Su tiempo en la tierra se estaba acabando, y tarde o temprano, la iba a abandonar.

Ese era su mayor temor. No la muerte en sí misma, o lo que fuera que le deparase cuando sus riñones dejasen de funcionar; era el futuro de Juliette lo que le angustiaba, el causarle un gran sufrimiento.

Todo lo que quiero, eres túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora