♡ Capítulo 33

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    Pudo llamar al doctor Johnson, pero prefirió presentarse en su domicilio, para así, charlar en privado. Sabía dónde este vivía, puesto que el médico se lo había comentado en una de sus consultas, y aunque no tenía claro cuál era el piso exacto ni el número de su departamento, decidió dejarlo a la suerte.

Con premura, condujo hasta aquel lujoso complejo residencial ubicado en las adyacencias de la costa de San Francisco. Había oscurecido y el mar fácilmente podía confundirse con el cielo, pero el Golden Gate estaba iluminado, destacando al fondo del paisaje en toda su magnificencia.

Chris le dio una breve ojeada al puente, luego, aparcó el vehículo a un lado de la acera. Se detuvo por un par de minutos, inhalando y exhalando, mientras apoyaba su rostro contra el manubrio. Las manos le temblaban, y el corazón seguía latiéndole desbocado. También tenía una punzada extraña por su espalda baja, que en otras condiciones le hubiera causado alarmas de rechazo del órgano que le habían trasplantado, pero en aquel momento su salud era la menor de sus prioridades.

Salió a la calle y caminó el tramo que le separaba del edificio. Una vez adentro, se identificó con el vigilante, quien le pidió aguardar mientras se comunicaba con la familia Johnson. Lo vio marcar un número y hablar bajito al teléfono, después colgó y con una sonrisa le dijo que podía pasar, que lo estaban esperando.

—Es en el tercer piso, apartamento 306 —indicó el hombre afroamericano.

Chris subió al ascensor y apretó el botoncillo que daba al piso correcto. El trayecto fue rápido, en apenas unos segundos las portezuelas volvieron a abrirse y él se encontró con el doctor Johnson, quien lo había estado esperando en el pasillo.

—Christopher, ¡qué sorpresa! ¿Te sientes bien? —le dijo con preocupación, puesto que no era usual el que uno de sus pacientes se presentase en su residencia a esas horas de la noche. De tratarse de otra persona, le hubiera negado la entrada, pero conocía a Chris desde hacía un buen tiempo, y sabía que era un joven decente y respetuoso, por lo que si estaba allí, era por algo en verdad importante.

—Sí, doc. No he venido por temas de salud, sino porque estoy desesperado, y no sé a quién más acudir. ¿No le dijeron que estuve en el hospital esta mañana?

—No, pero... no te quedes allí... Ven, entra al departamento para que hablemos con más calma.

Ingresaron a la vivienda, que era amplia. Los pisos eran de madera, y las paredes de un tono perlado, muy bonito, que contrastaba de forma elegante con todos los cuadros paisajistas que estaban guindados en las paredes. Era lujoso, aunque tenía un toque rústico y antiguo que le recordaba a una casa de campo texana.

La esposa del doctor, una mujer de cabello corto y fisonomía agraciada, le saludó con cortesía y hasta le ofreció una bebida caliente, que Chris aceptó.

Dos varones de corta de edad estaban echados sobre el suelo, cerca del espacio donde se había sentado, y los observó jugar con sus carritos mientras reían con candidez, la escena le hizo recordar a su fallecido hermano y se le aguaron un poco los ojos.

Estaba sensible, y tenía miedo, mucho miedo. Es que, si el diablo se le hubiera aparecido en ese preciso instante para ofrecerle un trato, habría aceptado. Solo quería que Juliette estuviese bien; a salvo y feliz. No importaba si era a su lado o con otro hombre, podía tolerar una eventual ruptura de la relación, siempre que fuese una decisión de ella, hecha con plena consciencia, más no de ese modo, cuando estaba siendo apartada de él, en contra de su voluntad.

El doctor Johnson reclamó su atención, y Chris fijó la vista en el rostro del hombre maduro, quien, contrariado por su comportamiento, esperaba por una justificación.

Se aclaró la garganta, y trató de explicar lo que sucedía de la forma más coherente que le fue posible. Le habló sobre lo ocurrido en el hospital esa mañana, también de sus sospechas sobre las intenciones de Dave, y le pidió su ayuda.

—Chris, ¿estás consciente de lo que me estás pidiendo? Quieres que te ayude a irrumpir en una propiedad privada, y a sacar a una paciente del hospital.

—Le estoy pidiendo ayuda para rescatar a una mujer indefensa, que ha sido aislada de sus seres queridos, sin haber una explicación racional. Dicen que está enferma, pero mantienen su diagnóstico como confidencial... Y yo quiero asegurarme de que ella se encuentra bien, y que ese infeliz de Dave O'Brien no se está aprovechando de su delicado estado para hacerle daño.

Johnson arrugó el entrecejo y después, se pasó los dedos por sobre las líneas pronunciadas que sobre su frente se formaron. Estaba confundido, porque era un hombre cauteloso que no solía hacer nada sin antes meditarlo.

—Por la mañana voy a hablar con el médico que atendió a Juliette en el área de Emergencias. Trataré de averiguar cuál es su verdadero estado de salud, y el motivo por el que sigue internada... Tal vez, se trate de un malentendido, pero si lo que me dices resulta ser cierto... —Hizo una pausa larga y vio a sus hijos. Podría perder su carrera, e incluso ir a parar en la cárcel, pero tenía una corazonada al respecto, y no podría vivir consigo mismo de consentir tal injusticia. Además, ese Dave nunca le había terminado de agradar, porque era un niño mimado, acostumbrado a salirse siempre con la suya, y quien se valía de las influencias de su padre, un senador, para obtener beneficios por encima del resto de empleados del hospital. Él representaba todo contra lo que Erik Johnson había combatido durante su vida; era el epítome del clasismo, la vanidad y la burocracia—, te ayudaré.

*

    Dave no pudo escapar de sus responsabilidades. Debió llevar a cabo dos cirugías ese día, que lo mantuvieron ocupado por el resto de la tarde, y parte de esa noche. Sin embargo, al terminar con sus labores no se fue a casa, sino que prefirió ir a visitar a su bella durmiente. Estaba sedada cuando entró al cuarto, y Amber permanecía a su lado. Miró a la rubia con desdén, tratándola con el menosprecio que manifestaba por mujeres como ella; fáciles y sin amor propio.

Paseó sus ojos por el cuerpo de la dama pelirroja, y la devoró como lo haría un león con un trozo de jugosa carne. Se atrevió a tocarle la cara, para después inclinarse, y olerla con morbosidad.

Bastante esfuerzo que había hecho para conquistarla, fue detallista y romántico, la llevó a cenar a los mejores lugares de la ciudad portándose como el caballero, que no era y nunca sería, e igualmente no le había servido de nada, porque la muy desagradecida había preferido a ese abogaducho que no tenía ni donde caerse muerto.

Hervía de rabia al pensar en eso, porque odiaba los rechazos. Era un ganador, a él nada en la vida se le negaba, y por eso, no toleró la idea de que esa mujer que tanto deseaba no pudiera ser suya. Había ambicionado su corazón en un principio, pero ahora, podría conformarse con la posibilidad de follársela cada vez que quisiera.

—Sal del cuarto, Amber.

—¿Qué vas a hacer con ella? —se atrevió a cuestionar, pero él de inmediato le recordó su insignificancia.

—No te pago para inmiscuirte en mis asuntos —espetó, dirigiéndole una mirada gélida y amenazante.

—Dave, por favor, está inconsciente... No le hagas daño —rogó, y el doctor reaccionó con enojo, echándose sobre la enfermera rubia para aferrarla por el cuello con violencia.

—¿Prefieres que te lo haga a ti? —le dijo, y se divirtió al notar los temblores que le provocaba—. Esas son tus opciones, o me dejas a solas con Juliette, o permites que te use para satisfacerme... Dime, ¿qué elegirás?

Aunque seguía lesionada tras el asalto sexual del que había sido objeto días antes, no permitió que otra mujer sufriera lo mismo. Aquel monstruo había destruido su vida, pero tal vez Juliette sí pudiese salvarse.

—De acuerdo —pronunció.

Dave se carcajeó, sádico y malévolo.

Decidió aceptar el ofrecimiento de la enfermera.

La empujó contra la cama contigua, apretando su rostro sobre el colchón mientras la tenía sujeta por el pelo con una mano, y con la otra, le subió la falda del uniforme e hizo sus bragas a un lado. No intentó excitarla, porque no le importaba el causarle placer; él pensaba, únicamente, en su propia necesidad...


Todo lo que quiero, eres túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora