♡ Capítulo 24

261 39 0
                                    

    Juliette había comenzado a dejar sus rastros por todo el departamento. Primero fue el cepillo de dientes, que Chris le había comprado, y ella un día decidió sacar de su envoltorio de plástico, para así colocarlo dentro del vasito que estaba sobre el mesón del cuarto de baño. Después, fue su piyama, así como sus pantuflas felpudas, y el resto de prendas de vestir que empezó a dejar en su lado del estante.

Cenaba y dormía con él la mayoría de las noches, salvo por aquellas en que tenía guardia en el hospital, y Chris se preguntaba, ¿cuándo se desharía de ese otro apartamento que aún tenía arrendado, pero nunca usaba?

Notaba el cómo Juliette se aferraba a sus redes de seguridad, a esas "opciones b" que aún procuraba tener a la mano para el caso de que las cosas entre ellos se jodieran. Ella tenía serios problemas de confianza, incluso mayores de los que él había tenido; y trataba de descifrar el cómo solucionar aquel problema, para lograr avanzar en su relación. Así transcurrieron las semanas, y, el mes de agosto llegó.

Ese día en particular, Christopher se encontraba en su cubículo, cuando el robusto sujeto apareció. Nathan Smith no había heredado la inteligencia de su padre, ni tampoco su cuerpo desgarbado, era un jugador profesional de la NFL, de más de dos metros de estatura y brazos gruesos, al igual que lo eran sus piernas. Era un hombre intimidante, sobre todo, por esa cara agría que siempre cargaba, puesto que se dirigía hacia los demás como si fuese un ser superior a todos ellos.

—¿Está Katlyn?

—Sí, pero está... ¡Hey! —bramó al ver que el hombre seguía de largo, y atravesaba la puerta que daba a la oficina de su jefa sin el menor respeto. Después, se oyeron los gritos. De Nathan, pero también de Katlyn, que terminaron cuando ella lo mandó al diablo, y él le dijo del modo más sucio posible que ella era una mujer fácil. Suerte que estuvieran en un área apartada del bufete, donde para ingresar se debía pasar por una serie de portezuelas de vidrio. De lo contrario, todo el personal hubiera escuchado la discusión, y Katlyn estaría en graves problemas.

Chris temía por la seguridad de la dama, porque estaba al tanto del maltrato que recibía por parte de su esposo y porque, con el transcurrir de los meses, le había cogido algo de cariño. Él sentía mucha lástima por ella y deseaba ayudarla. Fue por esa razón que entró a la oficina, para cerciorarse de que Katlyn estuviese bien, pero no esperó hallarla hecha un mar de lágrimas. Es que resultaba chocante verla así, tan frágil, con su maquillaje corrido, y esa mueca fea que, al llorar, hacía.

Le ofreció un abrazo, porque fue el único modo de brindar consuelo que se le ocurrió en el momento, y hasta la dejó secarse con la tela de su camisa. Ya después, cuando la mujer recuperó la compostura, le explicó lo ocurrido.

—Tengo un atraso en mi periodo. Nathan lo sabe y perdió la cabeza, porque no quiere que yo aborte... ¡No puedo tener un hijo suyo!, y no puedo dejar que Conrad lo sepa. ¡Mierda! Todo se ha ido al carajo.

—¿Está segura de que está embarazada? —dijo Chris, tratando de ser racional, y de no juzgar ni tomar un bando en aquel enredo.

—No... Sé que debo ir a una clínica, pero, no sé si tengo el valor para hacerlo hoy —le confesó, y fue entonces que él se ofreció para acompañarla.

Acudieron por la tarde. Salieron a hurtadillas de la oficina, e hicieron el recorrido a pie hasta la clínica de fertilidad, que quedaba a unas cuantas cuadras y en una empinada colina. Aunque hubiera sido más sencillo el usar la limusina para trasladarse, Katlyn lo descartó, porque no se fiaba del chofer, y temía que este pudiera irle con el cuento a su marido. Así que, tras media hora de caminata, entraron al establecimiento. Allí, tomaron la muestra de sangre y al cabo de noventa minutos, una enfermera apareció. Fue Katlyn quien tomó el papel entre manos y él supo que estaba embarazada, por esa expresión que hizo tras leer el resultado de la prueba; de absoluto horror.

—¿Qué voy a hacer ahora? —manifestó en voz alta, pasándose las manos por sus cabellos rubios, y mirándolo, buscando en él alguna respuesta milagrosa, pero Chris no tuvo ninguna en ese momento; la complejidad de la situación lo sobrepasaba.

*

    Las coincidencias ocurren a cada momento, también los malos entendidos. Esos que se dan cuando una persona ve algo, lo interpreta de un modo y luego, va y lo repite, causando una ola que va creciendo hasta volverse gigante y arrasarlo todo. Eso precisamente pasó ese día, en que una de las empleadas del hospital, quien también trabaja algunos días a la semana en la clínica de fertilidad (para hacer dinero extra) vio a Chris junto a esa otra mujer, abrazándola y tocándola de una forma bastante cariñosa, después de que a esta le hubieran entregado su resultado.

En cuanto la enfermera tuvo a mano su teléfono, le envió un mensaje a Sophia, contándole lo que había visto, y hasta tuvo la audacia de tomar a los presuntos infieles una foto. Sophia recibió todo esto, pero no estuvo segura de que hacer, porque sabía que Juliette era feliz y no quería arruinarlo. Tampoco deseaba que la engañaran, ya que de primera mano sabía lo que era el que el hombre con él que habías decidido compartir tu vida te viera la cara de tonta. Su error fue comentárselo a Dave, a quien consideraba como otro buen amigo dado todo el tiempo que pasaban juntos en el hospital; siendo que siempre les acompañaba (a ella y a Juliette) en los almuerzos o las invitaba a tomar una taza de café a mitad de la tarde, iniciando así una charla divertida que podía durar por horas, hasta que les informaban de alguna nueva labor o cirugía. Ella no sospechó que él tuviese oscuras intenciones.

—Juliette tiene que saber esto, Sophia. No puedes callártelo, porque, entonces, ¿qué clase de amiga serías?

—Todo puede ser un malentendido. Tal vez se trata de algún pariente, o alguna amiga suya. No es raro el que se le pida a un amigo que te acompañe en un momento que puede resultar difícil... Ya me equivoqué una vez, y la lastimé. No quiero volver a interferir en su relación con Christopher, y destruir su felicidad. ¡Ella lo ama!

—Sí, pero no puede seguir viviendo en una mentira. Si tú no se lo dices, yo lo haré.   


Todo lo que quiero, eres túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora