♡ Capítulo 37

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   Su incertidumbre se intensificó con todas aquellas pesadillas que tenía a diario, y los difusos recuerdos que a ratos la embargaban. Sabía que no podía seguir rehuyendo de ello, porque, de lo contrario, su trauma se fortalecería, y, por tal razón, decidió confesarse con Christopher.

—Debo ir al ginecólogo —dijo Juliette—. Para estar seguros de que no fui... He podido recordar la repugnante sensación de sus manos sobre mi cuerpo, tocándome con morbosidad, mientras yo no podía defenderme por lo drogada que estaba... Es con Dave con quien sueño cada noche, y la causa de que me despierte temblando y gritando... Sé que este miedo no se detendrá a menos que lo confronte, qué si sigo ignorándolo, seguirá creciendo dentro de mí, ¡se apoderará de mi vida!, e incluso hará que te alejes de mí.

—Estamos juntos en esto, Jules... Yo no voy a darte la espalda, ¡nunca! —Se llevó sus manos hasta los labios, para besárselas con afecto.

La cita con el ginecólogo marchó bien. Aunque el especialista determinó que la paciente no tenía síntomas de abuso sexual, le hizo realizar un examen de sangre para descartar un posible embarazo. El resultado fue negativo, y eso les concedió algo de paz; sin embargo, Juliette decidió acudir a terapia semanalmente para tratar de sanar sus heridas emocionales. Aún sufría de pesadillas, también de ataques nerviosos que se manifestaban cada vez que Christopher intentaba que hiciesen el amor.

Él fue comprensivo y paciente, trató de ayudarla en ese proceso; pero, a su vez, estaba lidiando con sus propios problemas.

Katlyn Reed no había exagerado con sus amenazas, y no se conformó con despedirlo, sino que, había divulgado calumnias sobre su persona, acusándolo de haber cometido actos pocos honrados en su bufete. Era una abogada prestigiosa en la ciudad de San Francisco, porque sabía cómo mantener las apariencias y se codeaba con los círculos más poderosos; además, Conrad Smith, su marido, tenía una confianza ciega en ella, y creía en cada una de sus mentiras.

A Chris se le cerraron muchas puertas por su culpa, y no lograba conseguir un nuevo trabajo. No obstante, seguía enviando su síntesis curricular a todas las agencias, y acudiendo a cada entrevista que lograba concertar.

Un día, en su angustia, decidió refugiarse en la iglesia que su padre administraba. No esperó encontrarlo allí; únicamente buscó sentirse cerca de Cristo, y reafirmar su fe.

Prendió una vela, frente al altar, y se puso a orar, como no lo había hecho desde la muerte de su hermano.

Elevó una plegaría por Juliette, su madre y su hermana.

Después, se permitió pedir algo para sí mismo.

La vida podía resultar dura, ¡tan dura!, pero esta siempre conllevaba un propósito. Eso creía él, aunque aún no lograse descifrar cuál era el suyo.

Por mucho tiempo pensó que su enfermedad había sido un castigo, y ahora se daba cuenta de que había sido un aprendizaje. Gracias a esa condición, pudo apreciar verdaderamente la vida, valorarla cómo el milagro que esta era, para dejar de lado su vanidad y depravación.

Era un mejor hombre gracias a todo lo que sufrió; y solo había sido capaz de enamorarse de una mujer tras aquel cambio.

«¿Es Juliette mi propósito?», consideró mientras mantenía su mirada fija en las velas. Tal vez el creador le concedió ese riñón para así poder estar allí y salvarla de Dave, y tal vez... fuese esa la razón de que el tiempo de vida se le estuviese acabando de nuevo.

Sintió una punzada penetrante en su costado izquierdo, pero la soportó, cómo lo había estado haciendo durante los últimos días. Tomó una bocanada de aire, y se mantuvo sentado hasta que el malestar menguó un poco.

Entonces, advirtió la presencia de aquel otro hombre, y con nerviosismo pretendió marcharse.

—No tienes que irte, Christopher —declaró su padre—. Me alegro de que estés aquí... ¡Ven!, oremos juntos un rato.

Lo miró con recelos, pero, al final, accedió.

Rezaron, luego, regresaron a casa.

No compartieron grandes palabras durante su trayecto, aunque hablar no fue realmente necesario, siendo que la música les fungió como compañera de viaje.

Al verles llegar, Emilia no pudo disimular su sonrisa.

Había preparado una ración de pasta casera, que todos cenaron; y posteriormente, Chris subió hasta la que seguía siendo su habitación. Odiaba vivir allí, pero por el momento no le quedaba otra opción; no tenía dinero suficiente para rentar un apartamento.

Llamó a Juliette, mientras estaba echado en la cama. El viejo Buddy, se había subido a esta también, y tenía la cara recostada sobre su regazo.

Le tocaba las largas orejas de color marrón, y el perro ronroneaba cada tanto, gozando de aquellos mimos.

—Te echo de menos.

—Yo también, aunque ha sido agradable, el estar algunos días en Nueva York... Mamá me ha hecho mis comidas predilectas, y hemos dado un paseo juntas esta mañana, compramos algo de ropa y hasta fuimos al salón de belleza... No hemos hablado de lo ocurrido con Dave, pero noto lo mucho que la lastima... A ella y también a papá, como si se sintiesen responsables de lo que me pasó, cuando no es así... Todo esto es tan difícil, Chris.

—Lo sé, pero con el tiempo mejorará —le dijo, y ella se aferró a la esperanza en sus palabras.

—Te amo tanto.

—Yo te amo más.

—Eso es imposible, porque mi amor por ti es del tamaño del universo —refutó, y Christopher se carcajeó, disfrutando de la dulzura de aquel momento; y deseando poder mantener congelado el tiempo, para de ese modo, jamás tener que dejarla. Otra punzada lo atravesó, y reprimió un jadeo. Sus síntomas estaban agudizándose, y sabía que tarde o temprano habría de acudir al hospital para hacerse un chequeo médico.

—¿Cuándo volverás a la ciudad?

—Mañana, y quiero verte.

—De acuerdo, pasaré a buscarte al aeropuerto.  


Todo lo que quiero, eres túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora